Capítulo dieciséis

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Ahí estábamos los dos, frente a la terraza, mirándonos fijamente, como si no nos soportáramos.

—Ya te dije que no puedo dejar que salgas sola —dijo, con ese característico aire de superioridad.

Después de todo era un rey.

No estaba desafiando a cualquier persona, y creo que debería agradecer que no me ha enviado de patitas para la calle.

Pero aún y él siendo un rey, me gustaba desafiarlo. Como si a todo mi ser le encantaran los retos. Y para mí, Are estaba siendo el mayor de todos.

Me planté firme y le dije:

—No necesito de tu maldita protección. Yo puedo protegerme sola —enfaticé cada palabra.

Esbozó una pequeña sonrisa de suficiencia.

—No me digas que... podrás defenderte de un obsirio.

—Sí puedo —aseguré, pero en realidad no estaba segura de eso.

Él se inclinó un poco, mientras su rostro se llenaba de malicia.

—De un obsirio, que tan siquiera una sola bofetada puede dejarte inconsciente por hasta una semana entera, un solo forcejeo puede quebrarte cada uno de tus pequeños y débiles huesos. —Bien, eso dolió—. Una mirada que puede sentir tu miedo desde kilómetros. Dime Kiae, ¿puedes defenderte de un obsirio? o ¿prefieres averiguar qué tanto puedes defenderte de uno?

Tragué grueso, pero el solo hecho de ver cómo él trataba de hacerme sentir débil, hizo que toda mi sangre hirviera.

Di un firme paso adelante, acercándome peligrosamente a él, quedando a solo un par de centímetros de su rostro.

Su mirada penetrante no lograba intimidarme.

—Sí puedo —repuse, como si nada ni nadie pudiese hacerme creer lo contrario.

Él volvió rápidamente a su postura normal.

Sus ojos no abandonaban los míos.

—Bien —dijo, serio.

Se giró para irse, y antes de perderse bajando las escaleras, giró un poco su cabeza, sobre su hombro y sin mirarme, pero refiriéndose a mí, dijo:

—Pero cuando estés en peligro, y no puedas con uno de ellos. No podré salvarte.

Eso de alguna manera, me mandó un escalofrío que recorrió todo mi cuerpo.

Almenos yo sabía algo de defensa personal, y obviamente no me dejaría estar sola en algún callejón o algo parecido.

Tampoco creo que salga en la oscuridad, eso sería el doble de peligroso.

Bajé a la cocina, por un vaso de agua, me hacia mucha falta uno. No había rastro de Are por ninguna parte, y al estar en la cocina vi que Nua entró.

Todas las preguntas que quería hacerle empezaron a llegar una por una. Volvían a mi mente como pequeños fragmentos de recuerdos de una noche muy loca.

—Nua —nombré—. Quiero hacerte unas preguntas, si puedo, claro.

Él me miró extrañado, pero me dijo que sí y juntos nos sentamos en la isla de la cocina.

Suspiré, tratando de ordenar todas mis dudas y manteniendo la calma.

—Para empezar... Una vez recibimos el comunicado de que el rey iba a casarse. ¿Qué pasó?

Nua dudó en responder, podía notar su inseguridad.

—Bueno... eso solo fue una excusa.

Lo miré confundida.

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