Segundo día de entrenamiento

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Atala Narum, 17 años

Serenity Ville

—Y también me gustaría un bollito de piñones y romero hecho por Peeta, un vaso de leche de cabra con miel y un puñado de frambuesas silvestres, por favor —digo al teléfono, leyendo las cosas del menú que hay junto a mi mesita.

—De acuerdo señorita Narum. En unos minutos tendrá su orden en la habitación.

Me despido de la chica tras darle las gracias y dejo el teléfono en su sitio. Es lo mejor esta opción de tener el desayuno servido directamente a la cama. No quería perderme la comida del Distrito 7 que para algo es mi favorito solo por no encontrarme con Andri. Además, así no tengo que ver el muro de los horrores. El cual me da escalofríos también.

El pitido me indica que mi orden está servida.

—Eso es rapidez —digo incorporándome y subiendo la ventanilla metálica incrustada en la pared.

El panecillo está aún caliente y desprende un fuerte aroma a hierbas, la leche servida en un cuenco de madera está tibia, en su punto y las frambuesas, presentadas en una mini canasta de mimbre parecen estar diciendo "cómeme". Levanto el plato y es entonces cuando veo las fotos. Parece que no me voy a librar de ellas. Son seis. La de chica con una larga melena castaña que debe tener mi edad es la que más me impacta. Me pregunto qué edición jugó y si mi madre la conoce. También la de Blight a quien vimos morir en el último vasallaje.

Es al darle la vuelta a la foto cuando veo que hay algo escrito a mano en bolígrafo negro. La letra es muy angulosa y desgarbada, no es completamente clara pero tampoco es ilegible.

"Querido tributo. Espero que disfrutes de este fantástico desayuno compuesto por comida típica de mi distrito natal. La leche está recién ordeñada, de una de las cabras montesas del rebaño de Blight asesinado por el Capitolio hace dos años. La miel es de las colmenas de Axel, el anciano vencedor al que ustedes ejecutaron por su supuesta afiliación con los rebeldes. ¡Buen provecho!

Johanna Mason."

—Yo no maté a nadie, Johanna —digo, como si hubiera estado aquí.

Si la tuviese delante me iba a oír. Le diría las verdades a la cara. No me intimida.

Lo siguiente que pienso es si de verdad han traído una cabra aquí y dónde la están guardando. Quiero verla. Nunca he visto una cabra montesa.

Justo cuando voy a darle un bocado al panecillo alguien llama a la puerta. Andri muy posiblemente, igual que anoche. ¿Este chico no se da por vencido? ¿No entiende que "no" significa "no"?

—¡No hay nadie! —Grito antes de comenzar a comer.

—Atala, tienes cinco segundos para abrir esa puerta —dice la voz de Faris.

Ruedo los ojos. Dejando de nuevo la bandeja a un lado, voy a abrirle.

—Eres más gruñona que mi madre recién levantada —digo.

En cuanto le abro, ella pasa, cierra la puerta y me mira fijamente, de brazos cruzados.

—Bonito vestido —digo.

Hoy lleva un vestido azul turquesa que hace juego con las puntas de su cabello bicolor, rubio y azulado. Aunque lo que más llama la atención son sus labios pintados de un rojo intenso.

—¿Vas a esconderte siempre de Andri? —Dice, sus brazos en jarras.

—No me estoy escondiendo, tan sólo quería desayunar en cama —respondo, y luego miro al suelo—. Aunque mentiría si dijera que me muero por verlo.

Causa y EfectoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora