CAPÍTULO 19

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─¿Que compraste? ─Me preguntó Ezequiel.
─Una bebida energizante nada más, ¿tú?
─Unas papas y un refresco chico.
─Que bien. Héctor, ¿te puedo preguntar algo?
─Sí.
─¿Por qué paramos? ¿No es muy peligroso estar aquí?
─A la señora se le antojó una bebida, y el señor quería comprar dulces, es muy dulcero.
─¡Oh! Me imagino que siempre lo hacen.
─Sí, cuando viene el señor Arturo siempre es así.
─Que bonito, son muy unidos los señores.
─Así es, hermanita, ellos son una familia ejemplar.
─Ezequiel, el señor ordena que vayas adelante ─intervino Héctor, que nos estaba escuchando.
─Está bien.
─Fernanda, irás atrás de mí.
─Como tú lo ordenes ─reconocí el poder de Héctor, sabía que haciéndolo me ganaría su confianza y respeto.
─Estamos a una hora de llegar, espero no atorarnos más en el camino ─se quejó Héctor.
─¿A dónde vamos hermano?
─Acapulco ─me guiñó. Todo se estaba tornando bonito─ Espero hayas traído traje de baño.
─No. Si me hubieras avisado, te juro que me hubiera traído uno.
─¡Ja, ja, ja! Tampoco yo lo sabía ─cerró el ojo. ─Retomamos carretera.
─¿Quieres, Fer? ─Carina me ofreció papas.
─No. niña, gracias.
─Fer, te invito de mis gomitas. ─Pamela las acercó.
─Si, te tomo una ─se entretuvieron comiendo.
─Oye, tía, ¿qué vas a hacer ahora que regresemos del viaje? ─preguntó Pamela masticando las gomitas como desesperada.
─Nada.
─¿Irás a trabajar a España? ─Jessica no contestó.
─Déjala en paz Pamela, eres muy imprudente. ─pidió Carina.
─¡Auch! Fer, ¿quieres más gomitas?
─No, niña, gracias ─el silencio fue absoluto. Veía a Jessica y me parecía que su mente viajaba a otros horizontes. Que difícil situación la suya, amar a alguien y que ese alguien ame a otra persona es difícil de digerir. Su expresión era de desilusión. Se veía bastante afligida. El reproductor tocaba una melodía que yo cantaba dentro de mí. Hay música que se refleja en el estado de ánimo en el que uno se encuentra.
─Mira, Fer, el mar se ve hermoso y las palmeras están que van a reventar de cocos. ─parecía que Pamela jamás había visto esa imagen. La verdad es que tenía razón, los cocoteros se veían bellas.
─Es maravilloso esto, Pame. Sube por uno.
─¡Ja, ja, ja! No inventes, los que bajan los cocos son especialistas en eso.
─No.
─Sí.
─No sé, digo. Pienso que agitan fuerte las palmeras y así se caen los cocos.
─¡Ja, ja, ja! Ay, Fer, ¿no sabes cómo los bajan? ─obvio que sabía, pero quería hacerlas reír.
─No, niña, vivo en la ciudad de México, así que es imposible saber. Se trepan como changos, supongo.
─Sí, efectivamente. Te voy a contar una historia.
─Pamela, esa historia que vas a narrar ya me la se toda, puedes hablar de otra cosa ─Carina la interrumpió.
─No, por favor, mi amor. No queremos escuchar tu historia, ya la has contado muchas veces. ─Exclamó Jessica.
─¡Está bien, está bien! A ustedes no les gusta escucharla, pero Fer no la conoce, ¿te la platico, Fer?
─Hoy no, por favor ─fui sarcástica.
─Ay que mala eres, ya no me hables ─vi su tristeza y rei. Jessica me veía por el espejo con su sonrisa linda.
─Es broma, te escucho.
─No, ya se me quitaron las ganas. ─se agachó.
─Qué bueno porque ya llegamos al hotel. ─Carina sonaba muy emocionada; era un lugar de cinco estrellas, dos arcos enormes en la entrada y entre ellos el nombre: "Hotel Palacio"; en el estacionamiento los guardaespaldas bajaron juntos, seis de ellos fueron a las entradas, dos seguían a las chicas y dos más a los señores que se dirigían al lobby. Ezequiel me alcanzó.
─Fernanda, ¿estás bien?
─Sí, hermanito, me estoy asando.
─Ahora que lleguemos a la casa, salimos los dos, la señora me dio dinero para comprarte ropa cómoda.
