CAPÍTULO 36

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─¿Qué está pasando aquí? ─Camila entro.
─Nada, solo estoy dando la bienvenida a la familia a Fernanda ─contestó la señora sarita.
─¡Ay, por Dios! ¿eso es verdad?.
─Sí, Fernanda y yo empezamos una relación. ─confirmó Jessica.
─¡Sí! Me da gusto, Fernanda se ve una buena persona. Debes cuidarla. Y tú, Fernanda, debes proteger a esta niña sensible y cariñosa.
─Lo haré, Camila, Jessica será mi consentida.
─Ay, corazón, me das mucha seguridad ─me dio un beso, sentí un poco de pena.
─Me hubiera gustado que alguien hubiera dicho algo así por mí. Debemos celebrar ─exclamó Camila.
─No es el mejor momento, Camila. Debemos irnos a la Ciudad de México ─aclaró la señora Sara.
─Tal vez aquí, pero llegando lo haremos ─sonreímos.
─Hola, Fer, ¿dónde estabas?. ─preguntó Pamela.
─Fuimos al hotel. ¿Y ustedes qué? ¿Dónde estaban?. ─Carina sonrió lujuriosa─. ¡Oh, ya! Esa sonrisa me gusta, picarona.
─Vamos amor, sube conmigo ─dijo Pamela a Carina.
─¡Esperen! ─la señora Sarita las detuvo─. No hay nada de qué hablar cariño, su felicidad es la mía y estoy muy contenta por ustedes, las amo, no importa con quien estén, lo importante es que se quieran y sepan respetarse.
─Abuela ─se aventó a su brazos, Pamela era feliz. Jessica y yo nos miramos y sonreímos. Me tomó de la mano.
─Gracias, abuela ─agradeció Carina.
─Amiga, felicito tus decisiones ─mencionó Camila, feliz. La señora le sonrió.
─Vamos, Jessica.
─Mamá, me voy con Fernanda y las niñas ─respondió y subió adelante conmigo.
─Está bien. Héctor, vamos a casa.
─si señora. ─dijo cerrando las puertas. El trayecto fue hermoso, Jessica llevaba su mano en mi pierna y me sentía soñada, reíamos de todo.
─Qué callado se lo tenían, tía ─exclamó Pamela.
─Nada de eso, mi amor, solo se dieron las cosas.
─Las felicito, tía ─agregó Carina─, creo que debemos irnos de vacaciones las cuatro.
─No, mi amor, tenemos un proyecto en manos y tardará tiempo, así que no se puede.
─Yo estoy feliz, muy muy feliz. Mi abuela nos aceptó, Fer y mi tía Jess están juntas y tú y yo, amor. ¿Que más le puedo pedir a la vida? ─suspiró Pamela.
─Un bebe, podría ser. ─Jessica me miró─, ¿te gustaría ser mamá? ─ preguntó.
─Nunca había pensado en eso, corazón, pero no lo descarto ─Pamela hablaba de que ella quería dos, Carina que solo uno, y el problema vino cuando Jessica me dijo que ella quería tres. Jamás tendría tres, no sabría qué hacer con tantos niños. Ya no quise agregar nada, solo era un plática sin sentido ─la radio sonó.
─Fernanda… ─noté a Héctor agitado─, tenemos un catorce cinco, repito catorce cinco.
─Entendido ─amor, ve con las niñas atrás y agáchense ─Jessica hizo caso de inmediato, volteé al retrovisor y a todas partes, no veía nada ─¿qué color es, Héctor?
─A diez metros a tu derecha, carro color negro. Debemos estar tranquilos, Fernanda, rebásame, siempre ve adelante de mí.
─Entendido ─aceleré un poco y me puse delante, miraba por el retrovisor y observe que un carro color café, hizo lo mismo. ─Héctor, a tres metros tuyos un carro color café me sigue.
─Ya lo tengo. Sigue, le taparé el paso ─Héctor se oía intranquilo, un guardaespaldas debe tener la mente fría para ese tipo de situaciones, para eso le pagaban.
─Héctor, a tu derecha, se acerca el carro negro.
─Debes tranquilizarte, Fer.
─No podrás con los dos, Héctor. Me saldré en la siguiente salida, sigue a uno, yo me encargo del que me siga.
─¡No, Fernanda. Espera mis órdenes! ─gritó enojado.
─¡No podrás con los dos, hazme caso! 
─No. Mantente en medio y a baja velocidad, tengo que ver cuál es su maniobra.
─Amor, tengo miedo. ─Jessica estaba a por llorar.
─Tranquila, todo va a salir bien. Agárrense.
─¿Qué está pasando? ¡Primero mi tía y ahora esto! ─gritó Pamela.
─Deben mantener la calma y hacer lo que les digo ─el carro café quiso pasar a Héctor─. Héctor ¿qué debo hacer?
─Maneja y está al pendiente ─mire al retrovisor y ya no vi el vehículo negro.
─Demonios, ¿a qué hora me rebasaste? Carro negro, lo tengo en frente, Héctor.
─Ten cuidado, Fernanda. Pueden traer arma.
─Espero órdenes.
─Cuidado, Fernanda. ¡Acelera, acelera! ─no veía nada... Héctor maniobro y salió de la carretera sacando al auto café con él.
─Me salí, Fernanda, usa en la próxima salida.
─No puedo, el negro me está bloqueando el paso.
─¡Carajo! Necesito que conserves la calma, ve siempre detrás de él ─colgué la radio y me enfoqué. No me seguía nadie más, nos rebasaban y tenía que pensar en todo. El carro negro paso al otro carril dejándome el camino libre pero no los rebasaría, iría a la par de ellos. Saqué mi celular y marqué a mi hermano el federal.
─¿Hola?
─Hermano, me viene siguiendo un carro, ¿qué hago?
─¿Cuál es tu posición? ─contestó preocupado.
─Van al costado.
─Respira y conserva la calma. No los pierdas de vista.
─Estaban delante de mí y ahora se hicieron a un lado.
─Quieren disparar a las llantas. Mantente detrás.
─Los tengo al costado, no me dejan ir detrás.
─Sabes maniobrar, Fernanda. Ponte detrás, confía en ti misma, recuerda cuando llevábamos uno detrás y el otro adelante. ¿Que hice?
─Dejaste que se confiaran, saliste de en medio y se estamparon.
─Quiero que hagas, sabrás el momento indicado.
─Pasaste al otro carril poniéndote frente a los dos y frenaste haciendo que frenaran y saliste en la primera salida que encontraste.
─¡Exacto!
─Ahora mismo, hermano.
─No me cuelgues, quiero escucharte ─lo decía con una tranquilidad tal que me relajé. Rebasé y quedaron atrás.
─Agárrense, voy a girar muy fuerte. ¡Vamos, imbécil! Acércate más un poco más... ─los veía por el retrovisor─. ¡Carajo! Sacaron un arma, hermano, apuntan a las llantas.
─¡Frena ahora, Fernanda! ─lo hice.
─Están zigzagueando, hermano, la próxima salida está a escasos diez metros
─¡Sal, sal, sal! ¡El momento es ahora, Fernanda! ─giré al último momento dejándolos dentro del periférico.
─Sí, púdranse malditos, ¡qué demonios, hermano, se quedaron dentro, yo salí!
─¡Ja! ¡Bien, bien! sabía que podías. Ahora salte en la primer salida que veas, recuerda que saldrán en la siguiente, busca otra forma de llegar a casa. Piérdelos.
─¡Dios!
─¿Qué pasa, Fernanda? ─no podía hablar, era mucha presión─. Fernanda, ¿estas ahí?
─Estoy aquí, hermano.
─No dejes de hablarme.
─Discúlpame.
─Debes tranquilizarte, aún no estás a salvo. Pon toda tu concentración.
─Sí, lo siento.
─Debes mantenerte lejos de ellos, ¿dónde exactamente te encuentras?.
─¡No lo sé! Estoy lejos de casa.
─Pon tus sentidos en las calles, Fernanda, el peligro sigue. ¿Ves algo raro?
─No, parece que los perdimos.
─Sigue por las calles, no te vayas a meter a la carretera. ¿reconoces algo?
─Hay un letrero que dice Satélite.
─No te metas, sigue por la lateral. Vas a ver las torres.
─¡Ya, ya! Ahí están.
─Vete por las calles interiores, recuerda que ellos piensan que te meterás nuevamente a la carretera.
─Ya se dónde estoy, hermano, me iré por el centro.
─Bien. Voltea a todas partes, Fernanda.
─Sí, parece que todo está tranquilo. ─la radio sonó.
─Héctor.
─Fernanda, ¿dónde están?.
─En Satélite.
─¿Como están?
─Todo bien, Héctor. Vamos a casa.
─¿Qué paso con el auto negro?
─Se quedó en la vía rápida. Tuve que girar y salí en la primera salida que encontré.
─Qué bien, nosotros estamos a punto de llegar y dejo a la señora. Mándame ubicación. Iré por ustedes.
─¡Okey! ─colgué.
─Hermano…
─Sí, aquí estoy. ¿Dónde estás, Fernanda?.
─En Reforma, me quedan unos minutos para llegar.
─Ve a toda velocidad y no te pares, si ellos saben dónde viven te estarán esperando cerca ─no lo había pensado. Llamé a Héctor.
─Héctor, llegare por detrás de la casa, espérame en la esquina.
─¿Estas cerca?
─Estoy llegando.
─Ya estoy aquí, Fernanda.
─Ya te vi, el carro negro está detrás de ti ─respiré profundo, no me estaba gustando para nada y me tenía furiosa.
─¡Fernanda! ¿Qué pasa? ─gritaba mi hermano.
─Los tengo en frente.
─Sabes que hacer. Te entrene para eso, ¿verdad?.
─Sí ─mi ira la estaba conteniendo, estaba lo que le seguía a enojada. ─te cuelgo, hermano.
─Llama cuando termine todo. ─dijo tranquilo, sabía de mi potencial para pelear, y lo que me había enseñado.
─Te amo.
─Yo a ti ─cortó, me enfoque en esos malditos.
─Héctor, ven y que alguien se lleve a las niñas, tú y yo tenemos qué hacer ─colgué la radio, Héctor no entendía nada pero mi coraje iba en aumento. Se me emparejó
─Bajen y suban a la otra camioneta. ─les dije a las niñas que temblaban e iban llorando.
─¡Vamos, vamos, rápido, señoritas! ─gritó otro guardaespaldas. Las tres se fueron y Héctor subió conmigo. Los escolté detrás, se metieron a la casa y Héctor y yo fuimos a confrontar a esos malditos reptiles.

Continuará...

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