Capítulo veintisiete

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Abrí mis ojos lentamente, sintiendo pesadez y mucho cansancio.

Al principio no entendía lo que estaba pasando, pero al tratar de recordar lo que sucedió, un fuerte dolor de cabeza me lo impedía.

—Are —susurré. Fue lo único que se me ocurrió decir mientras trataba de entender lo que pasaba.

—Kiae... Soy Seri —escuché aquella voz femenina que se me hacia muy familiar.

—¿Dónde está Are? ¿Qué pasó? —indagué, preocupada.

Pude darme cuenta que me encontraba en la habitación de él.

Suspiré de alivio. Me sentí más relajada.

—Él está bien, se fue a resolver un asunto, pero dime ¿cómo estás?

Tenía un dolor punzante en la cabeza, pero supuse que era normal, debido al señor golpe que recibí.

Todo mi cuerpo dolía, como si me hubiesen molido a patadas.

—Estoy bien —respondí con voz ronca.

—Kiae... —nombró, indecisa—. Anoche cuando quedaste inconsciente, aquellos hombres al parecer sacaron una pinta de tu sangre.

Mierda.

¿Eso era bueno o malo?

Malo, obviamente.

¿Qué significa? —pregunté, intentando acostumbrarme a la situación.

—Ahora, un tal Neill está chantajeando a Are.

Carajo.

—Porfavor, explícate —pedí.

Ella resopló.

—Tu padre te quiere consigo, y mandó a Neill a planear todo esto del secuestro, pero no solo eso —explicó—. Ya que su plan falló, hizo que te sacaran sangre para chantajear a Are y poder llevarte devuelta a la tierra.

No estaba entendiendo nada.

—¿Por qué querrían mi sangre?

—Ese es el chantaje. Neill unirá su sangre con la tuya si Are no te entrega —dijo.

Pelamos.

No puede ser.

Maldito Neill.

—Si Neill hace eso, Are morirá —cuando dijo "morirá", algo dentro de mí caló hasta mis huesos.

Tenía que hacer algo para evitarlo.

—¿Qué puedo hacer?

Ella dudó unos segundos, pero habló:

—Tengo un plan.

Narra Are

—Tic toc... Suena el reloj Are —balbuceaba el idiota de Neill—. No quiero que esta exquisita sangre se derrame en este estante...

—¡La derramas y te mato!

—Entonces toma una decisión rápido. Es sencillo. O me entregas a Kiae o la vuelvo mía. Tú decides.

La ira recorría cada una de mis venas.

Déjame partirle la cara hasta volverlo cenizas.

No. Eso nos puede perjudicar.

—Qué triste. Tú perderás tu reino y yo lo ganaré —comentó en tono burlón.

Le mandaba miradas asesinas a lo que él ni se inmutaba.

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