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Esas dos chicas encorvadas al lado del capitel me causaron mucha gracia. Eran tan obvias que no sé cómo no fueron tomadas en cuenta por nadie más.

Excepto por Sardrián, que ahora me ve desde su asiento al otro extremo. Los nervios están consumiéndolo. Por esa razón lleva más de cinco minutos moviendo su palma como si leudase masa. Y en consecuencia de verlo así, el frescor del chiste que me causaron las chicas detrás de la columna, ya es pasado.

A mí me interesa el presente: en donde interrogan a Raeél por un crimen que no cometimos. Pero del cual somos los responsables a conclusión de la policía. Si a ello le suman que seamos sospechosos y hermanos. Saben que nos encubriremos, pese a que ningún delito hay debajo de nuestras tapaderas. Aunque nadie de este pueblo creerá en nuestra palabra al contarles la misma versión: éramos hijos de unos antiguos trabajadores, y en honor a ellos el matrimonio Harzal nos dio trabajo en su mansión de la colina. Según sabíamos, ellos estaban de viaje, no obstante, se encontraban muertos en sus recamara matrimonial.

Etrian los encontró y cometimos el error de llamar a la policía.

— ¡Tráiganme al segundo! –ruje desde adentro el alguacil.

Ante su petición, otros dos polis toman a Mirko y quienes quedamos nos inclinamos hacia Raeél.

— ¿Cómo te fue? –indaga Sardrián.

— Bien. Prácticamente son ellos los que hablan. Preguntan y preguntan...y si no les gusta la respuesta, vuelven a preguntar. No están, lo que se dice, muy interesados en conocer nuestra versión.

— Era de esperar...

En tanto hablo, mis hermanos que aún no pasan por el interrogatorio, murmuran entre dientes palabras que los liberan. Raeél toma asiento a mi lado y aguardamos que sea el turno de Sar. Entonces, la chica que antes bajó la escalinata e hizo compañía a la otra detrás la columna, viene hacia acá algo apenada. O aburrida.

Cuando se detiene, no voltea a ni a vernos pero no escapa de su radar nuestra presencia aquí. Pues queda a menos de un metro de nuestros asientos.

— ¿Mi padre está dentro? –cuestiona.

El guardia más joven le sonríe.

— Sí.

— ¿Podrías llamarlo? Ya he acabado con los archivos...–suspira.

— No puedo, está en pleno interrogatorio.

— ¿Y eso qué? –busca entender el protocolo– No va a suceder una catástrofe porque salga dos segundos a hablar conmigo, me quiero ir –ultima como capricho.

— Espera un poco –aconseja el guardia–, no ha de tardar mucho.

— ¿Y? ¿Mientras qué? –sondea parándose en un solo pie.

Si busca ser coqueta, no le sale.

— ¿Me tienes algún chisme? –finaliza.

— Na, no hay gran novedad: Marian llegó hoy de vacaciones, Lilian anunció en la mañana su petición de retiro y Juan prometió otra vez que dejará el alcohol.

La chica curiosa forma una «O» con sus labios pequeños y palmea el marco de la puerta por la que hace poco adentraron a Mirko.

El resto de nosotros miramos al suelo pero, al menos yo, continúo oyendo su conversación. Ahora un tono más bajo.

— ¿Y bien? ¿Le has hablado a Iria de mí?

— ¿De ti? –exhala un bufido con guasa– ¿Y qué le voy a decir? ¿Eh? Qué te encanta como prepara el café...

El Caos de los Chuker © Completa ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora