Día 6 (Parte 1): Todos morimos solos

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"...Nunca quise separarme de ti mi amor. Pero el mundo a veces tiene formas crueles de funcionar. Cuando viniste a despedirme con la abuela, me dije que lucharía con uñas y dientes para que esa vez no fuera la última que te viera. Quizá es mejor que no supieras lo que estaba pasando, que llorases porque te estaba dejando solo sin saber que iba a ser obligada a hacer cosas terribles para seguir con vida. Lo siento. Lo hice pensando que eso sería lo mejor para ti. Si no logro volver a tu lado, la abuela te cuidará. Cuida tú también de ella. Sé feliz. Te quiero con toda mi alma." Fragmento final del diario de Mair Rainder

Eris Shadows, 18 años

Carnation Crest

Los demás no pierden el tiempo. Todos quieren ganar la gincana, es lógico. En cuanto Mair y yo nos quedamos solas, la tomo en brazos y la saco de ahí para llevarla a la habitación donde estábamos antes.

En estos momentos para mí ella es mi prioridad.

Siempre me ha pasado que cuando me cuentan una historia, me la imagino de modo muy vívido en mi cabeza. No sólo la veo, también la huelo, la siento, la oigo. Casi la puedo tocar. Cuando Mair me contó por lo que había pasado, no pude evitar imaginarla también tirada en el asfalto agrietado y polvoriento de la ciudad recién bombardeada. Habiéndose desecho de ella después de que aquel grupo de rebeldes usasen su cuerpo a su antojo.

En aquel momento, estaba furiosa, pero eso hizo que lo estuviera aún más. Mi aliada tenía algo que confesar, me lo había dicho anteriormente. Pero jamás imaginé que sería algo tan horroroso y oscuro. Si su compañero de área no hubiera salido del asiento a intentar pegar a alguien, tal vez lo habría hecho yo misma.

Por eso, seguir en la gincana estaba ya fuera de toda posibilidad. Cobrarme de Roselia aquella flecha que por fortuna sólo me dejó un arañazo en la mejilla como recuerdo, también. No hubiera podido dejar a mi aliada herida y sola en el suelo mientras yo sigo adelante en la carrera por el premio. Sola como lo estuvo aquel día. Esta vez, me tiene a mí.

Sus manos están frías, su cara pálida y sus labios azulados, pero aún respira. Débil y superficialmente pero lo hace. Necesita un médico, una transfusión, lo que le pasa ya supera cualquier tratamiento de primeros auxilios que pueda darle. La abrazo para mantenerla cálida y cuando oigo el cañón, no me relajo hasta que no compruebo que sigue respirando, que su corazón sigue latiendo aunque tenga pocas fuerzas.

—Eris —dice, su voz suena débil—... Lo siento, por mi culpa...

—¡No fue tu culpa! —la corto—. No se te ocurra culparte por esto. ¿Me escuchas? ¡Ni siquiera lo pienses!

—Podrías haber ganado.

—Si para ganar la gincana significa que debo dejarte sola cuando recién has sido atacada, entonces no quiero ganarla. Seguro que hay otra manera de hacer las cosas, sólo debemos encontrarla.

Una lágrima brota de su ojo y asciende en el aire un poco antes de caer de nuevo. Me siento como si me hubieran pegado un puñetazo en el estómago.

—"Debemos"... Aún sigues hablando en plural.

—¿Y por qué no habría de hacerlo? —pregunto, abrazándola más fuerte.

—Porque no voy a salir de esta. Lo sé. Cada vez... Me noto más débil...

No vale la pena engañarse. Lo sé. Ella lo sabe. Trato de retener las lágrimas pero no puedo. Voy a perderla, y yo voy a ver cómo sucede sin poder hacer nada por evitarlo.

Por unos minutos lloramos juntas en silencio.

—Quedamos pocos, Eris. Muy pocos. Gana esto por mí. Gana y dile a Johann que lo amo con toda mi alma y que sea cual sea el lugar a donde me voy, cuidaré de él. Toma la foto, la foto y el diario que he estado escribiendo y llévalos contigo.

Causa y EfectoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora