Epílogo: Justicia

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"La justicia prevalecerá" - Eris Shadows.

Atala Narum, 17 años

Serenity Ville

Francine pesa mucho más aquí abajo. A regañadientes la dejo en manos de los médicos quienes la suben a una camilla y se la llevan a una aeroambulancia. Me quedo mirando en su dirección hasta que cierran la puerta. A mí me llevan a otra y pronto despegamos.

No me apetece hablar. Algunos de los médicos que me examinan me dan la enhorabuena, pero me doy el lujo de no contestarles. Dudo que les importe de todos modos. Tampoco es que me lo estén diciendo tan encarecidamente, me pregunto si en el fondo no prefieren que hubiera acabado con la vida de Francine.

Pues mala suerte. Porque no me arrepiento de haberlo hecho, le fastidie a quien le fastidie.

Comienzo a pensar en el reencuentro con mi familia. Quiero desaparecer del ojo público pero no sé cuándo podrá ser eso. Me pregunto si su visión de mí ha cambiado con todo lo que pasó en la Arena, quiero decir, hasta yo misma me asqueo profundamente.

Mi piedra sigue manchada de sangre. En el fondo sé que no tengo derecho a limpiarla.

Cuando terminan conmigo me acerco a la ventana. El ambiente entre los que estamos en la aeroambulancia es incómodo y tenso, y para entretenerme, me alejo de ellos. Ya estamos en el Capitolio, perdiendo altura. Puedo reconocer uno de los edificios pertenecientes a la universidad de Carnation Crest. Lo que llama mi atención no es eso, sino el caos que parece haber en la calle. Veo una manifestación de estudiantes, cosas ardiendo, camiones de bomberos y agentes de la paz. Sigo la escena con la mirada mientras los sobrevolamos, hasta que llegamos al hangar.

—Aún tenemos que hacerle unas cuantas pruebas más, señorita Narum. De momento, podrá darse una ducha y descansar antes de que lleguen a por usted. Tiene una muda de ropa en el cuarto de baño. Y somníferos junto al vaso de agua de la estantería junto a la cama.

—Suena bien —digo, me pregunto donde se habrán llevado a Francine.

Una vez sola, me deshago del resto de mi uniforme de tributo, el cual espero no ver nunca más, llevándome conmigo mi colgante y la muñequera de Andri. No me había dado cuenta de mi propio olor, pero apesto. Intento dejar la mente en blanco mientras me lavo el cabello y el cuerpo, mejor evitar darle vueltas a todo lo que ha pasado ahí arriba o me va a venir todo de golpe.

Salgo de la ducha una vez seca y me visto con la ropa holgada que me han traído. Desde hace un rato que a mi cuerpo le vino todo el cansancio de golpe. Con mis recuerdos en la mano, me meto las dos pastillas en la boca y las trago junto con el agua. Después me meto en la cama a esperar que hagan efecto.

—Bueno, lo logré —le digo al colgante—. Gracias por cuidar de mí, Lito.

Los ojos se me empañan y siento la nariz comenzar a bloquearse. Aspiro ruidosamente, al recordar al chico bobo e inmaduro que fue mi compañero, y que no merecía morir. Acaricio la muñequera sucia de polvo y sangre.

—Andri... Siento no haber podido hacer algo por ti también —rompo a llorar por fin, recordando cada uno de los momentos que pasamos juntos—. Myle... A ti tampoco te olvidaré. Nunca lo haré.

Afortunadamente, no permanezco mucho rato en ese estado de ánimo. Pronto las pastillas comienzan a hacer efecto y el dolor en mi pecho se esfuma, las lágrimas cesan y comienzo a sentirme como si estuviera envuelta en plástico de burbujas.

Francine Cavalia, 18 años

Emerald Gardens

Abro los ojos y me incorporo, y de inmediato, un mareo debilitante me obliga a recostarme otra vez. Mi cuerpo se siente pesado, como si mi mente lo recordase mucho más liviano.

Causa y EfectoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora