Roenna Agaponi

41 6 34
                                    


La soberbia

 Área 1: Capitol Hill18 añosAltura: 1

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Área 1: Capitol Hill
18 años
Altura: 1.77
Peso: 60
Cosechada
Arma: Combate cuerpo a cuerpo, venenos
Fortalezas: Ambiciosa, perseverante, decidida
Debilidades: Temperamental, Irreflexiva, Poco empática
Amuleto: Cadena de plata

Exhausta, me dejo caer sobre el destartalado sofá de la sala con el pequeño cofre entre mis manos. Siento uno de los muelles que se ha abierto paso a través de la tela maltrecha clavarse en mi espalda, pero decido ignorarlo. Cada vez que pienso en que hoy es el día de la Cosecha me dan ganas de destrozar más cosas, aunque poco queda ya en casa que pueda destrozarse.

Los primeros en caer fueron los jarrones, colocados en distintos lugares de la casa sobre una pequeña columna jónica. A eso le siguieron los cuadros y las esculturas. Bellas obras de arte que mi madre fue coleccionando a través de los años, y de las que le gustaba presumir con las visitas. Por último, los muebles sufrieron mi ira, junto con algunos electrodomésticos. Me cuidé de indultar los aparatos de la cocina. Sé que si les hago algo, luego me arrepentiré. Como resultado, mi casa ahora está destrozada, pero cuando has perdido todo por lo que has luchado toda tu vida... ya nada importa. Me parecía más urgente aplacar mi frustración, era lo que me pedía el cuerpo. La calma que me reportaba hacerlo era breve, y pronto mi mente volvía a recapitular los acontecimientos recientes...

Y la ira volvía a mí.

Electra y las otras son a quien les tengo que agradecer que no me haya hundido mucho más en el lodo. Ellas administran mi dinero, hacen la compra, preparan la comida y me escuchan. Me compraron un saco de boxeo para que no lo pagase con la casa, pero no fue hasta que no me quedaron cosas por destrozar cuando empecé a usarlo. No tiene gracia golpear algo a prueba de golpes, que no va a sufrir el efecto de mis puños. Electra es una de mis Avox. O debería decir a mi servicio, pues ya no son de mi propiedad. Los Avox han sido prohibidos por considerarse una técnica que vulnera los derechos humanos y los ya existentes han obtenido estatus de ciudadano otra vez. Ya no son esclavos y hay que pagarles un salario por sus servicios o dejarlos ir sin rechistar. Ellas decidieron quedarse conmigo. Algo de lealtad debe merecerse que fuese la única que las tratase como personas desde que fueron mutiladas. Eran mis confidentes y el hecho de que fuese como hablarle a una pared con oídos solo le agregaba ventajas al asunto. Nunca fui fanática de los consejos no solicitados.

Mi amistad con ellas se remonta a mi infancia, tiempo en el que también estaba a su cuidado. Como ministra de asuntos internos de Panem, mi madre estaba fuera de casa con frecuencia. Era una adicta al trabajo como pocas he visto. Disfrutaba de los placeres de ocio en dosis minúsculas e incluso asistiendo a una fiesta, no podía dejar de hablar de asuntos de trabajo o de hacer llamadas. El poner todo tu empeño en lo que haces fue algo que aprendí de ella.

La consecuencia de estar tan sumida en sus cosas, fue que perdió mi respeto. No era yo quien iba a obedecer lo que dijese una mujer que sólo paraba por casa para poco más que para dormir, aunque se hiciese llamar mi madre. Me volví respondona y desobediente, y cuando se dio cuenta del problema, quiso ponerle remedio. Empezó a ir a buscarme a la escuela ella misma y me llevaba a su oficina. Pensó que eso nos uniría más, pero estar allí era aburrido. No tenía a mis Avox para jugar conmigo y no me permitían tocar nada. Quizá no se le pasó por la cabeza que estrechar lazos con una niña llevándola a un sitio donde no se puede mover ni tocar nada no es la mejor idea. Pero no estaba en su naturaleza el entender mis necesidades.

Causa y EfectoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora