Capítulo quince

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Era verdad.

La incertidumbre había cobrado vida dentro de mí, pero necesitaba controlarme.

Él me abrió la puerta de las respuestas, y aprovecharía cada segundo para saciar esta sed de explicaciones.

Aunque ya estaba un poco tranquila por todo lo que me dijo Are, aún necesitaba más.

—Estoy esperando... —dijo Nua, mirándome fijo.

Estaba pensando en muchas cosas que había olvidado lo que iba a preguntarle.

Mi mente por un instante quedó en blanco.

Trataba de agarrar aquella interrogante que no me había dejado en paz, pero parecía no poder recordarla o distinguirla en lo profundo de mis pensamientos.

Todos se veían borrosos.

No podía captar ninguna.

—No recuerdo lo que iba a preguntarte —pronuncié.

Nua suspiró y separó sus labios para hablar, pero un sonido seco y estruendoso sonó por todo el lugar.

Inmediatamente nos alarmamos y salimos de la habitación.

Nos encontrábamos en el segundo nivel. Esto nos permitió mirar lo que pasaba desde arriba.

En la sala de estar, yacía un hombre totalmente desconocido e inconsciente. Llevé una de mis manos a mi boca, por el asombro y sorpresa que sentí de solo pensar que estaba muerto.

A unos cinco metros de aquel sujeto, estaba Are.

Se veía furioso, se sentía cómo emanaba el enojo de todo su cuerpo. Su pecho subía y bajaba pesadamente. Su mirada se fijó en mí.

Su dura y seria mirada...

—¿Qué pasó? —me atreví a preguntar, aún con el miedo a flor se piel.

Sentía que cada parte de mi ser estaba temblando.

—Ese idiota quería arrebatarte de mi lado —espetó, con una voz tan grave que cualquiera que lo escuchara creería que mataría a todo el que se le atravesase en su camino.

—¿Está muerto? —pronuncié, temiendo de la respuesta.

—No lo sé, puede ser —mencionó, como si no le importara haberlo matado—. Nua, quiero a más de quinientos hombres si es necesario, cuidando esta propiedad. Y que ésto —dijo, señalando al hombre inconsciente en el suelo—. No se vuelva a repetir...

—Claro —acató Nua, bajando las escaleras y entrando a uno de los pasillos de la planta baja de la gran mansión.

En mi lugar me quedé quieta, como si no pudiese moverme.

Are desde abajo, me miró y habló:

—Voy a protegerte, cueste lo que cueste. Así tenga que matar a todos lo que siquiera traten de acercarse un solo centímetro a ti. Los mataré a todos —declaró, con firmeza y seguridad.

Sin decir nada más, desapareció por la entrada de la casa.

Quedé completamente sola.

Quizá habían personas del personal en otros lugares del castillo 《Sí así se le puede llamar a esto》, pero justo en ese momento estaba sola.

Salí de la prisión de mi padre, para entrar a otra.

Genial.

La única diferencia era que almenos estaba obteniendo respuestas, y eso me mantenía cuerda.

Suspiré y miré hacia arriba.

Me percaté de que el techo era de cristal. Un cristal que daba vista al gran cielo y a las nubes que parecían algodones de azúcar.

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