Capítulo 37.

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Sintió como unas manos la toman fuerte de la cintura, atrayéndola hacia ella con posesión, no se percató cuando entró a la ducha, ni cuando, sin pedir permiso se coló en su piel de esa manera tan exquisitamente escalofriante. No se asustó, ni se alejó. El cuerpo desnudo de la joven roza en el de ella y un escalofrió recorre todo su cuerpo como lava volcánica, quemando lo poco que queda de control en su mente y su organismo. Tan fuerte es la sensación que no puede evitar gemir, desea tener contacto de carne a carne con Carla y la espera es agónica.

Una leve caricia en la cicatriz de su muslo derecho hace que se tensé por unos segundos, es un recuerdo nefasto. Pero la sensación de dolor desaparece al sentir la respiración caliente de la joven en su oído.

—Me encanta, es tan tuya y mía.

Las manos de la joven suben hasta sus senos y los aprieta con furia, despertando la lujuria y las ganas de que la empotre contra la pared y la haga suya de una vez, que no mida la fuerza ni el acto depravado sobre su piel, que le hiera el alma si es posible, el deseo es algo que la ciega en los brazos de esta mujer, es capaz de soportar cualquier embiste. Echa la cabeza hacia atrás y Carla aprovecha para pasar la lengua por su cuello, luego sube una mano hasta este y lo aprieta, volteándola para tener acceso a su boca y capturar sus labios dejando sobre él un sediento y hambriento beso.

La besó como si fuera la última vez que lo iba a hacer, dándose completa, sin importarle el mañana, ni lo que podía perder. Restregó su sexo en los glúteos y gimió en medio del húmedo beso.

—Estoy soñando contigo desde la primera vez que te vi.

Amanda despierta sobresaltada. Es el segundo sueño húmedo que tiene con Carla y el calor en su piel empieza a pasarle factura, necesita desahogarse. Siente la humedad creciente en su entrepierna sobrepasando la ropa interior, suspira y lleva una mano hasta esa íntima parte de su cuerpo, presiona sobre este y pasa la lengua por sus labios, humedeciéndolos. La realidad la hace ponerse nerviosa y detener abruptamente sus movimientos, está acostada en un no tan familiar sofá, en medio de una sala con la cual apenas empieza a familiarizarse.

—No detengas lo que estabas haciendo.

Carla la observa con una sonrisa coqueta en sus labios. Sus pupilas dilatadas hacen que la periodista retire rápidamente la mirada de sus ojos, ha estado mirando todos sus movimientos y disfrutándolos a la vez, o eso es lo que puede ver en el aleteo nasal alterado de la joven empresaria.

—Me cansas.

Amanda se pone de pie y camina hacia la habitación prestada que tiene en aquel espacioso ático, necesita un baño de agua fría urgente o es capaz de cometer una locura con la mujer que tiene en frente, pero sus planes se ven interrumpidos, Carla la detiene y la pega a su cuerpo tomándola por la cintura, ambas están agitadas, los ojos de la periodista viajan por milésimas de segundos hasta los labios de la joven y siente que su corazón se dispara y la garganta se le reseca.

Carla ladea una sonrisa y la pega más a su cuerpo, ejerciendo un poco de fuerza, pero sin llegar a incomodarla. Sus olores se mezclan, danzando en los deseos que son más que evidente en sus cuerpos. Pero ninguna se atreve a romper la escasa distancia que separa sus rostros. Después del beso en la habitación de la más joven, no habían hecho más que distanciarse, tratando de no aceptar la atracción descomunal que existe entre ellas.

—Eres insoportable —Amanda no duda en atacar, haciendo un esfuerzo sobrehumano, empujando y alejándose de la ojiverde.

—Pero te encanta —Carla la sigue de cerca.

—Cada día te quiero más lejos de mí, ¿podrías cumplir con ese deseo?

—Amas mi cercanía, así que no podré cumplir tus deseos. Déjame aliviar esa cosquilla caliente que ha humedecido tu entrepierna, así notas que la mía está igual.

—En tus sueños, Carla.

—O en los tuyos, Amanda.

Puede sentir su respiración cerca, pero no se atreve a voltear, la presencia de la joven la debilita.

—Eres arrogante, en mi vida me involucraría contigo.

—Palabras. Te hago temblar las piernas, Amanda, es algo que no puedes ocultar.

—Me desagradas —abre la puerta de la habitación.

—Amas mi olor, admítelo —Carla continua sus pasos.

—Me causas repulsión.

—Te haré tragar esas palabras .

No pudo continuar, Amanda había cerrado de un portazo, sin percatarse de la cercanía de la ojiverde. La puerta golpeó fuertemente el rostro de la joven y en segundos el líquido caliente y rojo empezó a salir de su nariz.

—¡Joder!

El rostro de Carla se transformó, ver su propia sangre es algo que la trauma y en segundos le hace perder el raciocinio, perdiendo el control de sus actos y volviéndose violenta. Amanda había detenido sus pasos al escuchar el golpe en seco y luego el quejido. Abrió la puerta y sintió como su cuerpo se paralizó al ver a la empresaria sangrando por la nariz.

—Perdóname, no te vi.

—Nunca ves nada.

La mirada fría de la joven, desencajó a la periodista, sus ojos verdes estaban oscuros, violentos.

—Será mejor que no te acerques —Carla vio las intenciones de Amanda y la alertó, no quería hacer algo de lo que pudiera arrepentir después. Tocarla no sería bueno en estos momentos, no cuando estaba muy alterada.

—No fue intencional, Carla —Amanda se acerca, Carla la empuja suavemente.

—Te he pedido que no te acerques, por favor —la ojiazul la analiza.

—No me psicoanalices. Mi personalidad cambia cuando veo mi propia sangre.

Amanda no cree en sus palabras y se acerca a ella, acaricia donde se golpeó sin dejar de mirarla, Carla cegada la atrae a ella y luego la empuja bruscamente contra la pared, la periodista se queja de dolor, pero eso no parece importarle a la joven que continua con su presión.

—Suéltala, Carla, le estás haciendo daño.

Gabriela, que se encontraba en su habitación había escuchado el golpe y no dudó en salir. Los ojos de Amanda se habían humedecido, dejando caer varias lágrimas, no por miedo, si no por decepción, nunca pensó que Carla fuera una persona que llegase a maltratar, aunque ella tuviera parte de culpa, la joven no tenía razones para hacerlo.

—¡Mierda! —Carla suelta a la periodista y se marcha a su habitación, si tanto le afectó perder el control, más la lastimó ver las lágrimas de la periodista.

—¿Qué pasó? —Gabi saca a Amanda del trance de violencia que acaba de sufrir.

La periodista explica lo sucedido con cierto remordimiento.

—Carla se pierde cuando ve su propia sangre.

—Me lo ha dicho, pero no le he creído.

—Ve a tu habitación, ya hablaré yo con ella, ahora necesitan relajarse.

—Lo mejor para todos será que me marche de aquí, así nos evitamos más encuentros desagradables.

—No hagas una locura, ve a tu habitación y relájate.

TATUAJES. (Editando).Donde viven las historias. Descúbrelo ahora