Capítulo cuarenta y siete

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Cinco meses después...

—¡ARE! —exclamaba con todas mis fuerzas mientras el segundo bebé iba saliendo—. ¿¡POR QUÉ DEMONIOS  ESTÁS AHÍ PARADO COMO SI NADA!?

El pobre no sabía qué hacer o cómo moverse siquiera.

—¡HAZ ALGO! —grité, mientras un dolor inmenso se instalaba con intensidad en mi cuerpo.

—Cariño, estoy apoyándote, no te preocupes y puja con toda tus...

—¡CÁLLATE! ¡COMO NO ERES EL QUE ESTÁS SUFRIENDO! —exclamaba, aún pujando—. AHHHH MALDITO DOLOR.

Tras gritar lo último, escuché un segundo bebé llorar.

Todavía falta otro...

No me lo recuerdes.

—Por el santo cielo, y todavía falta otro... —murmuré, con la voz quebrada.

—Te dije que mejor fuese por operación para que no sufrier...

—CIERRA LA BOCA —regañé, con furia.

No lo iba a aceptar.

No iba a aceptar que era mejor con anestesia y toda la cosa, pero estaba encaprichada con sufrir el parto porque pensé que sería fácil.

—Su majestad, ¿cree que puede resistir...?

—SÍ MALDITA SEA —grité.

—Cariño, relájate... —dijo Are, acercándose a mí y acariciando mi sudorosa frente.

Eso logró calmarme un poco, pero demonios.

Ahí volvían otra vez las contracciones.

—Ahí viene —chillé, sintiendo ese fuerte dolor.

—Su majestad, puje...

—¡No me ordenes lo que ya sé que tengo que hacer! —refunfuñe, mientras volvía a mi labor.

Miré a Are.

—Tu mano —le indiqué, para tener algo en qué descargar mi fuerza.

Él nego rotundamente, pero le supliqué con la mirada, hasta que accedió a regañadientes.

—Otra vez no... —susurró, mientras me daba su mano derecha.

La izquierda ya había sufrido con el primer bebé.

Con fuerza apreté su mano, mientras pujaba con todas las fuerzas que me quedaban.

Me sentía muy débil, y el dolor me estaba ganando la batalla.

Mis ojos se sentían cada vez más pesados y aún no lograban sacar al tercero. Mis fuerzas fallaban y corazón se empezaba a relajar demasiado.

No. Kiae, falta uno, falta uno maldita sea. ¡ERES UNA PVTA SEMIDIOSA SACA ESA MALDITA FUERZA Y ÚSALA! ¡CARAJO!

No puedo...

Abrí débilmente mis ojos y traté de pujar, pero las energías estaban bajo cero.

—Su majestad, puje —escuché a una asistente.

—¿Pequeña? ¿Qué pasa? ¿¡QUE LE PASA!? ¡Hagan algo maldita sea! —escuchaba la desesperada voz de Are.

Volví a abrir mis ojos, y miré a mi izquierda, ahí se encontraba Are, mirándome con preocupación. Por alguna extraña sensación miré a mi derecha.

Estaba la silueta o mejor dicho, el fantasma de un hombre...

Todo mi cuerpo estaba adormecido por los dolores, no me extrañaba tener alucinaciones. Pero raramente su silueta se me hacia muy familiar...

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