Capítulo dieciocho

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Tres días.

Ya han pasado tres días desde que le dije a Are que asumiría el trono y la responsabilidad que eso conlleva.

No he tenido mucho contacto con él, puesto que ha estado muy ajetreado con una celebración anual que tendrán.

Todas las personas en la mansión estaban de aquí para allá, así que decidí salir.

En estos momentos me encontraba alistandome, me había vuelto a poner el mismo vestidito veraniego de hace unos días. La demás ropa no era adecuada para salir, o almenos no como me gustaba.

Ya lista, decidí bajar las escalera y buscar a Are.

Él se encontraba en su despacho. Parecía concentrado firmando unos papeles. La puerta estaba ligeramente abierta.

Me asomé un poco y él inmediatamente alzó la vista. Mirándome de pies a cabeza.

—Estás... muylinda —dijo, volviendo su vista a los papeles de su escritorio—. ¿Qué necesitas?

Me sonrojé un poco por su cumplido.

—Yo... quería salir a comprar algo de ropa, pero no sé cómo es aquí —dije.

Dirigió sus ojos a mí, sin mover la cabeza.

Buscó algo dentro de una gaveta, y sacó una pequeña tarjeta. Y me la extendió.

—Con esto podrás comprar lo que se te antoje, y no quiero que te limites, compra todo lo que sea de tu gusto —dijo, tranquilo, aún teniendo toda su atención en los papeles de su escritorio.

No supe qué decir.

Me acerqué un poco insegura y agarré la pequeña tarjeta.

Era totalmente dorada y en una esquinita, tenía el nombre completo de Are, mientras que una gran corona estaba levemente marcada en toda la tarjeta.

—Aquí nos movemos con tarjetas y cifras. Nada de efectivo ni monedas —explicó—. Cada tarjeta es diferente, dependiendo de la sangre de cada obsirio.

Lo miré con el ceño ligeramente fruncido.

—Gracias —dije.

—Afuera te estará esperando alguien para llevarte al centro comercial —informó. Yo asentí y salí de ahí.

Su tono apesar de ser frío como siempre, era seco.

Me parecía extraño que no me asignara más de mil hombres a acompañarme. Al parecer estaba cumpliendo su palabra.

Pero eso me hacía sentir extraña, desprotegida y en otro caso, abandonada.

Estaba en un mundo totalmente diferente, donde todos podían acuchillarme con solo mirarme.

Cuando salí de la gran casa, vi que había un señor esperándome fuera de una camioneta.

Recorrimos largas calles, como si el castillo estuviese muy apartado de lo que era el centro del lugar, provincia o como le llamaran aquí.

Ya en el centro comercial, pude observar que no era nada diferente a la tierra. Lo único que me parecía extraño eran los grandes maniquíes. Asemejaban la altura de los obsirios, igual que toda la ropa.

¿Cómo iba a encontrar algo de mi talla?

Entonces, me fijé en las personas que pasaban a mi alrededor, y entre algunas veía a individuos que medían menos de 1.65

Era muy extraño, ¿serían humanos?

Decidí preguntarle a Are después.

Entré a la primera tienda de ropa que se cruzó en mi vista, pero la primera empleada al verme, hizo una mueca de desagrado.

—No entiendo porqué los duendes insisten en aparentar que su sangre es real a punta de colonias baratas... —murmuró.

No quise decirle nada, puesto que ella no sabía quién era yo.

—Hey tú —llamó mi atención—. ¿Qué crees que haces en una tienda tan prestigiosa como esta?

Su tono era muy discriminatorio.

Eso hizo hervir mi sangre.

No porque yo fuera alguien importante o algo así, sino el hecho de que no puede tratar así a los clientes.

Sean quienes sean.

Al ver que yo no respondía, me miró de arriba a abajo, juzgando cada centímetro de mí.

—Que asco —dijo, acompañada de un gesto de desagrado total.

Idiota.

Iba a abrir la boca para decirle sus verdades en la cara, pero me contuve al escuchar a otra mujer detrás de mí...

—Disculpe el trato que le dio mi compañera, ¿se le ofrece algo? —dijo, amablemente.

Iba a irme, pero había visto un vestido perfecto para mí.

Después de un rato de elegir y probarme ropa, al fin iba a pagarlo todo.

La muchacha grosera estaba atendiendo la caja, mientras que la que me había acompañado durante las elecciones estaba a lado de ella.

La cajera me miró con mala cara y susurró a su compañera:

—Capaz y no le alcanza pagar tantas prendas. —Su compañera le lanzó una mirada asesina.

Suspiré pesadamente y saqué la tarjeta que me había dado Are.

—Aquí está la tarjeta —señalé, alzandola para que la tomara.

Ambas, al ver la pequeña tarjeta dorada, abrieron sus ojos como grandes y redondos platos.

En especial el rostro de la grosera, parecía horrorizado.

Inmediatamente bufó, como si fuese imposible que esa tarjeta estuviera entre mis dedos.

—Debe ser falsa —dijo, apaciguando sus nervios y aparente miedo.

Le lancé una mirada retadora.

—Pruébalo —propuse.

Ella metió la tarjeta en un pequeño aparato y al parecer sí funcionaba, porque parpadeó múltiples veces.

Sacudí mi garganta esperando que cobrara.

—Disculpe, ¿quién es el dueño del local? —me atreví a preguntar.

Ella dudó en responder, porque mi pregunta fue directamente hacia ella, la grosera.

—El señor Nua Codenleph —respondió alfin.

¡Ja!

—¡Ah! Qué casualidad... Somos muy cercanos...

Solté una risilla por lo bajo.

—¿Cómo se llama usted? —pregunté.

—Lilieth —respondió, temerosa.

—Le hablaré sobre ti al señor Nua, quizá sean cosas buenas, quien sabe... —dije, agarrando el paquete de mis compras, retirando la tarjeta y saliendo del lugar.

Sonreí triunfante para mis adentros, recordando el rostro de la grosera, era todo un poema.

Aún con las miradas de todos puestas en mí, decidí salir y dirigirme al lugar donde estaban esperando por mí.

Después de todo, fue una compra normal...

No me pasó nada, creo que esta era la viva prueba que Are necesitaba para dejarme ser libre y acoplarme lo antes posible a este mundo.

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No cantes victoria Kiae...

¿Quieren ir por tortas?
Are invita😋🛐

Me despido💖
Atte: Autor Anónimo.

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