25 (parte 1)

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Después de mi error con Matt aposté que no tendría futuro en el amor, o aún más: juzgué no merecerlo. Creí que podría dedicarme a sentir otros tipos de amores, por mi madre, por mi amiga Julia, por el café, mis hobbies, o la carrera. Antes tuve por seguridad que no necesitaba ser amada pero resulta que no; que la vida da muchas vueltas en tantos aspectos como la tierra misma alrededor del sol, y las segundas oportunidades existen para probarnos a nosotros mismos que podemos hacer las cosas diferentes a como elegimos hacerlas en el pasado. Es por ello que al conocer un poco mejor a Axmiel, sentí la necesidad de comenzar a dejar atrás esa maleta pesada que entristecía mis días con el nombre de "pasado". Ahora sé que es tiempo ya de olvidar esa noche de febrero y borrachera prematura que tuve y que me llevó a estar con Matt, aun cuando yo de una forma lógica y sobria nunca lo vi de esa manera.

Axmiel pronuncia esas palabras para que en mi fuero interno sepa que mi error no me define a la hora de amar, porque yo le correspondo y por eso le beso en la mejilla para no dilatar más la respuesta por mi parte.

— Tú eres transparente, sé que tal vez ocultaste cosas en el pasado, no obstante, eres alguien que tiene la mirada limpia, alguien que no se anda con segundas intenciones, eres hermoso, y muy fuerte –recalco al acabar.

— Gracias, me encanta que me veas así. Yo no me veo de esa manera, excepto por lo de hermoso, eso sí

Propino un manotazo a su hombro pero no me río, sino que lo escucho.

— Oye...tu eres bellísima para mí, no quiero que pienses que si no lo mencioné, no soy capaz de notarlo.

— Está bien, no es la gran cosa.

Quito hierro al asunto y espero su pregunta.

— ¿Si tuvieras dinero para gastarlo en una tontería, en que sería?

— ¡Ah! –grito porque no me lo pienso nada– En un Santa Claus enorme –extiendo los brazos–, para navidad, para colocarlo en el techo de casa como si fuera un enorme farol. Y en renos...para irme disfrazada de duende a llevar regalos a muchas casas.

— Interesante... –destaca Axmiel mientras evalúa mi rostro– eso es algo que llevas tiempo deseando ¿no?

— Sí, a ver, te cuento: papá siempre me tomaba de la mano en navidad e íbamos por las casas regalando galletas con chispas de chocolate; él se disfrazaba con una barba blanca y a mí, mamá me hacía dibujitos chiquiticos en el rostro con sus pinturas, también me pintaba pecas y coloreaba mis labios. Ella no iba porque se quedaba ordenando los regalos y preparando la cena a la que asistían muchos colegas suyos del trabajo. Personas solitarias en gran medida, o viudos, aunque algunos también venían con sus hijos. Después de que cenábamos nos íbamos con mamá a la plaza porque antes, muchas familias se reunían ahí a oír, o cantar villancicos. Ya eso se ha perdido, y después de que papá se fue, nunca más mamá ha hecho gran celebración. Rooth también ha mermado en eso, aunque el punto aquí es que ese Santa que papá me prometió, nunca lo compró. Entonces no es técnicamente una "tontería·" –río de manera fugaz– Lo cierto es que sería muy gratificante para mí poder tenerlo y decir: ¡ey papá aquí esta nuestro Santa! Porque tenerlo sería una manera de anclarme más a él y no solo dejar que su recuerdo se difumine con el paso de los años. Hay personas que creen que no necesitas nada para recordar a alguien pero yo no soy así: por mi parte prefiero tener todo lo que pueda para recordarme, fotos, su reloj, ese posible santa, una camiseta vieja del ultimo pijama que usó, sus espejuelos de leer periódico...

— ¿Tienes todo eso de él?

— Sí, porque todo eso me recuerda a escenas de mi vida con él que si no estuvieran en mis manos quizá olvidaría porque la mente borra ¿sabes? pero yo no quiero olvidar al gran hombre, padre y militar que fue Dean Polanco.

— Haces bien...yo no recuerdo nada a mis padres, si te soy honesto. Recuerdo solo que mamá horneaba pasteles y me situaba en una mesa al frente de la encimera mientras trabajaba pero lo sé más bien porque me lo han contado para dar razón de porque a Sar le encanta la cocina, dicen que lo sacó a mamá. Y respecto al Santa, lo vas a tener –afirma–. Nosotros los Chuker, celebramos navidad con un banquete que Sar prepara cada año, solo nosotros. Si alguno va a salir lo hace después de cenar.

— ¿Nunca han invitado a nadie más?

— Bueno, Fiona, la novia de mi hermano venía a traernos regalos y alguna que otra vez nos acompañaba. Aunque antes nos visitaba por causa de Etrian: eran los mejores amigos en el colegio.

Sonrío a medida que aprecio su relato.

— ¿A qué edad perdiste a tus padres? Esto no cuenta como pregunta de la dinámica –le advierto–. Solo me gustaría saber de esa época.

— A los nueve.

— Lo siento.

Axmiel asiente y queda procesando que más contarme al respecto.

— Fue difícil para todos pero al menos nos teníamos mutuamente. Aquel que ves ahora riendo... –puentea.

Giramos para notar a Sardrián con Julia entre risas, mientras él le sopla en un ojo. Ni idea de porqué lo hace pero cuando Julia se recoloca sus espejuelos, la voz de Axmiel retorna.

— lloró demasiado hasta que dejó de hacerlo para consolar a Etrian. Ra me consolaba a mí porque era el menor y a él nunca lo vi llorar. Ni siquiera cuando iba a su cama en las noches para dormir con él o para decirle que me hablara de mamá y le preguntaba que si ahora él sería mi papá –niega mientras su mente se traslada al recuerdo–. Él decía que no, que papá era irremplazable.

— ¿Y Mirko?

— Mirko parecía fuerte, sin embargo, su temperamento introvertido no dejaba que se descompusiera delante de nosotros. No lloraba, no hablaba, no había manera de saber lo que él pensara y por ende, comenzó a parecer un fantasma dentro de casa. Después a los pocos meses, vinieron sus desmayos; se desmayaba en la escuela, en casa, cuando salía a jugar con sus colegas. Así que Ra empezó a tratarlo con médicos y psicólogos, e íbamos todos juntos a las terapias. Porque Ra no nos dejaba solo en casa a Etrian y a mí con Sar. Él solo tenía once años, no era grande la diferencia conmigo o con Etrian. Por ende, nos quedábamos en los pasillos todo el rato que duraban las consultas y nos poníamos a jugar mientras tanto. Éramos niños bien portados, no dábamos grandes problemas. Entonces, retomando la pregunta inicial yo me gastaría el dinero en comprar entradas para ir a ver jugar a los Yanquis de Nueva York en las Grandes Ligas de Beisbol. Oh i live for this –entona como lema–. Sería grandioso llegar hasta ahí.

— Seguro que sí. Ahora dime: ¿Cuáles son tus comidas favoritas?

— Voy...amo los mariscos, y todo lo que Sar cocine, me gustan los snack, los canapés, las patatas fritas con carne asada y aceitunas, odio el pepino, el puerro y la calabaza, aunque no estamos en lo que odio pero en fin, lo he recordado. La pizza me fascina, el helado también, natilla y los cupcake –eleva sus cejas–. Y las frutas me gustan mucho.

— Yo amo todo tipo de quesos, lo asado en parrilla y todo lo frito –casi babeo– también las patatas por supuesto, los embutidos con mojitos y la mantequilla y las galletas tanto dulces como saladas. Odio las aceitunas, sí, sí, y las habichuelas, no me gusta casi nada las demás verduras, los mariscos me van –acepto– pero no tanto. Soy más de carne. Te toca –señalo.

Le tiro la piedrecita que él atrapa en el acto.

— Creo que es suficiente por hoy. Me quedaré con ella para la siguiente pregunta...cuando surja.

El Caos de los Chuker © Completa ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora