Capítulo seis

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Había gato encerrado.

—Entonces, ¿vas a darme libertad? —pregunté a mi padre, que se encontraba sentado junto a mí frente al televisor, mientras veíamos las noticias.

Supuestamente había un anuncio de última hora.

Pero no pudo responder gracias a la interrupción de la importante noticia.

—Agradecemos su sintonía... Y con ustedes, Su majestad, el rey Loen Codenleph de Obsiris... —anunció un reportero.

Ese nombre me resultaba vagamente familiar, pero en el mar de mis pensamientos no pude encontrar información relacionada.

Al parecer no había imágenes o video, solo era un audio.

Bendiciones a todos y a todas. Es de mi gran gusto y honor, informarles que ya encontré el amor. Así es, escucharon muy bien. Al fin voy a casarme.

Santa Virgen de las voces varoniles, esa voz era como una melodía para cualquier mujer que sueñe con un príncipe azul, claramente yo no, pero las vibras de su voz eran calmas y determinantes. Habla con mucha seguridad.

Y esa era la importante noticia.

¿Es en serio?

Espero contar con su alegría por mi gran casamiento. Será lo más pronto posible. Ya no puedo esperar —Sonaba muy emocionado.

Emoción para unos, desgracia para otros...

Y terminó la transmisión.

Vaya notica.

¡Hurra!

Bufé mentalmente.

Miré a mi padre, quien tenía una gran sonrisa en su rostro.

—Serás libre cariño, serás libre —su tono me daba miedo. Parecía un lunático, pero cumplió su palabra.

Me dejó salir con más frecuencia.

Los preparativos para la boda empezaron a realizarse.

Me preguntaba si aún era necesario casarme.

—Sí lo es. Recuerda que estarás más segura conmigo —decía Neill, siempre.

Confiaba en que luego de un par de meses, luego de haber planeado una escapada de este país, podría divorciarme, Neill prometió firmar el divorcio.

No me había ni casado, y ya pensaba en la separación.

—Papá, saldré al centro de comidas —avisé.

—Está bien cariño, Neill se quedará conmigo, pero otros irán contigo.

Genial.

Salí de la casa, y tres hombres esperaban por mí en un auto.

Subí y nos dirigimos al centro de comidas.

Extrañaba ir y comer la carne que siempre preparaban ahí.

Al llegar, pido lo mismo de siempre, y busco mesas.

Pero todas estaban llenas.

Genial por dos.

Había una mesa de seis personas, en la que solo había una. Lo curioso era que esa persona estaba leyendo un periódico.

No podía ver su rostro.

Así que me acerqué y le hablé:

—Disculpe, ¿puedo comer un momento aquí? Es mientras se desocupe otra mesa —El nerviosismo se hizo presente.

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