Capítulo once

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Mi padre quería verme, tenía mucho miedo.

Quizá tenía un plan para raptarme, o quién sabe.

Ya no confiaba en él.

Me dolía el que mi propio padre me hiciera y ocultara todo esto.

Quizá él no lo sabía, pero no le daba el derecho a meterme en una caja bajo llave solo para protegerme.

No era justo para mí, solo era una niña.

Una niña que perdió años de su adolescencia, que perdió años de vida y libertad.

—No puedo —dije, recordando todo lo que había pasado con él.

En el fondo, muy en el fondo, tenía miedo de lo que él pudiera hacer. Ahora que tengo más libertad, desconfío de mi padre como si fuera mi enemigo. Es decepcionante lo que siento por él ahora, el miedo que me invade de solo pensar en que puede encerrarme de nuevo y jamás permitirme salir.

—Estaremos contigo... —consoló Are.

—¿Estaremos?

—Un equipo de seguridad estará rodeandonos para mantenerte segura —aseguró, eso de alguna forma me daba seguridad—. Kiae... Quizá tu padre quiera ponerte en mi contra, pero debes saber que a lo que sea que te digan, siempre tendrá una explicación, y puedes confiar en mí.

Agarró suavemente una mis manos y la llevó a su pecho.

—Confía en mí, y en mi corazón que late así de fuerte por ti —su voz y rostro se habían relajado, ya no era aquel hombre frío y serio que vi la primera vez—. Escucha tu sangre y tu corazón, ellos siempre te dirán la verdad.

Sus ojos, él lucía tan frágil cuando hablaba de esa manera.

Yo asentí lentamente.

Juntos salimos de su inmensa casa, era demasiado grande, de hecho, era una mansión parecida a un lujoso palacio contemporáneo.

Todo esto me hacía pensar que él formaba parte de la nobleza o algo parecido.

Habían personas limpiando, moviéndose de un lado a otro.

Al salir, había un auto esperándonos.

Después de todo Obsiris no era tan diferente a la tierra.

Ambos nos subimos al vehículo y llegamos a un lugar en el centro de lo que parecía ser una ciudad.

—¿Dónde estamos? —pregunté, mirando todo a mi alrededor.

Habían grandes edificios, todo parecía de otro mundo.

Bueno, esto era otro mundo.

La tecnología aquí era diez veces más avanzada que la de la tierra.

Bajé del auto, y cuando lo hice, muchas personas olisqueaban hacia mi dirección, parecían perros apuntando sus narices hacia mí.

—Kiae, detrás de mí —indicó Are, agarrando fuertemente mi mano.

—¿Qué está pasando? —pregunté, nerviosa.

—Sienten lo exquisita e inusual que es tu sangre, pero... —explicaba, mientras me tiraba de la mano y nos acercábamos a un inmenso agujero negro en medio de una plaza—. Saben que eres mía, no pueden acercarse.

¿Perdón?

¿Escuché bien?

—No soy tuya —enfaticé

—Cruzaremos este portal, ven. —Me agarró del brazo y juntos pasamos aquel inmenso agujero negro.

Al cruzarlo, me percaté de que, Are tenía puestas unas gafas oscuras y una gorra.

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