Capítulo treinta y tres

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—¡No voy a permitir que tomes ese trono y mucho menos que te cases con ese idiota! —exclamó mi padre, enojado.

—La decisión no es tuya, y ya está tomada —informé, con firmeza—. Y mucho cuidado con sus palabras, señor Goen, no está refiriéndose a cualquier persona.

Él esbozó un gesto de incredulidad.

—Quiero que sepa. —Lo miré fijamente—. Que no va a hacerme cambiar de opinión ni decisión. Tomaré el cargo que por sangre y ley me pertenece, y me casaré con el rey Loen.

Pasó una de sus manos por su rostro, frustado.

—Él mató a tu madre, y solo te usará.

Hundí mi entreceja.

No podía creer que aún siguiera mintiendome.

—Y aún tienes el descaro de seguir mintiendome —escupí, con asco—. ¿Sabes una cosa? Con todo lo que sé, no me extrañaría que tú mismo hayas sido el que mató a mamá.

—¡Como te atreves a siquiera pensarlo! —repuso, ofendido.

—Dígale la verdad señor Goen. Lo merece después de todo —comentó Are.

Y eso fue todo para desatar el mar de preguntar en mi cabeza.

Los miré confundida a ambos.

—¿Qué verdad? —pregunté, esperando que alguno de los dos la dijera de una vez por todas.

Esto se está poniendo interesante...

Calla ya. Esto es serio.

Uy perdón.

—Dígale señor Goen, dígale que usted es la cabeza de una organización de cazadores de obsirios... —soltó Are.

—¡NO ES CIERTO! —se defendía.

Mi corazón se detuvo.

Mis pulmones dejaron de funcionar.

—¿Qué? —fue lo único que pude articular.

—No es cierto Kiae, soy tu padre. Me conoces desde que eras una niña...

Y porque lo conozco desde que era una niña, todo empezó a encajar a la perfección. Como las piezas faltantes en un rompecabezas.

—Por eso nunca me hablabas de tu trabajo... —dije, uniendo todas las piezas—. Por eso nunca me hablaste de mamá... ¡¿Qué demonios tenías en la cabeza?! ¿¡Con qué cara me mirabas todos los días!?

—Kiae...

—¿Mataste a mamá? ¿Podrías siquiera decirme la verdad una vez en tu miserable vida? —pedí, con los ojos llenos de lágrimas.

Esperaba que en verdad dijera lo que había pasado realmente. Guardaba la esperanza de que dijera que no, y que almenos él sabía dónde estaba ella o lo que le había pasado.

En cambio, recibí el gran golpe de la realidad cuando habló...

—Era necesario —soltó sin más.

Sentí mi corazón hacerse pedazos, romperse como un cristal.

Quise arrancarle la cabeza, degollarlo, romper cada uno de sus huesos viéndolo retorcerse de dolor.

Pero me quedé inmóvil.

—Ella quería arrebatarte de mis brazos, pero tenía que llevar a cabo mi misión, y aproveché el momento...

—¿Qué misión?

Él solo tenía su mirada perdida en la nada...

—Matarla.

Sentí mi sangre hervir, quemar mi piel de la ira que corría por mis venas.

—¡Eres un maldito! —mascullé con odio, abalanzandome hacia él, pero Are me detuvo—. ¡Déjame romperle la cara! —grité.

—Shh calma Kiae, todo está bien... —susurraba Are en mi oído sin parar—. Todo está bien.

No hice más que echarme a llorar en sus brazos.

—Sácame de aquí —supliqué—. Y nunca permitas que vuelva a verle la cara a este maldito.

—Kiae, hija...

—¡En tu maldita vida vuelvas a llamarme así! —zanjé.

Rápidamente Are me envolvió en sus brazos, dejando mi rostro contra su pecho, yo cerré mis ojos, esperando a que cruzaramos el portal.

En cuestión de segundos se separó un poco de mí y tomó mi rostro en sus manos.

Pude observar el cielo azul que me indicaba que ya estábamos en Obsiris.

—Oye... Lamento eso —consoló, limpiando con su pulgar una lágrima solitaria que bajaba por mi mejilla.

Yo negué con la cabeza.

—Necesito sentirme cerca de ella —dije. Are inmediatamente supo que me estaba refiriendo a mi madre.

Asintió y llamó a su chófer.

A los segundos, una camioneta se estacionó frente a nosotros. Ambos nos subimos.

No hablamos de camino al aeropuerto.

Nos dirigimos al campo abierto y visualicé un jet privado. No quise decir nada, no me sentía de humor, y agradecía que Are entendiera eso.

No podía creer lo que había hecho mi padre.

¿Cómo pudo?

¿Solo la enamoró para matarla?

¿Tan cruel fue?

Estaba muy confundida, me sentía agotada, necesitaba dormir un poco.

Afortunadamente, en el jet había una cama, así que le informé a Are que descansaría un poco. Él mencionó que el vuelo duraría diez horas, pero que haríamos una parada de descanso.

Así que me recosté un rato y cerré mis ojos, evadiendo y descansando de todas mis preocupaciones.

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Uy Kiae, no hay un solo momento de felicidad para ti.

Voten :3

Me despido 💖
Atte: Autor Anónimo.

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