Dos semanas más tarde, luego de percibir en su alma el dolor más negro que había experimentado, Amanda salía del hospital, su vida había quedado en manos del viento, sin dirección fija, arrastrando sus pasos sin deseos de existir, con brisas incapaces de mover una hoja, sin mostrar una señal de fuerzas, sin ser capaz de dar oxígeno para poder continuar. Todo a su alrededor había perdido color, locura, emoción.
Carla desde la distancia observa cómo la causante de la muerte de su hermana es trasladada en una silla de rueda hasta un coche, el cual no dudará en seguir. Una mujer de mediana estatura la empuja con sumo cuidado, como si de un cristal se tratara, como un objeto valioso al que hay que mantener a salvo cueste lo que cueste, detrás de la pareja ve caminar a Angela, sin ánimos, como un alma andante sin querer existir, se percata de sus pasos cansados y por unos segundos siente pena por ella, ver sufrir a una hija por la muerte de su retoño, debe ser una sensación desastrosa.
Sacude su cabeza y pone sus ojos en la mujer que es subida al auto sin mucho esfuerzo, ella sabe que se trata de la asesina de su gemela, no porque le haya podido ver el rostro, esto se le ha hecho imposible y ahora no es distinto a otras ocasiones, la chica lleva puestos lentes oscuros y una gorra que la tiene tan metida que apenas logra divisar la mitad de su cara. No entiende por qué se oculta, tal vez le guste pasar desapercibida, pero tampoco hay que exagerar.
Enciende el motor de su moto en cuanto el coche se pone en marcha, lo sigue de cerca, tanto que es imposible que no noten su presencia detrás de ellos, si alguien la viera con su vestimenta totalmente negra y el casco que lleva puesto del mismo color, pensaría que se trata de alguien con pasos de no querer hacer nada bueno, todo lo contrario.
Con su rudimentaria apariencia es improbable que la reconozcan, aunque duda un poco de la señora Angela, ellas han tenido mucho contacto, han cruzado muchas palabras, tanto que siente que la señora la puede reconocer a la distancia que le permita su vista. El auto recorre varias calles y unos veinte minutos más tarde este se detiene frente a una casa, que impresiona con su delicado diseño, totalmente de blanco, pero a la joven no le importa su vivienda, ni lo impetuosa que puede llegar a ser, a ella le interesa la rutina y convivencia que tendrá su objetivo de ahora en adelante.
La primera en bajarse del coche es Angela, la pelinegra ha detenido su moto a pocos metros, atrevida, necesita ver el rostro de esa mujer que le ha impedido conciliar el sueño más de una noche y se siente algo frustrada por ello. La de mayor edad la mira detenidamente, la ha reconocido, más no piensa huir, no se deja intimidar y eso es algo que la hace fuerte.
Quita sus ojos verdes de ella y lo pone en la mujer que acaba de bajar con la ayuda de la otra chica y la llevan hasta la silla de ruedas, se le dificulta mucho caminar, pero está viva y eso es algo que la llena de rabia, de dolor, de odio, es algo que nunca aceptará, buscará la manera de hacerla sufrir, cueste lo que cueste.
Acerca más su moto, no teme, la ansiedad por ver el rostro de la chica que está en la silla de rueda le hace cometer casi una locura. La madre de la desconocida la ha reconocido, ya nada importa. El sonido del motor de su Bugatti capta la atención de la periodista, observa hacia el hipnótico vehículo, pero su madre se interpone, impidiendo ver a la persona que conduce semejante moto.
—Llévala a casa Viki, yo llego en unos minutos.
—Mamá —la voz de la periodista ya no tiene signos de ronquera, es clara, fina, con un eco enamoradizo, suave, cautivador. Carla suspira al escucharla, es dulce su acento, tan dulce que siente necesidad de seguir escuchándola, la ha atrapado en esa aura de delicadeza y teme empezar a enredarse en su profundidad.
Intenta bajarse de la moto, pero Angela la detiene, más con la mirada, que con la voz.
—Ni se te ocurra acercarte.
—Mamá —si esa mujer continúa hablando, Carla sería capaz de cometer una locura, pero una locura que dicta lejos de hacer mal, todo lo contrario, tanto le ha afectado que se siente incapaz de acercarse—, ¿Qué sucede?
—Nada hija, ve a casa, ahora llego yo, tengo algo que hablar con esta señorita.
—¿Quién es?
—La que —Carla intenta responderle, pero Angela la interrumpe.
—Nadie importante mi amor.
—Si no es tan importante, ¿Por qué estás así, de alterada? —Carla suspira, la voz de esa mujer es demasiado suave, afrodisiaca, mueve su cabeza tratando de alejar de sus pensamientos las escenas exquisitamente sexuales que se han formado en su mente, no puede asimilar lo que la ha provocado a su cuerpo, solo con su voz.
—Amanda hija, ya hablaré contigo después. Llévala Viki.
—Está bien mamá, no demores.
Amanda no insiste y se marcha, a ella no le gusta perder segundos de su preciado tiempo en esas boberías, ya sabrá más tarde lo que pasa, ahora desea plantarle cara a la soledad que la recibirá en su casa. Carla se baja de la moto y se retira el casco, sus ojos van hasta la periodista, esta se ha quitado la gorra y deja caer su largo cabello negro sobre su espalda, muerde su labio inferior con fuerzas al sentir como su corazón late desembocado dentro de su pecho.
—Con que se llama Amanda —dice la joven mirando como aquella mujer entra a su casa.
—Pensé que había desistido, no la he visto más desde la última vez. ¿Tanta sed de venganza tienes?
—Créame, esa crece más con el paso de los días y saber que ya ha salido, me activa más las ganas.
—Amanda no merece que usted la acose con esos fines, ella ya tiene demasiado con la muerte de su hija, no merece pasar por más.
—Me importa poco su sufrimiento, además, cada cual lleva el suyo en el interior.
—Eres una persona vacía, insensible, algo más, aparte de la muerte de tu hermana te debe ver pasado para que seas así.
—La muerte de mi hermana gemela, a manos de su hija, ¿le parece poco?
—Si, hay algo más, estás demasiado dañada, una persona en su sano juicio no estuviera buscando venganza.
—Eso a usted no le interesa, señora Angela.
—Oh sí, señorita. Créame que me interesa y mucho, en ello radica el daño que le quiere hacer a mi hija.
Carla se queda en silencio, su mirada se pierde en aquellos ojos grises, siente que un nudo se va formando en su garganta, Angela se acerca a ella y le acaricia el rostro, teme que las heridas que viven en esa joven terminen dañando a su hija.
—Ve a tu casa Carla, piensa bien las cosas, porque la manera en que miraste a mi hija hoy, no fue de venganza, había fuego en tus ojos, pero un fuego distinto al que muestra el dolor.
—Usted no tiene idea, esté pendiente, esto no ha terminado.
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TATUAJES. (Editando).
RomansaSu hermana Keila sufre un accidente tras el cual fallece en el hospital, ese mismo día una periodista famosa corre con la misma mala suerte, siendo la causante de la muerte de la joven y de su amada hija. Carla la hermana de la fallecida buscará v...