CAPÍTULO 28

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─¡Fer, Fer! ¿Sigues ahí?
─Sí, aquí estoy, Clau.
─¿Qué pasa? ─Estaba pasando todo, mi corazón se hizo chiquito y sentí mucha desilusión. Ese hueco que te da cuando ves algo que no querías ver. Mis sentimientos se hicieron nada. Suspiré.
─Jessica se encontró con Ana y se dieron un beso en la boca.
─¡Por Dios! ¿Fer, estás bien?
─Sí, debo estarlo.
─¿No me digas que te enamoraste?
─No lo sé, sentí feo verla besándose con ella.
─Ella no es para ti, Fer. ¿Cómo te hago entender eso?
─Clau, lo acabo de entender ─Jessica se veía feliz, Ana la tenía abrazada, por un momento se pusieron cara a cara, Jessica tocaba los golpes que le había propinado yo, Ana se dolía porque le quitaba las manos de su cara.
─Dedícate a hacer bien tu trabajo e ignórala.
─Sí, así lo haré. ─Conté a Clau el proyecto donde ya estaba contratada.
─¡Que bien, que bien! Me da mucho gusto, amiga. Trata de hacer las cosas correctamente, yo sé que llegarás lejos.
─Gracias, Clau.
─Te dejo amiga, manejaré. ─Pamela y Carina estaban por llegar a la camioneta. 
─Te quiero, Fer, cuida esos sentimientos, no los dejes llegar a más.
─Es tarde, pero como siempre, bloquearé mi mente. Te quiero, Cuídate mucho.
─Claro que sí. Adiós.
─Mira, Fer, te compré esta paleta. ─Carina me la dio y con gusto la acepté, necesitaba endulzar el instante amargo.
─Fer, mi tía se quedará ─sentí ese dolorcito en la panza de cuando alguien te da una noticia fea.
─¿A dónde vamos?.
─A casa, nos vamos a poner guapas porque hoy es el gran evento.
─¿Que habrá? ─no tenía que preguntar pero lo hice.
─Vendrán unos socios de papá muy importantes, están viendo si pueden hacer más edificios. Papá tiene la costumbre de invitarlos para poder tener tiempo de hablar.
─¿Estarás en el evento, Fer?
─Si la señora Sara me necesita sí, si no, recuerden que tengo una cita.
─¡Ay! es verdad, que emoción ─Pamela beso a Carina y esta se sobresaltó por la sorpresa.
─Me encantó ese beso. Fer, ¿puedes hacer otra vez lo que hiciste?  ─me salió una leve sonrisa. Esos detalles le encantaban a Carina, Pamela la hizo sentirse especial.
─La tienes toda para ti, bésala y ámala mucho. ─le cerré el ojo.
─¿A qué hora la verás, Fer? ─preguntó Pamela.
─No sé, aún no la llamo.
─Háblale, queremos escucharte hablar con ella. ─pidió Carina, alegre.
─¡Okey! Vamos a ver que dice. ─puse el altavoz.
─¡Hola!.
─Hola Isabel, soy Fernanda.
─¿Como estas? ─se escuchaba muy seria.
─Muy bien, espero que tú también.
─Sí.
─Me preguntaba a qué hora paso por ti?.
─Lo siento, no podré salir esta noche. ─me sorprendió.
─Está bien, no te preocupes, será en otra ocasión.
─Gracias por entender ─¿qué demonios tenía que entender? ¡Rayos!
─Tranquila, sigue pasando un día bonito ─colgué.
─¿Qué fue lo que paso? ─preguntó Carina asombrada.
─¡No lo sé! Pero está bien, no debemos forzar nada.
─¿Se arrepintió? ─Pamela estaba extrañeza.
─Mejor así, me siento muy cansada y me duele la cabeza, si tu abuela no me necesita, me iré a descansar.
─Lo siento, Fer ─dijo Carina muy triste.
─Tranquila niña, por alguna razón pasan las cosas, el universo no está conspirando a mi favor.
─¡Ja! ¿Eso que tiene que ver?. ─respondió Pamela.
─Bueno, todo es en forma y en tiempo divino. Solo déjate fluir y las cosas llegarán a ti ─Héctor abrió la puerta.
─Espero nos acompañes, Fer. Tomaremos unos tragos, ¿qué te parece? ─agregó Pamela.
─Genial ─se fueron, estacioné y fui directo a la cocina.
─¡Ey! ¿Cómo te va, hermanita?.
─¡Ey! Mamá está muy sensible, dice que la llames.
─Acabo de hablar con ella. ¿Como te sientes?.
─Duele poco pero me siento muy cansada.
─Cuando tengas un tiempo te vas a recostar.
─Sí, creo que eso haré.
─Felicidades por tu nuevo puesto, ya me enteré que vas a trabajar con el joven Víctor.
─¿Como lo sabes?
─Lo sé y ya. Lo harás bien, lo mereces.
─Gracias hermano. ─me abrazo muy rico y me dejó.
─Hola, Fer.
─Hola, Erica, ¿cómo vas?
─Bien, pero me siento agotada, vendrán muchas personas y debo terminar de arreglar el patio.
─¿Quieres que te ayude?.
─No estaría mal ─llevamos algunos adornos, muy bonitos. Girasoles, lilis, rosas blancas y una que otra orquídea. Todo se veía hermoso, la piscina estaba tapada con una lona azul para que no le cayeran hojas. Las mesas ya tenían sus manteles color blanco con azul. La bebida ya estaba fría y la comida por llegar. La pista de baile era enorme, la música se estaba colocando y pusieron algunas tarimas porque llevarían a un grupo muy conocido e importante.
─¡Fernanda, ven un momento! ─gritó la señora sara.
─Dígame, señora.
─Lleva estas rosas y ponlas en la entrada, colócalas bonito ─en algún momento trabajé para una florista que hacía unos arreglos hermosos, así que puse en práctica lo aprendido.
─¡Qué hermosos rosas! Las estás arreglando bien, Fer ─dijo Héctor tomando una y oliéndola
─Huelen delicioso, el olor te transporta a otra dimensión de donde no te gustaría salir.
─¿Estas enamorada? ─gruñó
─No, solo me salió del alma.
─Sí huelen bonito pero no a tal grado.
─Es que eres un hombre poco romántico. ─Me guiño.
─¿Supongo que te han regalado muchas rosas? ─estiro la mano devolviéndome la rosa.
─Sí, pero no me gusta.
─¿Por qué?
─Están caras, duran poco y las tienes que agradecer toda la vida.
─¡Ja, ja, ja! Ahora sí me hiciste reír.
─Cuánta razón ─volteamos de inmediato─, las tienes que agradecer toda la vida. ─Jessica se fue sin decir más nada.
─¿Es mi imaginación o Jessica se ve contenta?
─Está contenta, se vio con Ana, imagínate.
─¿Estas segura?
─Sí, ahora déjame terminar esto, necesito descansar.
─Te sientes mal, ¿verdad?.
─No se lo digas a nadie. Mucho menos a Ezequiel.
─¿Qué tan mal?
─Mucho, Héctor.
─Ve a descansar, si la señora te busca te llamaré.
─Creo que sí.
─Fer, te llama la señora. ─Erica llegó corriendo.
─Creo que no podrás descansar.
─Así la vida, Héctor ─fui a la cocina.
─¿A qué hora será tu cita? ─preguntó Jessica, que estaba comiendo algo. La mire enfurecida. Yo estaba enojada, celosa y definitivamente me sentía muy mal.
─¿Te importa?
─A mí no me contestes así.
─Disculpa, Jessica. Me siento... ─me interrumpió.
─Tienes razón, a mí qué me importa ─salió.
─¡Rayos! ─recargué las manos en la barra.
─Fernanda, necesito que vayas al aeropuerto, ─la señora Sara entró de improviso─, llegará una persona muy importante ─la miré sin entender.
─¿Te sientes bien?
─Disculpe, señora, en seguida estoy allá. ¿Quién es?
─Erica te dará esa información. ─se retiró. En cuanto tuve los datos salí corriendo, nadie iba conmigo. No sabía cómo era esa mujer físicamente, así que compré una cartulina y puse su nombre. Esperaba con la cartulina abierta para que ella se fijara. Mucha gente salía y nadie se acercaba.
─¡Ya, ya, ya llega mujer! ¿No vez que me siento más mal aquí parada? ─hablaba para mí. Vi acercarse a una dama hermosa, de caminar elegante y vestimenta perfecta, con curvas que enloquecerían a cualquiera, no sé si era yo que todo lo veía en cámara lenta o era ella que caminaba pausado.
─¡Hola! ─me dijo─, soy Camila Márquez.
─Bienvenida a este Acapulco mágico ─le sonreí. Me quedé helada, no respondió─. Por aquí, por favor ─me siguió, caminé sin decir nada. Abrí la puerta, cerré y corrí al volante.
─¿Cómo te llamas?  ─preguntó.
─Fernanda, para servirle.
─Gracias, Fernanda. Disculpa la grosería de no contestarte, venía hablando por celular ─no me había percatado, los audífonos inalámbricos nunca los vi. Ella iba escuchando música y yo iba en silencio, pensaba en Jessica y como le había contestado. Héctor abrió la puerta y ella bajó.
─Gracias, fuiste muy amable.
─Para servirle, señorita.
─Llámame Camila. ─la señora sara se veía muy contenta a su llegada. Las dos se abrazaron.
─Camila, amiga de mi alma, ¿cómo te fue en el viaje?.
─Muy bien, Sarita, tengo chismes que te van a dejar fría.
─Hola, Camila, me da gusto que ya estés aquí. ─dijo Jessica con un beso y un abrazo.
─Hola mi querida Jessi, ¿cómo te encuentras después de tu ruptura amorosa?

Continuará...

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