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Las sortijas me molestan en cada uno de los dedos. Así que me los retuerzo mientras aprovecho para ver de reojo a Matt. Él no ha querido darme explicaciones de este rescate tan inusitado. No obstante, es imposible que resista mantenerme al margen por un segundo más.

— ¿Qué ha sido eso? –carraspeo dispuesta a citar las palabras antes dichas por Izer– Llévate lejos a esta flaca y no se les ocurra volver aquí, ahora es tu turno de cumplir Mateo. ¿A qué se refería?

— Eso no te compete.

Chisto con índole indignada.

— ¿A no? No me compete pero ese loco me quema con un asador para secuestrarme y después dejar que me vaya.

— Solo te protegí de ellos, no estoy obligado a solventar cada una de tus dudas.

— ¿Por qué en algún hipotético caso nosotros querríamos volver allí?

El silencio se prolonga dentro del auto, Matt prende la radio.

— Izer no me sacó de la cajuela –destaco– ¿Quién más está allí?

— Ves muchas películas, Iria.

— No son películas, es intuición. Él no quería que viera más de la cuenta para que no diera aviso a la policía una vez tú vinieras por mí. Por favor, Matt.

— Mirta Harzal está viva.

Una frialdad repentina se acomoda en mi nuca como si una mano invisible me quisiera ahorcar desde adentro hacia afuera.

— Detén el auto –pido; más no es un ruego.

Matt direcciona el timón para bajarse de la carretera. Estaciona y apaga la radio sin que se lo pida, aunque se lo agradezco.

— ¿Por qué estas contándome esto?

— Bueno, andas insistente, así qué...

— No –descarto–. Tienes miedo.

— No es miedo, tampoco estoy en peligro y tú estás a salvo. Iria no me importa nada más pero hay algo que no me deja dormir por las noches y eso es...saber esto y no tener con quien hablarlo.

— ¿Quieres contarme? Estoy dispuesta a escuchar.

— No sabes que bien se siente escuchar eso –aprecia–, aunque no estoy seguro de si el resultado será bueno después de todo.

— Creo que solo hay una forma de saberlo y esa ahora mismo reside en la decisión que tomes. Puedes contarme o no.

— En la madrugada del último día de Carnaval llevé a Izer a su casa porque él estaba demasiado ebrio. Yo lo estaba igual pero al menos lograba mantenerme sobre mis dos pies. Sin embargo, la lucidez volvió a mi cuerpo cuando me retiraba y encontré a Mirta Harzal merodeando por la casa. Imagínate...creí que estaba viendo a un fantasma, y corrí, hacia el dormitorio de mi amigo.

— ¿Para qué fingiría esa mujer su propia muerte?

— No lo sé. Cuando llegué con él, Izer me apuntó con un arma.

Llevo ambas manos a la boca, no por causa de imaginar tal escena, sino por la confirmación de que Izer es un matón.

— Ella lo calmó. Sugirió que hablase conmigo como "buen conciliador" y él obedeció. Izer me contó que la estaba escondiendo en el sótano de su casa, comentó que ella tiene asuntos pendientes con los Chuker, me habló de ellos y me dejó marchar. Aunque si Mirta hubiese querido hacerme daño él habría disparado esa arma. Haría cualquier cosa por esa mujer, me dijo al inicio de la conversación, siempre se trató de ella: el primer beso, la primera vez. Desde pequeño, incluso si era la mujer de su tío, la deseaba. Me hizo prometer que no lo contaría a nadie.

El Caos de los Chuker © Completa ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora