Capítulo diez

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Puede decirse que la palabra que puede describir mi vida en estos momentos y para siempre es: confusión.

Cada día había otra nueva interrogante, y lo peor era que necesitaba desesperadamente las respuestas.

Las sorpresas no dejaban de aparecer, cada una caía sobre mi cabeza como caca de pájaro: desprevenida.

Are se encontraba a mi lado, ambos mirábamos expectantes a la mujer, quien estaba a punto de hablarnos...

—Hay una profecía que dicta que dos personas, una de sangre tan pura, y otra de carácter tan fuerte y noble a la vez, estarán destinadas a unirse por medio de sus sangres, y cuando ambas sangres se unan, crearán tal divinidad y perfección que devolverán todo lo que el Dios supremo hace miles de años perdió —relató, con tranquilidad.

Está bien, muy buena historia, pero ¿eso qué tiene que ver?

Vinimos a buscar una respuesta, se supone. No a buscar más preguntas sin respuestas.

Are se acercó a ella a preguntarle algunas cosas que no pude oír, pero pude escuchar las respuestas de la mujer...

—Sí señor... así es. Es ella, todo se creía imposible y ahora está sucediendo, sí es ella mi señor —decía, amablemente.

¿Está hablando de mí?

¿Acaso tenía algo que ver con esa "profecía"?

Ni siquiera sabía si era del todo cierto.

—Kiae, vámonos —ordenó Are, agarrando mi brazo y tratando de llevarme a afuera.

—No, espera. ¿Qué quiso decir ella con todo eso? —indagué, reteniendo su andar.

—Te lo explico afuera, ven —dijo.

Me dejé llevar y afuera de la cabaña, nos sentamos en un viejo tronco.

Are sacó un teléfono de su bolsillo y decidió llamar a alguien.

Miré a mi alrededor, todo se estaba oscureciendo, ya casi caía la noche...

—Es ella... Vamos de regreso... Perfecto. —Colgó y se dirigió a mí.

—¿Qué sucede? —pregunté, con la intriga a tope.

—Te diré todo, pero ambos necesitamos descansar —dijo—. Por lo tanto, volveremos al... a mi casa.

Lo miré confundida.

Si bien era cierto, Are me brindaba seguridad, la cual yo aún no tomaba del todo muy bien.

Él seguía siendo un extraño para mí.

—¿Puedo confiar en ti? —indagué, esperando su pronta respuesta.

Él se acercó a mí, llevó una de sus manos a mi cuello y acarició ligeramente la zona.

Cerré mis ojos ante la sensación que eso me causaba...

—Abre tu corazón y tu mente, siente lo que tu cerebro te impide sentir —decía, haciendo círculos con sus dedos en mi piel—. Mírame como tu sangre me desea y no como tu mente me rechaza por ser un desconocido que conoces perfectamente, y recibirás la respuesta.

"Desconocido que conoces perfectamente."

—Yo... no puedo... —Suspiré, pesadamente.

—Sí puedes, en el fondo sabes muy bien quién soy, solo abre tu mente a aquel miedo de lo desconocido, porque eso que sientes que no conoces, en verdad, sí sabes qué es.

Aún con los ojos cerrados, traté de hacer lo que él me decía. Y sin esperarlo, sus brazos me rodearon.

Apesar de que él es mucho más alto que yo, sus brazos me atrajeron a su torso, y me abrazó, fuerte, como si de verdad lo necesitara.

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