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Entro en casa dando un trascendental portazo como si al otro lado estuviese la nariz de Axmiel para escachársela. Candela y mamá resultan más curiosas de mí que del programa que hay en la tele. En consecuencia me persiguen pero antes de permitirles el paso a mi dormitorio, les hablo.

— Quiero estar sola y dormir.

Ninguna se opone. Y no saben cuánto se los agradezco.

Camino en círculos por la habitación, hasta que me adentro en mi baño personal. Lavo el rostro en tanto recuerdo mis palabras y las de Axmiel. Ambas dichas con enojo e implicaciones personales. Por tal motivo nos dolieron en ambas direcciones. Chasqueo la lengua dejando que mi piel absorba el agua. No tomo ninguna toalla; más bien me dejo caer en la cama y saco los zapatos. Pero no me duermo. Solo pienso en que mi deber es contarle la verdad a Julia si Sardrián no lo hace, sin embargo, me duele que sea yo quien le cause ese dolor.

Existen tiempos en que uno le da demasiado valor a las palabras, y ese valor traspasa el tiempo y mantiene relaciones. Julia una vez hizo un pacto conmigo. Nunca más lo hemos mencionado pero en nuestros subconscientes aún está latente. Tuvo lugar un día en el colegio en donde me habían roto la nariz unos nerds del coro porque los oí hablar mal de Julia. Ni tan inocentes eran como aparentaban ser. Me reconocieron como tenedorcillo, la amiga de Julia Bonet, y uno me golpeó con su trompeta. El otro se dedicó a ver cómo me sangraba la nariz. Luego, corrió. Julia había llegado y sin dedicarse a preguntar la razón detrás de la disputa fue a por ellos.

En esa época Julia era fan de las tiras chinas.

Regresó con ellos y ambos me pidieron perdón. También yo les hice repetir en frente de ella lo que a sus espaldas dijeron. Sudaron, pidieron disculpas, luego, se fueron corriendo. El señor Bonet supo del incidente por boca de su hija, se encargó del resto con el director, y Julia continuó siendo la chica que tenía la ley de su parte. Pero antes de irle con el chisme a su padre, ese día, fue en el preciso momento cuando me levantó del suelo y me sentó en una silla, que surgió la idea del pacto:

— Iria la próxima vez que alguien me insulte, jálale de las greñas. Olvida los modales.

Yo asentí mientras con las manos aguantaba mi nariz dañada.

— Y si crees que no vas a poder con ellos, no hagas nada. Me dices: "ese" –punteó– y yo iré a por quien sea. No importa si no es en el momento pero quiero que hagamos un pacto.

Al parecer el dolor me tenía cerrada las cuerdas vocales porque solo pestañé, dándole a entender que sí, a todo.

— Siempre me dirás si alguien me ofende a mis espaldas, o piensa hacerme daño. Nunca me mientas, para disque protegerme, Iria. Recuerda que yo sé defenderme.

Desde esa época ya sabía disparar armas. Aunque si el señor Bonet se enteraba de que llegaba a disparar a alguien era capaz de enterrarla viva. Según él, la enseñó, sí, pero para que usase esa destreza en caso de vida o muerte.

— Siempre –me obligué a decir a pesar del dolor.

— Yo prometo hacer lo mismo contigo. ¿Sí?

Cabeceé entonces; ahora lloro.

— ¿Hija?

— Mamá quiero estar sola...por favor.

Ante mi pedido no vuelve a llamar. Sé que está preocupada pero de momento no tengo ganas de compartir todo esto. Intento dormir. Solo veo al techo y cuando cierro los ojos recuerdo la conversación con Julia en la noche del Carnaval.

Esas imágenes se recrean de manera volátil dentro de mi mente:

— ...cuando me mira, así sin más, sin evocar ninguna palabra mientras permanecemos ocultos del resto...no quiero volver a casa...solo quiero estar con él para que no acabe...porque a veces temo que acabe.

El Caos de los Chuker © Completa ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora