33 (parte 1)

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Nada más salir del restaurante, dejo atrás el mínimo disgusto de saber que Sardrián tuvo cabida en nuestra cita. En sí la molestia no fue tanto eso, sino vergüenza de no poder ayudar a mi novio con los gatos.

— Iremos a dar un paseo...

Comenta Axmiel a mi derecha, alejando los pensamientos que surcan mi mente.

— hay un sitio a donde quiero ir contigo. Es público pero nos pertenece solo a nosotros, de alguna manera.

Comienzo a sopesar ideas de a dónde nos dirigimos, hasta que al hacer parada en el parque antiguo, entiendo todo. Por ende me dejo conducir por Axmiel que tira de mi mano para llevarme a la misma hamaca en donde me senté luego de que me rescatara de la discusión con Matt.

— ¿Lista? –indica al sostener los barrotes a mi espalda.

Cabeceo en tanto él impulsa el vaivén a una altura exagerada que me conduce a emitir un gritico. Axmiel continúa impulsándome por un rato más, sin tiempo a pausas; pues los barrotes escapan de sus manos y regresan a ellas antes de lo que canta un gallo, o maúlla un gato.

Cuando termina, se coloca a mi lado igual que antaño. Me repongo del instante en que estuve de alguna manera, por los aires, asimismo me recoloco el cabello suelto que parece alambre de púas por lo medianamente enredado que está.

— Ha sido divertido...–indica.

— Sí; para ti, yo estuve a punto de vomitar el corazón por la boca.

— Mírala, mírala, tan dramática...

Llevo a un lado mi cabeza para inspeccionarlo; a ver si lo dice en serio. Aunque él lo que no sabe es que estoy de guasa.

— ¡¿Acabas de llamarme dramática?!

— Sí...

— Te vas a enterar...–advierto en un susurro.

De santiamén abandono la hamaca yendo dispuesta a colocarme para impulsarlo de la misma forma que él lo hizo conmigo, sin embargo fracaso de manera titánica en la labor: no tengo fuerza para levantar en pendiente hacia atrás la hamaca, con todo y con él encima.

— ¡¿Por qué eres tan pesado?! –me quejo.

— Crecí como un niño bien alimentado...–sugiere.

Chasqueo mi lengua viéndole de reojo el perfil.

— ¿Y? –agrega– ¿Ya te diste por vencido?

Lo cierto es que sí pero no es por eso que prorrumpo un ruido de fastidio con mi boca, sino por aceptarlo. Y eso hago: acepto que no podré impulsarlo de la manera tan frenética en que él tiró de mi hamaca. Así que como una pequeña venganza doy un manotazo a su espalda.

— Vengativa.

— ¿Y qué? –reto al aparecer por el lado de su perfil que busca verme el rostro.

Digamos que proporciono tal acercamiento con ganas de ir a una mayor revancha, misma que no se da cuando Axmiel contesta.

— Todavía eres demasiado cálida y me encanta.

— Lisonjero...

No salta ninguna respuesta en el pequeño y estúpido tira y afloja que he construido por querencia de bromear. Su mano se aproxima a dónde está la mía sosteniéndose en el hierro y resbala hasta que su palma se posa sobre mí agarre, como chaqueta que esconde debajo de sí la blusa. Por ende no me muevo, sino que persigo con detalle y alteración su siguiente movimiento: me rodea con su otro brazo y me acerca a su figura que permanece sentada. Por mi parte estoy de pie pero para algo sirve que me saque unas dos cabezas. Y eso es para besarme.

Al instante cierro mis ojos; entreabro mis labios y recibo el tacto de los suyos, tan sutiles como el rocío en hierba fresca después de la madrugada.

— ¿Y ahora qué tienes para decirme?

— De momento se me han nublado las ofensas...

— Tengo algo para ti –puntea su índice.

En consecuencia, ambos imponemos espacio entre nuestros cuerpos: él para ir a un bolillo y yo para ver mejor de qué se trata.

— Espero que no tengas uno de éstos –se dice.

— ¿Uno de qué? –apremio– Déjame ver...

Estoy atenta a lo que revelen sus manos, sin expectativas pero feliz porque es obvio que se trata de un regalo suyo. Sea lo que sea ya quiero verlo pero él no me deja al instante, sino que posiciona sus dos manos juntas, una encima de la otra, como niño pequeño que esconde en su interior un cucullo o un anfibio.

— No es la gran cosa...

— Vaya, vaya –aporto colocándome las manos en la cintura, para examinarlo– ¿dónde está el chico que me dijo una vez: deja de minimizar lo que pienso de ti, o lo que significan para mí las acciones que tienes conmigo?

— Aquí. Sí ese fui yo pero el caso es que desearía tener detalles más objetivamente grandes contigo pero...vi esto y no me contuve.

Para entonces sus palmas se abren como evocando a una concha y debelan en su interior un llavero de plata con un dije en forma de taza de café con un bigote negro diminuto tallado en la parte frontal.

— Me fijé en que el llavero de cerrar la bodega en lo de Pipa tiene uno similar con la forma de capuchino y como era obvio que tú lo compraste, me di a la labor de reglarte uno y además, pensé en que lo necesitarías para las llaves de ese departamento que buscas tener en la ciudad. Si lo ves desde mi punto de vista, es un adelanto en mi labor de ayudarte a encontrarlo –exhibe.

Me lo extiende y lo tomo viéndole con todo el amor del mundo.

— Por supuesto que lo es. Y ten por seguro que en eso mismo lo usaré.

El Caos de los Chuker © Completa ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora