Capítulo veintidós

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Hoy era el día en que comenzaba mi aprendizaje y mis entrenamientos.

Estaba muy nerviosa.

Me encontraba en un pequeño saloncito, que contenía cuadros de antiguos reyes y algunos estantes llenos de gruesos libros. Estaba esperando a la persona que me daría las lecciones y enseñanzas.

De repente, un señor que aparentaba los cincuenta años, entró por la puerta.

Ni modo, ¿por dónde más va a entrar?

—Su majestad —saludó, al mismo tiempo que hacía una reverencia.

—Ay no. No tiene que hacer eso, aún no soy reina ni nada...

—Pero por sus venas corre sangre real, lo cual...

—Que no. Solo trátame como si fuese uno de sus alumnos normales.

Él asintió.

—Como usted diga, señorita Kiae.

***

Luego de cuatro horas de leer artículos sobre los sucesos más importantes a lo largo de toda la existencia de Obsiris, me preparé para mis entrenamientos, y me dirigí a un espacio abierto y espacioso.

Había una mujer, vestida con ropa de ejercicio.

—Alteza —dijo, haciendo reverencia.

—No tienes que tratarme como tal, solo soy una alumna más, ¿si?

Ella asintió.

Empezamos con ejercicios de calentamiento.

—Por ahora, solo ejercitará su cuerpo, cuando haya crecido los doscientos centímetros, entonces se le será asignado un maestro sangreal —la miré confundida—. Los maestros sangreales, son los que se encargan de trabajar en la conexión entre el cerebro, corazón y sangre.

Yo asentí, entendiendo todo lo que explicaba.

—Su majestad, el rey Loen, me ha informado que tiene un evento importante esta noche, por lo tanto, no entrenaremos fuerte...

***

En el césped.

Terminé en el césped, tirada, agitada y casi muerta.

—No siento mis piernas —dije, en jadeos.

—Las lleva puestas, señorita Kiae —aseguró la entrenadora.

—¿De verdad? Ya creo que en cualquier momento se van huyendo de estos ejercicios mortales... —expresé.

—Señorita Kiae, solo ha corrido por cinco minutos.

—¿Y eso es poco para usted? Ya no doy más.

—Si le parece, podemos seguir mañana, para que pueda prepararse para el evento de hoy.

—Sí, gracias —agradecí.

A los pocos minutos, me levanté y entré a la casa, subiendo directamente a mi habitación.

Cuando entré, me sorprendí.

Había un hermoso vestido puesto en un maniquí.

Era verde, un verde oscuro muy lindo.

Había una pequeña tarjeta sobre la cama. Me acerqué para tomarla y leerla.

"Para que seas la más hermosa esta noche, y que las estrellas se opaquen por el brillo que denotan tus ojos...

Atte: Are..."

Sonreí como una tonta.

Estaba a punto de llorar porque el vestido era realmente hermoso. Esperaba con ansias que me quedara igual de perfecto como lo era él.

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