Roselia Snow

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La Artera

 Área 1: Capitol Hill15 añosAltura: 1

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Área 1: Capitol Hill
15 años
Altura: 1.55
Peso: 48
Cosechada
Arma: Arco
Fortalezas: Nervios de acero, calculadora, perspicaz
Debilidades: Su apellido, enfoque excesivo, doble cara
Amuleto: Sinsajo


—¡Quieto todo el mundo, manos arriba!

Un Agente de la Paz reventó la cerradura de la entrada con un explosivo y en menos de diez segundos, la habitación en la que estábamos se llenó de ellos. Éramos unas doce personas, contándome a mí y a Lucilius.

Inicialmente una oleada de miedo me invadió, pero después me tranquilicé. Estaría bien. Era una situación que ya había tomado en cuenta en mi cabeza, solo que no pensaba pasaría en ese preciso momento. Simplemente tenía que seguir mi plan y actuar rápido. Por eso, en medio de la confusión creada, fui retrocediendo hasta esconderme bajo una mesa cubierta por un mantel. Me senté en el suelo, abracé mis rodillas, apoyé la frente en ellas y me quedé ahí esperando a que alguien me encontrase.

Todos tenían la certeza de que nunca nos cazarían y menos si cambiábamos de guarida cada semana. Pero ahí estaba un regimiento entero de perros de presa vestidos de blanco que nos habían olfateado y ahora nos iban a llevar a su amo. Al asomarme por el estrecho hueco entre el suelo y el mantel, ví a Lucilius en el suelo con las manos esposadas a la espalda, mientras uno de ellos le apuntaba en la cabeza con su arma a bocajarro. En aquel momento me pareció curioso que se fueran a por él directamente. Lucilius tuvo siempre mucho cuidado sobre su identidad. Nadie excepto los involucrados en el proyecto sabían quién era "El Cetrero". Era un misterio para el resto de Panem y hasta esa misma tarde todos habíamos estado bromeando al respecto, cuando anunciaron por TV el nuevo retrato robot que unos especialistas habían creado y se parecía a él tanto como un cuervo a una castaña.

No tardaron en levantar el mantel y encontrarme ahí. Yo seguí ahí acurrucada e inmóvil.

—Roselia —Oí la voz de un hombre, la cual ignoré—. Roselia ya todo ha acabado. Estás a salvo.

"Ya lo sé, idiota. No tienen pinta de venir a una fiesta." Hipotéticamente hablando me habría gustado responderle eso. Nadie se gana mi corazón siendo condescendiente. Lucilius nunca lo fue.

—Roselia —esta vez era la voz de una mujer—. Sal de ahí, ya nadie te va a hacer daño.

El siguiente movimiento fue el más complicado. Arrugué mi frente en un gesto de temor y giré la cabeza hacia ella lentamente. La Agente de la Paz sonrió.

Había como cinco de ellos asomados bajo la mesa, con una expresión en sus caras entre enternecida y satisfecha esperando una reacción mía. Uno de los hombres me tendió la mano para ayudarme a salir de ahí. Yo sé la tomé tras asegurarme de que había titubeado lo suficiente.

Causa y EfectoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora