Capítulo cuatro

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Estaba hecha un caos. ¿Cómo se suponía que resolvería tantas incógnitas? Mi cabeza me obligaba a buscar respuestas, pero no sabía por dónde comenzar.

Me volvía presa de la curiosidad cada segundo que pasaba.

Luego de lo que pasó la noche anterior, no sé qué pensar.

A nadie en su sano juicio le persigue un sujeto de ojos rojos, ¿no?

¿Estaré loca?

Bajé las escaleras hacia el despacho de mi padre.

Estaba dispuesta a exigir respuestas, él las sabía y de eso no me cabía duda.

Sin siquiera tocar, violentamente, entré a su estudio.

—Ya no quiero más mentiras, quiero... —Paré en seco, cuando vi que no estaba solo.

Estaba Neill, y otra persona.

Era un alma negra, era mucho más alto que Neill.

Su cabello era un tono gris-blanco, así como el de mi supuesto guardaespaldas, sus ojos eran grises azulados, y su rostro era fino. Su tez era tan blanca como un papel.

Su semblante era serio y frío, típico de ellos.

—Creí que te había enseñado a tocar, Dian —mi padre me llamó por mi segundo nombre. Esto no era bueno.

Estaba como una estatua. Sin poder moverme, no sabía qué hacer o decir.

La vergüenza me había acorralado.

No debí hacer eso jaja.

—Pensé que estabas solo —comenté, sonriendo falsamente.

—Por algo te digo que toques antes de entrar, ¿no?

Ambos rubios me miraban curiosos.

—Así que tú eres Kiae —dijo el más alto de todos—. Quién iba a pensar que serías una de las...

—No hablemos de esto frente a ella —interrumpió mi padre.

Aquel misterioso hombre, se posó frente a mí, y esbozó una sonrisa ladina.

—No. Quiero saber lo que tienes que decir —hablé, firme.

El joven frente a mí, alzó sus cejas en un gesto de: "Qué curiosa eres."

—Déjenlo terminar —dije—. Prosigue.

—Decía que, me sorprende el que seas una de las elegidas, y que tu sangre, huela tan exquisita aún siendo una simple humana, o eso es lo que me han dicho que eres —comentó, aspirando el aire. Como si fuese su olor favorito—. Te haría mi pareja, si no fuese porque ya eres de alguien más importante.

Todo me estaba dejando más confundida.

—¿De qué hablas? —pregunté, nerviosa.

—¿No lo sabe? —preguntó, como si el hecho de que yo no supiera, fuese un grave problema—. Señor Goen, con todo respeto, le aconsejo que se lo diga. Porque créame que no le gustará ver a mi rey enojado si se entera de esta situación.
》Y eso puede traer graves consecuencias para usted. El rey quizá lo tolere por ahora, pero no podrá hacer nada cuando ella cumpla su mayoría de edad. Y menos si su sangre reclama con ansía la de él.

¿"Él"?

—¿Quién es "él"? —pregunté, aún con mi pequeño cerebro y unas pocas neuronas tratando de asimilar lo que dijo aquel hombre.

Él me miró y sonrió.

—"Él" es tu alma gemela, querida Kiae. Fue un gusto conocerte —dijo, para dirigirse a la puerta e irse, pero antes dijo algo aún más confuso—. Señor Goen, no podrá ocultarla por mucho tiempo. Se lo advierto, él vendrá por ella, sus sangres se desean con desesperación. Espero entienda eso, con permiso.

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