Capítulo treinta

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Agarré su mano y juntos cruzamos un portal que nos llevó hasta en medio del bosque.

Lo curioso era que el clima era cálido, y había una mesa para dos. Con la cena servida al igual que el vino. Unas velas que daban un toque sutil.

Todo perfectamente preparado, bajo la luz de la luna.

—¿Lo hiciste todo tú? —pregunté.

—Te sorprendería, pero sí. Exclusivamente preparado para ti.

No conocía el lado romántico de Are, pero me estaba pareciendo aún más atractivo.

Movió la silla para que me sentara y así lo hice.

Él rodeó la mesa para sentarse y ambos empezamos a comer tranquilos, mientras hablábamos de anécdotas.

—Un día iba en el carro de mi papá y de repente hubo una curva cerrada, me apoyé de la puerta del copiloto y como no tenía seguro, se abrió y allá fui a rodar —relaté, mientras ambos nos echábamos a reír.

—Yo una vez derramé aceite de auto en el carro de nuestra tutora sangreal...

—¡No! ¿Qué pasó después?

—Todos vimos cuando abrió la puerta de su auto, todo el aceite se embarró en sus pies y gritó como una loca de la rabia que tenía. —Me eché a reír.

No podía creer que él fuera así de tremendo cuando era un jovencillo.

Me dolía la panza y las mejillas de tanto reír.

La cena ya la habíamos acabado, y el vino también, así que Are me preguntó si era mejor irnos...

—Sí, tengo muchísimo sueño —respondí.

Ambos nos colocamos de pie y él volvió a agarrar mi mano, pero esta vez me atrajo hacia él en un abrazo.

Lo rodeé con mis brazos, apreté fuerte y cerré mis ojos, pude sentir el exquisito aroma que su sangre emanaba. Era delicioso. Nunca me cansaría o empalagaría de sentirlo.

Sentí un pequeño mareo, me indicaba que ya estábamos de vuelta en casa.

Me separé solo unos centímetros de él y lo miré a los ojos.

Estábamos muy cerca, quería besarlo.

Hazlo.

—Gracias por esta noche —le dije con una sonrisa.

—Gracias a ti por permitirme pasar esta noche contigo.

Acercó sus labios a mi frente, depositando un tierno beso en ella.

Sonreí como una tonta.

Él aprovechó nuestra cercanía y con una de sus manos acarició una de mis mejillas.

No podía dejar de mirar su rostro. Era simplemente hipnotizante.

—Que descanses, Kiae... —susurró, mientras sus dedos bajaban por mi cuello.

Su tacto ya estaba causando desastres en mi piel y en mi interior. Cerré mis ojos, disfrutando de todas esas sensaciones.

Mi mente empezó a fantasear, así que rápidamente abrí mis ojos y lo miré.

Llevé mis manos a su rostro, para acercarlo un poco a mí y besarlo.

Él ni corto ni perezoso llevó sus manos a mi cintura y atrapó mis labios, encajandolos perfectamente con los suyos. Se movían en sincronía perfecta, como si estuviesen hechos el uno para el otro.

Era un beso tierno, suave y lento.

disfrutaba de su suavidad y la ternura que me transmitían en cada roce. Podía jurar que nunca en mi vida logré ni lograré sentir esto así como lo siento con él.

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