CAPÍTULO 9

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Entré y la señora Sarita se veía enojada; sabía su intención era despedirme y yo estaba consiente, finalmente no importaba, era un fracaso total haber dejado mi trabajo por querer tener algo mejor.
─Buenas noches, señora.
─Siéntate.
─Gracias.
─La primera ve te la pasé, esta vez se me hace muy difícil hacerlo.
─Lo siento, señora, pero mi trabajo es ser chófer, jamás me dijo usted a donde podía o no llevar a Pamela, si usted no me da órdenes no yo tengo la culpa.
─Te dije que no hicieras caso a Pamela y lo volviste a hacer.
─Mi jornada laboral había terminado, sin embargo, usted jamás me dijo que tenía que quedarme. ¿Como voy a saber lo que usted piensa si no me dice lo que tengo que hacer? ─me miró extrañada, como si jamás nadie le hubiera dicho lo que pensaba. Yo no me dejaría de nadie.
─En eso tienes razón, pero no puedo decirte a dónde debes llevar a Pamela.
─Exacto, usted me contrató, más nunca me dijo a donde debo llevarla, si no mal lo recuerdo usted me dijo que llevara a Pamela donde ella necesitaba ir. No veo el problema, señora.
─Sin palabras. No tengo nada que decir ante tu postura, me alegra tener a alguien con ese temple trabajando para mí. Pamela es una niña rebelde que no mide las consecuencias.
─Ya lo vi ─sonreí, la noche que me hizo pasar no fue para menos.
─No te voy a despedir porque me gusta tu carácter, pienso que cuidarás muy bien de ella, ¿sabes lo que me dijo?
─¡No, no sé!
─Dijo que si te corría ella se iba de la casa ─me asombré.
─¡Guau! Veo que ella le gusta mi compañía.
─Pienso que sí, nunca me había pedido algo así y me gustó; ella se siente cómoda contigo y creo que me ayudarás a ponerla quieta. De ahora en adelante la llevaras a donde ella quiera y te voy a pedir un favor, independientemente de que seas su chofer.
─Dígame.
─Cuídala mucho, ella empieza a confiar en ti y eso me quita presión. Me preocupa mucho que haga cosas tontas y locas, si tú la cuidas yo estaré bien y me ayudarás a controlarla.
─Si en eso puedo ayudar, cuente con ello, señora.
─Te lo voy a agradecer y recompensar monetariamente.
─Gracias a usted por confiar en mí. Solo quiero pedirle algo ─me miró raro, que una empleada pedirle un favor a la dueña no era posible.
─Escucho.
─La señorita Jessica es muy grosera conmigo, yo no quiero faltarle el respeto porque yo sí tengo educación, pero no voy a permitir un insulto más de ella y para la próxima vez le voy a contestar. No quiero tener problemas y me gustaría hablara con ella.
─No te preocupes, hace días esta así, pero ya se le pasará, aun así tranquila, ella no te dirá nada.
─Se lo agradezco mucho, señora.
─Ten, este celular es exclusivamente para tu trabajo, este número lo tiene toda la familia. Ahí ya vienen incluidos los números de mi esposo, Pamela, Jessica, ─cuando la mencionó mis órbitas casi salen de sus cuencas, no me reí porque no podía, pero dentro de mi había una revolución de cosas raras─, y está mi número, los números de los guardaespaldas, todos tienen nombre. Si te llaman sabes quién lo hace.
─Perfecto.
─Bien. Vamos, me vas a llevar.
─Pero señora, ya son las dos de la mañana, mi turno terminó hace cinco horas.
─Pagaré tiempo extra, tranquila.
─Me parece perfecto ─salimos de la casa, abrí la puerta de la camioneta para que ella se metiera y en seguida me subí al volante.  ─Dígame, ¿Dónde nos dirigimos?
─¿Conoces Polanco?
─Sí.
─Te mando la ubicación al celular.
─Claro. ─Había ido tantas veces a esa calle que sería fácil llegar. La señora platicaba con alguien y yo solo manejaba pensado en Jessica, había hecho sentir en mi cuerpo cosas inexplicables. Me alegré de tener su número.
─Llegamos, señora.
─Te abrirán esa puerta negra y te metes lo más rápido que puedas.
─Como usted ordené. ─Esa puerta se abrió por un hombre vestido de traje negro, alto, gordo y con aspecto muy malo. Aceleré y me metí, así como lo ordeno.
─Estaciona ahí. ─Me señalo un cajón, apague el motor y me baje para abrir su puerta.
─Cierra la camioneta y ven conmigo ─me sorprendí pensé que me quedaría en la camioneta, pero iría con ella.
─Sí, señora ─caminamos un pasillo largo donde había muchos carros y guardaespaldas, hombres muy bien vestidos, con mucho porte y elegancia.
─Serás mi acompañante esta noche ─¿qué demonios era eso de acompañante? No tenía la más mínima idea, pero me estaba gustando mi trabajo.
─Dígame que tengo que hacer y yo lo hago, señora.
─Tu trabajo es escoltarme y no hablar en absoluto, cuando estemos dentro irás a la barra y me esperas ahí. Quiero que estés al pendiente por si algo se me ofrece. ─¿Barra? ¿Qué carajos pasaba? ¿Acaso la señora le gustaba reventarse un rato en un antro?
─Así lo haré señora.
─Bienvenidas, pasen ustedes. ─Dijo un hombre que estaba en la puerta.
─Gracias ─contestamos. Al entrar me impactó sobremanera lo que estaba viendo. Mucha gente de pie, máquinas de monedas al rededor, personas sentadas frente a ellas jalando una palanca hacia abajo gritando mucho. Una rueda que giraba y una bola blanca que tenía que caer en un orificio de ese círculo. Una mesa grande donde destapaban cartas, los jugadores escogían una y si en el mazo estaba esa carta se llevaba todo lo apostado. Mesas donde las señoras jugaban canasta, en otra mesa jugaban dominó y todos los juegos de azar habidos y por haber. Ese lugar daba miedo y estaba de locos. Gente muy elegante y adinerada. Estábamos en un casino clandestino.
─Vamos, Fernanda ─abrió una puerta donde dejamos todos aquellos juegos y a esa gente atrás.
─Bienvenida sea, señora Sarita ─Un mayordomo la saludó inclinándose un poco.
─Gracias Horacio. Ella es mi acompañante, llévala a la barra y dale algo de beber.
─Lo que usted ordene.
─Si te necesito levantaré mi mano y entras en seguida, Fernanda.
─Así lo haré, señora.
─¡Por aquí, señorita! ─Yo sonreí mientras la señora Sarita iba a sentarse a una mesa donde jugaban dos personas. Al lado de la puerta había un cuarto de dos por dos metros y una mesa en medio y tres jugadores. Todos los cuartos se veían igual de tamaño, y estaba uno al lado del otro y eran ocho cuartos. Todos tenían vidrio transparente y una puerta donde solo entraba el barman y los acompañantes de todos ellos. Si la señora Sarita me necesitaba, solo levantaría la mano como señal. Era igual con los demás. Me senté en la barra de frente a la señora, debía estar alerta. Aún no sabía ese movimiento y no me quería ver tonta.
─¿Que vas a tomar? ─preguntó el Barman.
─Un vaso con agua, ¡por favor!
─ Con quien vienes? ─lo miré y sonreí.
─Con la señora sarita.
─¡Vaya! Esa señora es una mujer muy influyente, le gusta apostar mucho y siempre gana, no hay día que se vaya en ceros.
─¿Como es que juegan aquí?
─Mira. En la primer mesa o cuarto, como lo quieras llamar, apuestan mil pesos el juego. En la segunda mesa apuestan dos mil el juego y así con las demás. Mesa tres, tres mil pesos; mesa cuatro, cuatro mil y así ─no me la creía, era imposible escuchar al barman y opinar.
─¿Es neta?
─Si, es neta ─sonrió─, aquí tienes tu agua, pero yo que tú probaría los cocteles más deliciosos de aquí.
─¿Y cuál es el coctel más delicioso?
─En este momento te lo preparo.
─¡Espera! Estoy trabajando y no puedo tomar alcohol
─Tranquila, ellos siempre piden que les sirvamos.
─¡Bah! Si me regañan será tu culpa.
─¡Ja, ja, ja! No te preocupes ─empezó a preparar esa bebida, me estaba emborrachando de tanta cosa que le ponía, de tan solo verla.
─Toma, salud. ─Era una bebida blanca, se veía muy cremosa y apetecible.
─¡Vaya! Se ve rica. Espero no me haga daño.
─No te hará, te lo prometo ─respire profundo.
─¡Okey! ¡Ahí voy! ─tomé un trago y cerré los ojos. ¡Guau! qué delicia de coctel estaba saboreando mi paladar. ─¡Vaya! Jamás había probado algo así en toda mi vida.
─¿Que te pareció?
─Impresionante, riquísimo. Te felicito, lo preparas muy bien.
─Claro, le pongo mi toque maestro.
─Sin duda alguna. ─Sonó un celular, pero hice caso omiso, pues mi celular no sonaba así.
─Te están hablando ─agregó el barman.
─No es a mí, mi celular... ¡oh sí! ─me acordé del que me había dado la señora. Lo saqué y decía Jessica.

Continuará...

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