CAPÍTULO 4

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─Vamos, Fernanda, te presentaré a la señora Sarita, te dejo con ella y me voy. Te cuidas mucho, ¿okey?
─Está bien, hermano ─abrió la puerta y me llevó a la oficina, ahí me hizo esperar un rato.
─Ya viene la señora, yo me voy, cuídate mucho y suerte. Te quiero.
─Gracias, y yo a ti te quiero mucho ─la señora Sarita entró saludándonos y nosotros contestando el saludo.
─Señora Sarita, ella es mi hermana Fernanda.
─Un placer, señora ─acerqué mi mano para saludarla.
─El gusto es mío, Fernanda. Wow, eres muy alta.
─Sí, bueno, la familia es muy alta ─respondí.
─Ya me imagino ─volteó a ver a Ezequiel y lo miro de arriba a abajo─ ve con Arturo, Ezequiel. Te está esperando.
─Sí, señora, con permiso.
─Mamá, necesito irme, ¿puedes apurarte? ─habló una mujer hermosa con esa voz de ángel, alta, delgada, con porte y estilo. Mis ojos se clavaron en ella. Me enamoré.
─Saluda, Jessica, no seas mal educada ─ni siquiera me miró, pero yo no le despegaba la mirada.
─Mamá, ¡por favor, vámonos ya, tengo prisa!
─Nos vamos en unos minutos. Siéntate, Fernanda, vamos a hablar ─Jessica salió sin decir palabra─ disculpa a mi hija, fue muy grosera.
─Tranquila, señora Sarita.
─El trabajo que te ofrezco es de chófer para mi nieta Pamela, una joven de dieciocho años. La llevarás a donde ella quiera ir. ¿Qué tanta experiencia tienes manejando?
─Manejo desde los doce años, tengo veinte de experiencia, me dedico al servicio de taxi por aplicación, por ende, todo el tiempo estoy manejando.
─Perfecto. Ezequiel ya me había hablado de ti, así que el trabajo lo tienes si lo quieres. Aprenderás a defenderte, te darán clases de defensa personal, este trabajo requiere de toda tu disponibilidad de horario, ¿la tienes?
─ Sí, y también sé defenderme. Así que no se preocupe.
─Perfecto. El trabajo es tuyo y empiezas desde ahora, ¿hay algún inconveniente?
─No, señora, Dígame, ¿qué debo hacer?
─Dejaré a Ezequiel un poco de dinero, necesito que vayas a comprar trajes negros, por lo menos cuatro. Y debes esperar en la cocina siempre. Pamela irá por ti si te necesita. Eso es todo.
─Así lo haré, señora.
─Espero te guste este trabajo, Fernanda.
─Creo que me va a encantar, señora Sarita. ─pensaba en Jessica la mujer que me había impactado.
─¡Mamá, ya vámonos por favor! ─volvió a entrar a la oficina esa mujer hermosa.
─Ya terminé, Jess. Eres muy desesperada ─Jessica se le quedó viendo muy feo y se volteó dándonos la espalda.
─ Fernanda, ve a la cocina y espera a Pamela, ella irá a presentarse contigo.
─Está bien señora. ¿Puedo hacer una pregunta?
─¿Dime?
─La paga, ¿cuánto voy a ganar?
─¡Ay, sí, perdón! Ganarás tres mil pesos a la semana, conforme yo vea que trabajas te iré aumentando.
─Está bien. Necesito también saber mi horario laboral.
─No hay horario. Puedes salir temprano como puedes no salir en días.
─Habrá pago de horas extras, supongo.
─Sí, claro. Puedes llegar a ganar hasta cinco mil pesos a la semana, pero eso el tiempo lo dirá.
─Me parece bien, señora.
─Eso es todo, puedes retirarte.
─Claro que sí mientras me diga hacia dónde me dirijo.
─ Jessica, hazme el favor de llevarla a la cocina.
─No tengo tiempo, te espero afuera, mamá ─salió sin siquiera mirar a nadie.
─¡Dios! ¿Por qué eres tan grosera, Jessica? Disculpa, Fernanda. Acaba de terminar con su novia y está de un genio que ni ella se aguanta ─¡Oh, la la! Era lesbiana y eso me ponía en una situación más ventajosa. Solo sonreí.
─Yo te llevaré. Esa es la cocina, espera ahí dentro, en unos minutos bajará Pamela. ─Me indicó.
─Sí, con permiso ─abrí la puerta de la cocina y Jessica iba saliendo. Chocamos de frente quedando casi boca con boca.
─Disculpe, señorita, ¿está bien?
─Eres una estúpida. Fíjate por donde caminas ─iba enfurecida sobándose la cabeza, se fue aventando la puerta.
─¡Ja! ¿Qué le pasa a esta mujer? ─me pregunté sobándome también. Pasaron algunos minutos y entró la muchacha que hacía la comida.
─¡Hola! ─saludó.
─¡Hola!
─¿Eres el nuevo chófer de la señorita Pamela?
─Sí, un placer. Fernanda Alonso.
─Mucho gusto, Erika.
Entró la niña que yo atendería.
─Buenas tardes. ¿tú vas a ser mi chófer?
─Sí, señorita, me llamo Fernanda ─le extendí la mano y me dejó con el saludo en el aire, girándose.
─¡Vámonos! Espero sepas manejar bien ─miré a Erika y movió la cabeza negativamente, yo sonreí pensando una grosería.
─Hasta luego, Erika.
─¡Adiós! ─Pamela subió a la camioneta y yo me dirigí al volante. No me impresionaba nada pues manejo de todo tipo de carros y esa camioneta no era la excepción.
─¿A dónde nos dirigimos, señorita? ─pregunté abrochándome el cinturón, viéndola por el retrovisor. No dijo nada y yo me quede muda, acercándose un guardaespaldas.
─Vamos a Satélite, por Las Torres, ¿conoces?
─Sí.
─Te seguimos entonces ─me sé algunas calles. así que no había problema alguno.
─Claro ─esta gente era muy déspota y por mi carácter no aguantaría mucho, es más estaba pensado en renunciar ese mismo día, ¿quién se creía esta niña que era al ser así?
─Encendí la camioneta y arranqué, tenía que irme por periférico, así que le metí velocidad. De repente una radio dentro del carro se encendió.
─“Señorita, apriete el botón para que yo la pueda escuchar” ─tomé la bocina.
─¡Bueno!
─“Baje la velocidad, vamos a ciento treinta kilómetros por hora, y no se pase de un carril a otro, vaya por uno solo”.
─Entendido ─disminuí la velocidad y me fui por el carril de en medio, siempre manejo rápido, pero jamás me dijeron a qué velocidad debía ir.
─Ve más rápido ─ordenó Pamela. Parecía querer brincar el asiento que nos separaba.
─No puedo ir más rápido, señorita.
─¡Tú métele! ¿O te da miedo? A mí me gusta la velocidad ─¡Ja! de aquí soy, pensé.
─Agárrese bien ─se acomodó con una sonrisa de diablilla. Empecé a acelerar, sesenta, setenta, ochenta, noventa, cien, ciento diez, ciento veinte.
─¡Sí, yeehaaaaa! ¡Dale más, dale más! ─gritaba muy emocionada. Ciento treinta, ciento cuarenta, ciento cincuenta, me pasaba de un carril a otro,  ciento sesenta. Y el radio sonó, lo tomé y apreté ese botón.
─¡Bueno!
─En este momento la señora Sara está enterada de lo que usted hace, señorita. Las perdimos, debe estacionarse donde pueda.
─Eso haré.
─¡Ja, ja, ja! Te van a regañar.
─¡Naaah! Será tu culpa.
─Ja, ja, ja. yo no voy manejando.
─Tú me dijiste.
─Ese es tu problema.
─¡Ja, ja, ja! No me importa, tomé este trabajo por salir de la monotonía del otro, pero si me corren no me importa.
─¡Ja, ja, ja! Eres la onda.
─Y tú eres un demonio.
─Ja, ja, ja, me caes a toda madre.
─ Ssschh, una niña como tú no debe hablar así.
─Aich, cállate, siempre buenos modales, ¿y de que te sirven? Todos diciéndote lo que debes y no debes hacer, ya me cansé de esto.
─Pero debes hacer un esfuerzo en comportarte súper mal, yo te voy a enseñar.
─¿En serio? Qué lástima, te van a correr ahora mismo.
─Ja, ja, ja. ¡Naaah! No me corren, es mi primer día y la señora Sarita se ve buena persona ─sonó su celular y contestó poniendo el altavoz. Yo ya había bajado la velocidad y buscaba un lugar para estacionarme.
─¡Bueno!
─¿Qué le pasa a esa imbécil? ¿Estás bien, mi amor? ─Jessica estaba muy alterada.
─Sí tía, todo bien.
─Dile a esa tonta que está despedida desde este momento.

Continuará...

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