CAPÍTULO 16

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Jessica llegó detrás de mí, no valía la pena voltear.
─¿Qué dices, Jess? Ella vale mucho.
─Me sorprende que estés detrás de esta tonta.
─Jess, solo estábamos hablando un poco.
─Dame permiso, Rodolfo ─quería irme.
─Te ves ridículo rogándole. Tú eres un político muy importante e influyente, si la gente te viera se burlaría.
─Cálmate, solo quiero salir a tomar un café con ella. ¿Cuál es el problema?
─Me das pena. Qué bajo has caído.
─Cuídate, Rodolfo ─lo esquivé y seguí caminando.
─No te vayas, ¡por favor! ─me detuvo.
─Déjala, te ves patético ─quité su mano de mi brazo y seguí. Él ya no hizo nada; me despedí del policía.
─Hasta mañana, Sebastián ─el guardia había visto y escuchado todo y estaba sorprendido.
─Hasta mañana, señorita Fernanda ─fuera respiré aire puro, me sentía ahogada. En la esquina esperé que pasara un taxi. Consumida física y mentalmente, quería llegar a casa y dormir. Timbró mi celular.
─¡Bueno!
─Hola, extraña.
─Hola. Claudia. ¿Cómo estás?
─Esperando tu llamada, pero como tienes trabajo nuevo ya no tienes tiempo para mí.
─Claudia, estoy agotada. Trabaje desde ayer en la mañana, toda la noche y acabo de salir. Ven por mí, anda.
─Mándame ubicación y ahora mismo voy.
─te espero. ─me senté en la banqueta para esperarla. Pasó media hora y salió la camioneta de la señora Sarita, se dirigía a donde yo me senté y miré para el otro lado. Claudia llegó al contrario de ellos.
─¡Hey, loca! Sube. ─crucé la avenida corriendo, la camioneta de la señora estaba estacionada esperando a alguien.
─¿Por qué tardaste? ─pregunté enojada.
─Había un poco de tráfico. ¿No me vas a saludar? ─me incliné y la besé en la mejilla ─de la camioneta nos miraban.
─Vámonos.
─¿Cómo te fue?
─Bien, mal qué sé yo. Quiero ir a casa y reposar.
─Te veo muy cansada.
─Lo estoy.
─¿Te invito un café?
─No, me siento exhausta. Llévame a casa.
─¡Okey! ─al pasar cerca de la camioneta vi a la señora Sarita, un hombre junto a ella y a Jessica.
─Cuéntame, ¿cómo te fue?
─Conocí a la mujer más hermosa, es lo más bello que he visto en mi vida ─sonreí al dibujar su cara en mi mente.
─Me imagino que es la dueña de la casa.
─No, es hija de la dueña. ─conté todo a Claudia.
─Esa Pamela ha de ser un torbellino.
─Sí, es una niña muy extrovertida.
─No te dejes de Jessica, es egocéntrica y grosera.
─Está pasando por un momento difícil en su vida.
─Eso no es justificación.
─No, no lo es.
─¿Qué paso con la mujer que conociste en las redes?
─Es un encanto. Hablé un rato con ella por teléfono.
─¿Hicieron click?
─No lo sé, pienso que sí, me gustó hablar con ella.
─¿Qué buscas en tu vida, Fernanda?
─Yo no busco nada, cuando buscas jamás encuentras y cuando encuentras pierdes las ganas de estar con alguien.
─La soledad te lleva a eso.
─Sí, después de un tiempo te acostumbras y la zona de confort te gusta tanto que no quieres salir de ahí.
─Puede que tengas razón, pero también es necesaria esa persona que llegue a complementarte.
─Nadie viene a complementar ti vida, las personas llegan a tu vida para acompañar tu soledad.
─¡Ja, ja, ja! ¿De qué hablas Fernanda?
─Muchas personas ya tienen su vida realizada, son profesionales en su área, tienen la vida organizada, la persona que llega a si vida es para acompañar su soledad.
─No estoy de acuerdo, pero respeto tu punto de vista.
─¡Okey, okey! No tratare de cambiar tu opinión ni tú a mí ─llegamos a casa.
─¿Quieres bajar a tomar un café?
─No, debo ir por mi prometida, mejor descansa.
─Está bien. Te quiero amiga.
─También yo ─sonrió y se fue. Me metí a mi casa y preparé un café bien cargado. Sonó el celular de nuevo.
─Hola.
─Hola, Fernanda. ¿Podemos hablar?
─Claro que sí, Alejandra, dime.
─Seré directa. Me gustaría fueras algo más que mi amiga ─me quedé atónita, apenas nos estábamos tratando como para ver si se daba algo más adelante.
─Me gustaría decirte que sí, hermosa. Pero la verdad es que no te conozco, dejemos que las cosas fluyan y veremos.
─¿Para qué esperar?
─Creo que es muy rápido pensar en una relación. No estoy preparada 
─Nadie se prepara para eso, Fernanda.
─Pues yo sí.
─Está bien. Perdón que te haya molestado.
─No es eso, hermosa, el tiempo nos dirá si se puede.
─Me gustas mucho, y yo no quiero esperar.
─Entonces vamos a dejarlo aquí, conoce a otra persona porque mis tiempos no son los tuyos.
