Capítulo treinta y dos

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—Lo primero que harás, será ordenarle a tu sangre que te hable —expuso.

Estaba sentada en el cesped con los ojos cerrados, mientras el tutor caminaba a mi alrededor.

—Siéntete la dueña de ti misma —hablaba.

Seguía cada uno de sus pasos.

—Eres la única que puedes controlar todo lo que piensas y lo que haces, ordénale que te hable. Eres su dueña.

Háblame.

Le ordené, pero no acató mi orden. Se rehusaba.

—Señor Pol, se rehúsa —dije.

—Eres su dueña, tiene que hacer todo lo que tú le ordenes.

Lo volví a intentar.

Háblame. Es una orden.

Aquí estoy.

Lo hizo —informé.

—Perfecto. Ahora seguiremos con la conexión entre tu cerebro, corazón y sangre.

Y así fue.

Él comenzó a aconsejarme y decirme que yo era la que tenía total control sobre mi sangre y mi cuerpo.

—Tú eres el cerebro y mitad de tu corazón. Tu sangre es tu sangre y la otra mitad de tu corazón —refirió—. Tienes que saber controlarla para que sea difícil que se apodere de ti.

Y así pasaron los cinco días. Desde charlas reflexivas, hasta sensaciones de absoluto control sobre mí que nunca había logrado sentir.

Ya podía controlar mi sangre, pero el tutor mencionó que la sangre tenía conciencia propia y que si estaba pasando por un momento de debilidad o algún sentimiento fuerte, que ella podría tomar control sobre mí.

Recordé entonces lo que había pasado con Are cuando recién llegué aquí.

Había perdido el control de sí mismo.

Esperen...

¿Qué pasó con la habitación que tenía un sinfín de fotografías mías?

Nunca se lo había mencionado a Are, y ni siquiera me acordaba de ello.

No había hablado con Are desde hace cinco días, puesto que solo me despertaba para mis clases sangreales, luego iba a mis entrenamientos, y cuando siquiera lograba llegar a mi habitación caía rendida en la cama.

Él también estaba ocupado, prepraba la ceremonia de coronación que sería en tres semanas. Eso me tenía muy nerviosa.

También iría a hablar con mi padre luego de haber crecido los 2.20m, ya solo me faltaban 5 centímetros...

La próxima semana tendría que ver lo que usaría para la coronación...

Son demasiadas cosas.

—Kiae. —Escuché a Susi—. El rey Loen quiere verte.

Me levanté de la silla del comedor y me dirigí a su despacho.

La puerta ya se encontraba abierta.

Toqué tres veces y luego escuché el típico "adelante"

—¿Querías verme? —hablé.

—Siempre —dijo, con una sonrisa ladina.

Habían muchos papeles en su escritorio, él parecía demasiado exhausto.

—Ven, siéntate —ordenó, señalando su regazo.

Me acerqué, pero me senté en la silla al frente de él.

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