La pena y el dolor que infringes volverán forzosamente a ti como un boomerang, para golpearte con la misma intensidad que usaste al lanzarlos. No es castigo: es enseñanza. No es capricho: es moraleja. No es venganza: es justicia. Llegó el turno del...
Hace cosa de un año durante una entrevista, Caesar Flickerman me hizo una pregunta. "¿Cuáles son los elementos de una buena película?". La respuesta no se hizo esperar en mi cabeza. Lo primero es un agradable inicio, indispensable para captar la atención del espectador y engancharlo.
Lo segundo es un estupendo nudo, la lucha que el protagonista sigue persiguiendo sus objetivos. La gente debe sufrir por él, reír con él, llorar por sus desgracias .Y lo tercero es un excelente desenlace, preferiblemente incluyendo un factor sorpresa que haga germinar las semillas de emoción plantadas en el proceso. Si se hace previsible, entonces todo fracasa.
La historia de Panem también es así. Una sucesión de eventos encadenados lo llevaron a formarse después de todas las catástrofes que soportó el planeta.
Primero fueron las guerras entre distintos países, luego los terremotos, la sequía, la deglaciación de los polos y el aumento del nivel de los océanos que tragaron ciudades enteras ahora sumergidas y habitadas por peces. Eso desembocó en agotamiento de recursos, lucha, competición por ellos.
Poco a poco, los supervivientes de tal desastre se reunieron y formaron una nació codo con codo para levantarse de nuevo y caminar. Podrían haber vivido felices para siempre, pero hubo algo más. Es hasta una falta de respeto a esas personas luchadoras, fuertes y supervivientes, el que aún nos estemos matando entre nosotros en lugar de unirnos y superar nuestras diferencias. Nunca vamos a aprender.
No sé cuántas personas estaremos vivas, calculo que un millón de los siete billones que un día fuimos. Tal vez menos, la guerra se ha llevado a muchos. Sin embargo aquí estoy yo. Descendiente de los que superaron todas las pruebas, protagonista de mi propia historia que se entremezcla con las demás. Veinticuatro tributos por el Capitolio de los que solo uno vivirá. Los demás pagarán por la opresión a los Distritos con su sangre derramada. No me parece duro de digerir porque yo sea un ciudadano capitolino y me crea intocable, sino porque pensé que después de años de opresión, los distritos tendrían un poco más de empatía por nosotros. Si hay un responsable de lo que vivieron, de seguro no lo es ningún chico capitolino de 12 a 18 años.
Me gusta soñar despierto. Dicen que es una buena cualidad a la hora de escribir guiones o crear puestas en escena. Un tema recurrente que casi siempre viene a mi cabeza es imaginarme antepasados míos y la vida que llevaron. Gente de mi propia sangre que hiciera algo bueno por mí, aunque sólo fuera sentar los precedentes que culminaron en mi nacimiento. Soy consciente que ser quien soy hoy en día se lo debo en parte a personas de mi árbol genealógico a los que sí conocí y que entre unos y otros me negaron el cariño y el respeto que todo niño merece y necesita. Pero mentiría si dijese que no cambiaría nada de mi pasado, con el que trato de convivir lo mejor que puedo. No tiene caso autocompadecerse, ya me encargué yo de poner remedio a mis problemas. Solo lamento que en el caso de mis padres, ellos se llevaran cualquier posiblidad de reconciliación a la tumba. Yo ya estaba independizado cuando eso pasó, y mis compromisos me impidieron llevar el luto como es debido.