CAPÍTULO 53

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─¡Ahora sí! Vamos a casa.
─Voy a llevar esto a Isabel para que los archive ─dije.
─Yo lo hago, amor, no debes caminar mucho.
─Todo está bien, corazón, la molestia ya se fue.
─Aun así, no quiero que te pase nada ─me quitó los papeles y se fue.
─¿Como te sientes al saber que vas a tener un bebe, Fer? ─preguntó Víctor.
─No te puedo mentir, al principio sentía raro y me preocupaba todo. Ahora me siento feliz ─le cerré el ojo.
─Me alegra saberlo, veo el amor que se tienen y me da mucho gusto.
─Vamos a casa, amor, debes descansar ─dijo Jess. Al llegar, Pamela fue a nuestro encuentro.
─¿Como están?
─Muy bien, niña ─contesté.
─Bienvenidas ─saludó la señora Sara ¿Como les fue?
─De maravilla, mamá. La doctora terminó con Fer. Yo iré en veinte días y todo estará listo.
─Me alegra. Ve a descansar, Fer ─dijo mi suegra.
─Me siento muy bien, señora, al principio fue mucho dolor, pero ahora ya todo está en paz ─expliqué.
─Tomemos té y nos cuentas ─me abrazó. Por primera vez lo hacía y me sentí muy bien. Tomar el té con ellas era rico, era estar en familia y querida, nos habíamos acoplado.
─¿Entonces sí te dolió? ─Pamela estaba asombrada.
─Si, pero eso fue el primer día, después ya no ─respondí, Carina se mordía las uñas.
─Quiero que me cuenten con lujo de detalles, ¡saben que me encantan los detalles! ─dijo Cesar que entraba a la casa.
─Siéntate, toma té con nosotras ─lo invitó mi suegra.
─Por supuesto, quiero té y quiero saber el chime. ¡Cuenten, cuenten! ─se sentó junto a Jess y la abrazó.
─¿Tú aquí a esta hora, Cesar? ─preguntó Camila.
─¡Ay, si! Tu hijo Víctor, Sara, me agota con tanto trabajo. A veces quisiera ahorcarlo, ¡Grrrr! ─hizo ademanes.
─¡Ja, ja, ja! También yo. Mamá, hizo que Fer, así como se siente fuera a la oficia, ¿puedes creerlo? ─acusó Jess.
─¡Sí lo creo! Es mi hijo y lo conozco como te conozco a ti y sé que te enojaste mucho y eso lo entiendo por Fernanda. ─reconoció mi suegra─. Pero también entiende que es muy nervioso y todo le preocupa.
─¡Lo sé, Mamá! ─resoplo Jess.
─Pues yo no lo entiendo, Sarita. Me tiene de arriba abajo y yo tengo que ver a mi osito, él no me perdona que lo deje solo todo el tiempo. Tendré que hablar con Víctor ─Cesar se sentía indignado.
─Es un proyecto donde ambos deben apoyar, no te quejes ─advirtió mi suegra.
─La recompensa económica será mejor, piensa en eso. ─agregó Camila.
─¡Bueno, eso sí! ─fue a abrazar a Camila. ─tienes razón, ya no me quejaré, aunque no dejo de decir que quiero estrangularlo ─puso sus manos en forma de garras.
─¡Ja, ja, ja! Eres un caso perdido, Cesar ─agregué─. me gusta tu estilo y forma de ser.
─¡Lo sé! Impacto a cualquiera. ─se fue a abrazarme. ─A ti ya te quiero mucho, aunque me caes un poco mal. pero que le voy a hacer. ─me besó.
─¡Ay, Dios! Eres muy empalagoso ─más me besaba.
─Mamá, ¿cómo va el problema de Alondra? ─preguntó Jess.
─Ya la sentenciaron. No me alegra lo que le pasó, pero no puedo perdonarla, atentó contra tu vida y debe estar donde está.
─No debería salir nunca ─Camila se sentía enojada─, si le hubiera pasado algo Jess, tú no te lo hubieras perdonado.
─Estoy de acuerdo con, Camila. Que se pudra en la cárcel ─agregó Cesar.
─Ella no se tentó el corazón para hacer lo que hizo. Me alegra que este ahí y no salga nunca ─opiné irritada.
─Digo lo mismo que, Fer. No debemos tener consideraciones con ella. Fer casi muere ─me abrazó.
─¡Lo se! Ahí se quedará ─concluyó. Los días transcurrieron llenos de trabajo y uno que otro inconveniente en la oficia que pudimos sacar a flote. Hacíamos un buen equipo todos. Víctor estaba contento y yo recibía una remuneración económica muy buena, jamás pensé ganar tanto dinero. Jess trabajaba hasta llegar agotada a casa, pero eso no impedía amarnos y cada día era mejor que el anterior.

─¿La señorita Jessica Palacios? ─preguntó un joven a la secretaria.  Mi oficina quedaba enfrente de la de Jess, así que podía ver por el vidrio todo lo que sucedía afuera. La secretaria se metió a su oficina y salió. El joven entró cargando un arreglo floral enorme. Al leer la tarjeta Jess me miró y sonrió muy emocionada y feliz. Le había hecho llegar ese arreglo a la mujer que amaba sabiendo que le encantaría. Caminó a mi oficina y entró dándome un tremendo besó y un abrazo lleno de amor.
─Gracias, ¡te amo, te amo, te amo! ─me besaba mucho.
─Todos los días se debe conquistar a una princesa.
─Me encantan las sorpresas, corazón ─sentía todo el amor que me tenía.
─¡Lo sé! Te amo tanto, Jess. ─admiraba mucho a la mujer que era y se lo demostraba día con día.
─Amor, nos vamos a Monterrey en tres días, estoy muy emocionada.
─¡Que rápido pasan el tiempo, cariño!
─Sí, espero que todo salga bien.
─¡Así será, mi vida! ─salimos de la oficia, el día ya había terminado. Su celular sonó y se quedó pasmada.
─¿Quién es, amor? ─pregunté.
─Es Mariela ─contestó la llamada.
─Hola, ¿cómo has estado? ─un silencio─. Que bien, yo estoy feliz ─Jess hablo con ella desde que salimos de la oficina yo me puse a revisar algunos papeles que llevaba a casa. Héctor estacionó y bajamos, Jess aún hablaba con ella. Fui a la cocina por un vaso de agua y vi a Erica en el patio abrazando a Héctor y me impacté. Entró a la cocina y la miré desconcertada.
─Hola, Fer. ¿Tienes hambre?
─No. ¿Héctor y tu...?
─Héctor es mi esposo ─contestó.
─¿En serio? No lo sabía.
─¡Ja, ja, ja! Pensé que lo sabias.
─No, pero me da gusto conocer a su esposa.
─Espero que no lo hayas visto con otra ─me miró enojada.
─No, para nada, Héctor es un tipo serio y muy fiel.
─¡Eso espero! ─rio. Me había sorprendido Erica, tanto tiempo ya conviviendo con ellos y no lo sabia.
─Amor, vamos a ducharnos y a dormir, me siento muy cansada ─suplicó Jess.
─Hasta mañana, Erica.
─Hasta mañana, Fer.
─Te daré un masaje ─se lo dije con mucho cariño.
─No, amor. me siento cansada.

Me sentía tan bien que despertar a su lado me parecía hermoso.
─Buenos días amor. ─la besé. No hubo respuesta─. ¿Pasa algo? ─pregunté desconcertada.
─No. Vamos a desayunar que tengo hambre ─se levantó sin saludarme y se me hizo raro, pero no le di importancia.
─Buenos días, hermosas. ─saludo Camila.
─Hola, Camila. Fer, me voy, debo hacer algunas cosas antes de llegar a la oficina ─dijo Jess. Me dio un beso simple.
─Está bien, amor, nos vemos en la oficina, cuídate.
─Creo que vamos a desayunar solas. Sara no está y Pamela y Carina salieron muy temprano. ─agregó Camila.
─Entonces desayunemos rico, también tengo que irme.
─¿Cuándo nos vamos a Monterrey? ─preguntó.
─En tres días, fue lo que dijo, Jess.
─¡Ay, que emoción! Te felicito, Fer. Has demostrado el amor que le tienes a Jess y te doy las gracias por eso, no me equivoqué ─me sonrió.
─La amo, Camila. Por Jessica doy mi vida.
─Me da gusto escucharte eso ─el café y el desayuno estuvieron ricos como siempre, Erica tenía buena sazón.
─Me voy, Camila. El trabajo me espera.
─Ve con cuidado ─nos dependimos.
─¡Héctor! ¿No te fuiste con Jess? ─me sorprendí.
─No, ella se fue con Mario y Martin. Dejó órdenes de llevarte. 
─¡Oh! Bueno, vamos. No sabía que Erica es tu esposa.
─No me preguntaste.
─Me sorprendí, pero te felicito, tienes a una maravillosa mujer en casa.
─¡Lo sé! gracias, Fer. ─estacionó y me abrió la puerta.
─Me siento rara que hagas esto conmigo.
─Eres mi patrona, debo hacerlo.
─¡Te equivocas! Soy tu amiga.
─Entonces como amiga deja y te abro la puerta. Soy un caballero.
─¡Así, sí! ─nos reímos, Héctor se había convertido en un gran amigo.
Llegué a la oficina casi corriendo, tenía que mandar un correo urgente.
─Hola, Isabel, ¿me puedes traer los papeles que tengo que firmar, por favor? Y los planos también.
─En seguida ─contestó. ─Me entretuve revisando algunas cifras y no me percaté que había vuelta.
─Aquí te los dejo, Fernanda.
─Gracias.
─¿Puedo preguntar como lo haces? Estoy estudiando arquitectura y me sorprende que resuelvas tan rápido.
─Que bien, Isabel, es una muy bonita carrera ─se acercó demasiado a mí, puso las manos en los planos y sin querer rozó mi mano─ Mira, en esta línea tienes que manejar las cifras de esta manera para poder…
─Hola, mi amor ─entró Jess sin tocar la puerta, su mirada a Isabel fue muy penetrante. que al verla se quitó de mi lado ─déjanos solas, manifestó Jess.
─¡Con permiso! ─Isabel salió
─Amor, ¿Ya acabaste de hacer tus cosas? ─pregunté.
─No, pero veo que tú estás más entretenida.
─No, amor, le enseñaba a Isabel como...
─No me importa lo que le estabas enseñando. Voy a salir, te veo en casa más tarde.
─¡Cómo! ¿No estarás en la oficina?
─Hablamos en casa. ─salió dando un azote a la puerta. Salí tras de ella.
─Jess, ¡amor, espera!
─Nos vemos en casa, no tardes. ─Ya no pude seguirla, todos en la oficina nos observaban. Me quedé un poco preocupada, pero entendía por qué, el problema era Isabel. Terminé de hacer mi trabajo. Había anochecido, llamé por celular a Jess y no obtuve respuesta.

Continuará...

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