─Perfecto. Cuídate mucho, adiós ─colgó. Cuánta intensidad había en esa mujer. Tomé mi café y llamé a mamá, quería que supiera que ya estaba en casa. Después de un rato de hablar con ella me metí a bañar, me sentía cansada y quería dormir toda la noche. Otra vez el teléfono.
─Hola.
─Hola, hermana, ¿cómo va todo?
─Hola, Ezequiel, muy bien.
─¿Estás en tu casa?
─Sí, acabo de llegar.
─Vamos a comprar tus trajes, la señora Sarita me dio dinero para eso.
─¿Puede ser mañana?
─No, debe ser hoy mismo.
─Está bien, pasa por mí.
─En media hora ─me fui a bañar rápidamente o el cansancio me vencería. Sonó el timbre.
─¡Hermano!
─¿Estás lista?
─Sí ─Salimos.
─¿Cómo te va?
─Bien, dentro de lo que cabe.
─¿Qué tal la señorita Pamela?
─Es una niña muy linda que necesita mucha atención.
─Sí, después de lo de su mamá los psicólogos dicen que tiene un trastorno mental ─lo mire angustiada.
─¿Qué le pasó?
─Hace tres años atrás iban ella y su mamá, la señora Victoria, en carretera, al rancho de Cuernavaca.
─¿Tienen un rancho?
─Sí, ¿no te lo había dicho?
─No. Como nunca hablas de ellos, no lo sabía.
─Bueno, iban a quedarse unos días allá. La familia se reuniría para festejar el cumpleaños de la señora Sarita, los guardaespaldas de Victoria y Pamela las escoltaban. Victoria manejaba la camioneta donde iban ella y Pamela solas. A Victoria le encantaba manejar a alta velocidad, decía que quería llegar lo más rápido posible al destino. La señora Sarita siempre peleaba con ella por eso. Ese día, manejaba a 130 km por hora; los guardaespaldas las seguían, pero era difícil alcanzarlas, pues Victoria rebasaba carros a lo desgraciado. Pamela tenía quince años. Iban discutiendo porque Pamela quería tener novio y Victoria decía que se tenía que enfocar en sus estudios. Pamela le gritó a su mamá haciendo que esta volteara a verla y perdió el control de la camioneta chocando con el muro de contención.
─Qué terrible.
─Pamela quedó inconsciente y Victoria murió ahí.
─¡Dios mío! ─me tapé la cara con las dos manos.
─Nadie culpa a Pamela, y no pueden decirle nada porque se pone muy agresiva, muy mal. Ha intentado suicidarse tres veces, por eso no la dejan salir sola, siempre va la señorita Jessica con ella.
─No es verdad, Pamela se va sola, lo he visto.
─Ella se escapa.
─Ahora entiendo porque la señora Sarita me dijo que yo la ayudaría a controlarla.
─¿Eso te dijo?
─Sí.
─Pamela ha tenido siete choferes que han renunciado.
─Me imagino, pero a mí me trata bien.
─¿En serio?
─Sí.
─Qué bueno. Espero hagas bien tu trabajo.
─Ezequiel, ¿Cómo sabes tú lo de la camioneta? No ibas con ellas.
─A Pamela la enviaron al psicólogo, le contó todo eso, y el habló con la señora Sarita y el señor Arturo, pero también tuvo que declarar en el Ministerio Público. Y fue la misma versión que dio.
─Qué fuerte para una niña de esa edad.
─Sí, se echa la culpa de la muerte de Victoria.
─Solo ella sabe su sentir.
─Creen que hay más, pero Pamela no habla de eso. Nadie sabe en realidad. La señora Sara y el señor Arturo piensan que Pamela esconde algo. Pero no quieren indagar, Victoria está muerta y Pamela fue su la única hija.
─Y ya no le preguntan para que no se ponga intensa.
─Loca diría, yo. Esa niña es rara y trata de sacar su frustración tratando mal a las personas.
─Te diré, hermano. Llevo veinticuatro horas trabajando para ella y es muy centrada; un desmadre, pero centrada. Nada que ver con lo que platicas.
─No sé porque es así contigo, pero Pamela está loca, muy loca.
─Bueno, a ver qué pasa después ─llegamos al local de ropa. Debía elegir trajes coquetos, me gustaba vestir bien y muy sexy─ ¿de cuánto es el presupuesto, hermano?
─El suficiente ─lo miré y sonreí ─nos metimos a la tienda y empecé a escoger, los trajes eran hermosos y finos.
─Ezequiel, están muy caros.
─Sí.
─¿Estás seguro que aquí es el lugar?
─La señora Sarita siempre manda aquí a sus empleados, le gusta que todos visitamos bien y elegantes.
─¡Guau!
─¿Les puedo servir en algo? ─se acercó una señorita con una sonrisa muy bonita y siendo muy amable.
─Sí. Mi hermana viene a medirse unos trajes, ¿podría ayudarla, por favor?
─¡Claro!, ¿qué color y estilo le gustaría? ─se dirigió a mí.
─Algo muy sexy, coqueto, en color negro ─me sonrió.
─Sé lo que busca señorita, por aquí ─estiró la mano dándome el paso.
─Gracias ─caminé y la vi de frente.
─Esto es inverosímil.

Continuará...

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