21 (parte 2)

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Doy la media vuelta y me direcciono hasta el café. Enfurruscada. También dispuesta a regalar el gorro beige al primero que me cruce en el camino. Aunque no lo hago.

Llego con el regalo al Café, en donde veo que Axmiel ha ordenado todo: las mesas, las cafeteras, licuadoras, los vasos y hasta los tabloncillos de la oferta. Eso es extraño, porque la puntualidad en él no es su punto fuerte.

— Buenos días –saluda con mucha energía.

— Hola.

Mis energías están casi tan grises como el atisbo de ojeras que traigo esta mañana.

— Tengo una sorpresa –comenta–. Ven...

Axmiel se coloca detrás de mí para taparme los ojos. Así me conduce uno pocos pasos hasta que solo una mano queda tapándome los ojos.

— No es la gran cosa pero a mí me ha hecho feliz, y como también a ti te gusta...ahí va.

No huelo nada, tampoco mis manos palpan, entonces, algo rosa mis labios.

— Muerde, muerde –anima Axmiel desde atrás.

Cupcakes, mentalizo. Nada más probarlo he recordado los que comprábamos entre los dos mientras nos daba hambre cerca de la barra. Mastico pero él me hace dar otra mordida.

Aparto mi figura de la suya con un giro. Trago y le observo.

— Sabe de maravilla.

— No lo dudo –toma uno para sí–. Aria los ha hecho de madrugada, o eso me dijo. Quiere trazarse la meta de hacerlos más seguido y yo le he dicho que genial.

— Claro, genial.

— ¿Iria estás bien? Luces triste o cansada.

— Anoche tuve insomnio, eso es.

De repente comprendo algo al verlo tan entusiasta y a mí tan drenada de alegría. No hay que hablar de lo que pasó, sino dejarlo fluir porque ese tiempo llegará y si no es hoy, al menos toca disfrutar de los cupcakes.

— Quiero este de glaseado rosadito...–anhelo para tomarlo y morder.

Axmiel va a por mí delantal. Lo introduce por mi cabeza, con lo cual me queda claro que va a ponérmelo completo. De manera que rodea mi cuerpo para amarrar las tiras a la altura de mi cintura. Sin que se note ruido emanante del gesto de sus dedos. Trago el bocado al instante en que el nudo choca con mi espada, apretándose. Y una segunda vez, cerrando el amarre.

Con todo, algo más tiene lugar: sus manos ahora se colocan en mis costados. Noto como inhala. Luego, agradezco que la calle ande despejada porque esta cercanía no es normal.

— Anoche también piqué una desvelada. Sucede que...no podía dejar de pensar en ti.

Cada una de sus palabras se adentra por mí oído en una nota baja. Hago ademán para verlo. Con lo cual no consigo demasiado: él es quien me gira como si interpretásemos un vals, tomándome por la cintura.

Con otra de sus manos maniobra para acercarme a sus labios.

Axmiel está besándome y respondo como si llevase meses mendigando agua en el desierto. O como si el oasis no me bastara.

Me separo de imprevisto, sintiendo un hormigueo que prende energía a mi cuerpo. Así que por ser discreta al querer continuar esto, cojo una de sus manos y tiro de él. Conduzco a Axmiel hasta el baño del lateral, lo que básicamente era un cuartico de invitados que Aria remodeló para hacerlo baño de trabajadores. Entramos por la puerta conmigo dando un brinco para rodearlo, mientras otro beso resurge esas ganas que desde el baile nos tuvimos. Axmiel aferra sus manos alrededor de mi cuerpo, en tanto camina para sentarse sobre la tapa de la taza, y besar mi cuello. Succionar en ese lado, e ir al otro hasta estar satisfecho.

Su boca apresa mi labio inferior. Chupa ahí. Haciéndome desesperar. Después su mirada busca la mía.

— Me gustas.

Junto mis cejas por lo loco que suena oír eso. Vuelve a besarme y cierro los ojos.

Me deleito en el sabor de sus labios, de su tacto y con mis manos perfilo su figura, mientras lo abrazo.

— ¡Axmiel! –se oye gritar Aria.

Me la dibujo en la mente parada en el umbral con sus manos en jarras, e intentando localizar a su trabajador.

— ¡Iria!

— Se ha dado cuenta...–aporto.

Salgo de la postura y nos retiramos del baño recolocándonos lo que haya podido quedar fuera de sitio.

— ¿Dónde andaban?

— Comprando azúcar –miento.

Pero vamos, Aria ni en un millón de años sospecharía.

— ¿Los dos? –se extraña.

— Como usted no confía en mí y cree que le robaría el dinero, Iria me acompañó. Para atestiguar...que no sea así.

— No hace falta que hagas eso, chica. Axmiel puede encargase solo.

— De acuerdo –asiento.

Ella se adentra en su casa y al no estar a la vista, me hablan al lado.

— Ya me tiene confianza –guiña.

Sonrío.

Él chasquea su anular y pulgar. Queda punteándome con el índice. Y por segunda vez creo que me ha salido un grano en la nariz.

— ¿Qué? ¿Por qué te ríes? –indago.

— De ti, o sea, no de ti: de tú sonrisa. Acabas de hacerlo como en las fotos de tu niñez.

— Ah –respiro–. Bueno me ha salido espontáneo.

— Me encanta que sonrías así. ¿Podrías hacerlo siempre para mí?

— Tal vez...

Sin acercarse a mí, sus dedos ascienden desde la punta de los míos hasta enlazarlos en un agarre. Acto seguido, sí nos acercamos: para darnos efímeros besitos mientras vemos que no haya nadie cerca.

Después llega un cliente y no hay pausa hasta la hora de salida. Pues Aria se dedica a vigilar que no volvamos a desaparecer.

Ambos creemos que el cuento del azúcar no se lo tragó.

El Caos de los Chuker © Completa ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora