Capítulo cuarenta y cinco 🔥

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Are me miró con sus ojos brillosos y llenos de un sentimiento tan puro y penetrante... deseo.

Toda mi piel se erizo al sentir su mirada como si fuese un simple roce.

—Tú y yo tenemos cosas pendientes... —coqueteó, su tono era tan bajo y ronco que mis ganas de sentirlo crecían en mi interior.

Inconscientemente me mordí el labio inferior.

Asentí lentamente, y le mandé una mirada casi diabólica.

No podía soportar las ganas de estar con él, pero no sería esta noche. Él había reservado un lugar especial para nuestra celebración después de la boda.

—Empaca tus cosas, no aguanto un segundo más —comentó.

Subí rápidamente a mi habitación y encontré a Susi guardar unos vestidos que había lavado.

—Susi, necesito que empaques todo lo que compré para estas tres semanas —ordené, sacando una gran maleta para meter las prendas.

Ella asintió y empezó a sacar toda la ropa que le indiqué.

—¿Y quién se hará cargo de Obsiris mientras tanto? —preguntó.

—Nua Codenleph —respondí, pero algo muy raro sucedió.

El ambiente se había tornado extraño, olía a nervios y deseo. Pensé que era Are, pero ese no era su olor. El olor venía de Susi.

—¿Te pasa algo Susi? —le pregunté. Ella negó rotundamente, como si no quisiese hablar de ello.

Entrecerré mis ojos, analizandola. Ella parecía muy nerviosa.

Claro.

—¿Nua es tu sangre correspondida? —indagué, pero ella salió corriendo de la habitación como alma que lleva el diablo. Más rapido que un correcaminos.

De lo que uno se entera...

Solté una risilla mientras seguía empacando.

...

—¿Nua ha encontrado a su sangre destinada? —pregunté a Are, mientras acariciaba su torso desnudo.

—No. ¿Por qué?

—Mencioné su nombre ante Susi y se puso muy nerviosa.

Are exhaló con fuerza, y ese gesto me hizo entender que había gato encerrado.

—Ella se obsesionó con él cuando era una adolescente, Nua era un poco mayor que ella y no podían tener nada pues no eran sangres correspondidas. Nua solo sintió atracción, pero ella estaba enamorada...

Pobre.

—Hasta que un día se lo confesó a Nua, y mi padre... —explicaba, con aparente resentimiento—. La humilló, y dijo que no eran sangres correspondidas y que no podían tener nada. Que mejor se fuera. Nua aún era un jovencillo, y no pudo hacer nada. Sentí tanta impotencia cuando Nua me contó.

No podía parar de pensar en cómo debió sentirse Susi.

Pobrecilla, era solo un jovencita.

Cerré mis ojos un momento y el rubor envolvió mis mejillas al recordar todo lo que hicimos esta noche.

Are me había dado la sorpresa de traerme a una isla.

Una isla bastante cálida, me comentó que la había comprado precisamente para traerme aquí.

Me levanté de la cama sin ninguna prenda y me asomé por el pequeño balcón del caserón. No había nadie en esta pequeña isla. Hasta creo que nadie sabía de su existencia, excepto los que se encargaban de darle mantenimiento.

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