Capítulo 32.

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Amanda sujeta fuerte la agarradera de la pequeña maleta que arrastra a su lado. Con pesadez o nerviosismos observa la imponente ciudad que va quedando a sus pies mientras el ascensor privado que la conduce al apartamento de Carla, sube a velocidad media, lo suficiente para apreciar las exuberantes vistas. Su mente la traiciona, ni la belleza de la ciudad en pleno amanecer, logra apartarla de la imagen de ella frente a la joven de ojos verdes, es algo que, aunque está segura que sucederá, no logra sintetizar con la tranquilidad.

—Sigo pensando que no es muy buena idea —Gabriela pone los ojos en ella al escucharla hablar.

—No hay sitio más seguro en esta ciudad, que este, Amanda. Las únicas que tenemos las claves de acceso somos Leticia y yo, ni siquiera Pedro el abogado es capaz de disfrutar de esos derechos y eso ya es mucho, ya que es como un padre para Carla, deberías de confiar un poco en nosotras, es lo único que tienes en estos momentos.

—No lo digo por ustedes, ni por la falta de seguridad, Gabriela, lo digo por la reacción que pueda tener Carla cuando sepa la verdadera razón de tu llamada.

—De Carla me ocupo yo y Leti que debe de estar esperándonos.

—¿Quién es Leticia? —Angela trata de aligerar el ambiente, su hija está demasiado tensa.

—La mano derecha de Carla, su amiga más cercana luego de su hermana, pero esta última ya no está, lastimosamente, era una mujer muy especial.

—No me lo recuerdes —la periodista baja la mirada—, yo fui la culpable.

—Tú no tienes la culpa, Amanda —Adriana la consuela.

—¿Reconocerías a la persona que empujó a Keila, Amanda?

La pregunta de Gabriela las sorprende a todas, especialmente a Amanda que no había pensado en eso, obvio que reconocería a ese mal nacido donde estuviera.

—Si, su cara no se me olvidará nunca.

—Llegamos —Gabi la interrumpe—, espero puedan aceptar el gusto peculiar de mi amiga, no es de muchos adornos. En cuanto a tu respuesta —se dirige a Amanda—, hablaremos después.

—En eso de pocos adornos, nos parecemos —comenta la periodista inconscientemente.

Lo primero que pueden observar del espacioso apartamento, es la escasez de objetos de adornos en el lugar. A simple vista acogedor, un sitio que se puede llamar hogar si otra fuera la cuestión. Tanto Angela como hija se sorprenden con tanta sencillez, tratándose de una multimillonaria pretenciosa, con un ego muy grande, tal vez lo sea en persona, pero no en lo material. Les duele ver salido de su hogar, huyendo de alguien que desconocen y ha amenazado sus vidas, ahora solo toca esperar y aceptar lo que sea que les deparará el destino.

—Mamá, ¿estás bien?

Todas observan a la señora tras la pregunta de su hija, Leticia que salía por un pasillo se queda quieta, asimilando la presencia de la periodista a menos de dos metros de ella.

—Si cariño, solo que todo esto ha sucedido tan rápido que aún no me recupero y tengo miedo —Amanda la abraza.

—Aquí estamos seguras, mamá.

—Pero hija, tú no dejarás de estar en peligro hasta que cojan a la persona que te amenaza.

—Yo estoy bien, mamá, pero me sentiré mejor si tú también lo estás.

La señora sonríe y observa a las demás jóvenes y detiene sus ojos en la rubia que observa desde una corta distancia.

—¿Tú debes ser Leticia? —Angela le sonríe.

—Si, un gusto conocerlas. Siéntanse como en casa, aquí están seguras.

—Si no me mata la persona que amenaza, lo hará Carla cuando me vea —deja escapar Amanda luego de estrechar la mano de la rubia en modo de saludo, esta no puede evitar reír.

—Eso quiero verlo —Gabriela y Adriana ríen, Leticia no se mide en hablar a veces—, Carla estará más que agradecida de tenerte aquí en su casa, Amanda. Yo tú, me voy preparando para todo, menos para lo malo.

—Eres la segunda persona que dice eso, ojalá sea del todo cierto.

—Ya te enterarás —Gabi toca su hombro en señal de apoyo—. Señora Angela, acompáñeme, usted necesita descansar.

—Pero ya ha amanecido.

—Lo sabemos, pero unas horas de descanso no le hará mal, todo lo contrario.

—Acompáñala mamá, ya hablaremos luego, todo estará bien —Amanda besa su frente.

—Un placer conocerte, Leticia.

—Igualmente señora, descanse.

La rubia que se había mantenido callada, después de le presentación, observa a la ojiazul que está a su lado. Un sueño tener a Amanda Gutiérrez tan cerca. Gabriela regresa varios minutos después, da un beso a Adriana y observa a su amiga, tiene que taparse la boca para no soltar una carcajada que despierte a Carla que debe estar durmiendo, los demás la miran extrañada, menos Leti que la fulmina con la mirada.

—Perdón, pero no me pude aguantar. Amanda, acá mi amiga Leticia, siempre ha sido tu admiradora número uno, bueno creo que la dos.

—¿El número uno quién es? —pregunta la periodista que se acerca a Leti y la abraza.

—Por favor díganme que no estoy soñando —todas ríen—, el número uno es Carla.

—No creo, ella me odia.

—Amanda, ¿te gustaría descansar? —Leti pregunta observando embobada sus hermosas facciones, cambiando rotundamente el tema.

—Aunque lo necesite, no podré, todo se me ha venido encima. Gracias.

—Igual te mostraré la habitación que he preparado para ti. Pasarás muchos días aquí, así te vas familiarizando.

—Eso lo acepto —ambas chicas observan a Gabriela y a Adriana acarameladas—, vamos. ¿Cuántas habitaciones tiene el apartamento?

—Cuatro. Tres ocuparán ustedes y la otra es la principal.

—La de Carla —termina la frase Amanda que camina al lado joven y observa todo a su alrededor.

—Esta es la de ella, ahora mismo está durmiendo, no te preocupes, es de sueño profundo, no podrá escucharnos.

—Gracias por eso. La verdad no sé cómo se tomará Carla, el hecho de que yo esté aquí en su apartamento y me preocupa.

—Me ha hablado de varias cosas referente a ti, solo pido que la entiendas. Acabas de demandarla y tiene orden de alejamiento hacia ti. Sé que es una locura, pero es lo único que podíamos hacer por ti y tu madre.

—Gracias —Amanda la mira con los ojos cristalizados.

—No te desanimes, todo saldrá bien. Esta es tu habitación, la escogí yo. Carla no tiene idea de que su casa ha sido invadida, pero no te preocupes, de ella me encargo yo.

—La conoces bastante —Amanda observa la amplia habitación.

—Desde que tengo 11 años. Aquí está el baño, yo estaré fuera, cualquier cosa que necesites no dudes en llamarme.

—Gracias Leticia.

Luego de quedarse sola, Amanda se detiene frente a la ventana, observa la gran ciudad una vez más, esta despierta con grande algarabía y ella no puede evitar estremecerse, todo le parece tan irreal. Suspira, agotada tanto física como mentalmente, inconscientemente de que, a varios metros de ella, separadas por una pared, una joven pelinegra camina de un lado a otro, incapaz de procesar todo lo que sucede en su casa.

TATUAJES. (Editando).Donde viven las historias. Descúbrelo ahora