─¡Espera! ¿No nos quedaremos en aquí?
─No, solo vienen a hacer algunas cosas, la casa está a veinte minutos.
─¡Oh!
─Impresionante ¿no? Imagínate tener tres hoteles en Acapulco, cinco el Cancún, dos en Los Cabos.
─Calla boca, hermano, esto es increíble. ¿Don Arturo es el dueño de todo esto?
─Él lo hizo, pero ya heredó a los hijos.
─¿Cuantos hijos son?
─Tres. Víctor, Carlos y Jessica.
─¡Fer, Fer ven! ─me gritaba Pamela.
─Dime, niña.
─Mi abuela te necesita.
─Dígame, Señora.
─Fernanda, llevarás a Jessica a su hotel, ella te indicará ─asentí en silencio llena de regocijo.
─¿Puedo ir con ellas, abuela? ─pidió Pamela.
─No Fer, vamos a la piscina tú y yo, ─Carina hizo señas, leí su intención. Pamela la entendió a la perfección.
─Mejor no, abuela.
─Jessica ya está afuera. Fernanda ─me apresuré un poco emocionada. Encontré a Héctor en el camino.
─Te sigo, Fernanda, no vayas tan rápido.
─Está bien. ─subí al volante,
─Me va guiando, señorita, por favor ─dije a Jessica viéndola por el espejo. Sacó su celular e hizo una llamada.
─Héctor, ve adelante te sigo ─colgó. Puse mis lentes oscuros ya que siempre los cargo. Ya no quise preguntar ni saber más, yo no estaba para ser ignorada. Puse un poco de música y seguí a Héctor. Alejandra llamaba a mi celular personal.
─Hola hermosa, ¿cómo has estado? ─me incomodaba contestar el celular mientras trabajaba, pero igual lo hice.
─Hola, Fernanda, estoy muy bien y pensando en lo que te dije el otro día. Discúlpame, me gustan las cosas rápido y pensé que podíamos tener algo tu y yo.
─Tranquila hermosa, vamos a darle tiempo a esto y ante vemos que pasa, ¿vale?
─Sí, no me gustaría perder tu amistad y mucho menos una posible relación más adelante.
─¿Qué haces, hermosa? Se escucha mucho ruido.
─Estoy en el centro comercial, me acordé mucho de ti y quise disculparme. ¿Tú dónde estás?
─Gracias por llamar, bonita. Estoy en Acapulco, estoy trabajando.
─¡Que bien!, tómate muchas fotos y me mandas una donde salgas muy guapa ─reí.
─Lo haré, hermosa, te mandaré muchas fotos. Ahora debo colgar, estoy trabajado, ya sabes, debo poner atención.
─Sí, en cuanto te desocupe me llamas, ¿sí?
─Está al pendiente de tu celular, en cuanto tenga un poco de tiempo.
─Sí, cuídate.
─Tú también, hermosa ─colgué mirando al retrovisor, Jessica me observaba. Héctor puso sus direccionales. Estacionamos, Jessica salió ayudada por el jefe de seguridad.
─Espera aquí, Fernanda ─dijo Héctor.
─Claro.
─No, ella viene conmigo ─bajé, ¿para qué me quería? A saber, pero igual yo iba. En el lobby la esperaban tres hombres.
─Que sorpresa tan más agradable ─Rodolfo abrazo a Jessica efusivamente.
─Me alegra que estés aquí, Rodolfo.
─Gracias, Jess. La fiesta estará muy interesante. Hola Fernanda ─¿fiesta? ¿Me había perdido de algo?
─Buenas tardes, señor Reno.
─Rodolfo, me gustaría me llamaras por mi nombre. ─acepté con una sonrisa..
─Deja los formalismos y llévame a la oficina, Rodolfo. ─caminamos.
─Hable con el juez y me pidió los papeles ─informó Rodolfo.
─Sabíamos que los iba a pedir, y está bien, al menos ahora sabemos que si va a ayudar. ─decía Jessica.
─Sí, el juez es mi amigo y ya todo estará en paz, solo debemos tratarlo muy bien en la fiesta. Él quiere una oportunidad contigo, Jess ─Jessica se le plantó.
─Escúchame bien Rodolfo, si mi padre se entera de lo que acabas de decir, te dejará fuera de los negocios, jamás vuelvas a decirme algo así.
─¡Okey, okey! No mates al mensajero.
─Deja de ser cupido, Rodolfo, sabes que jamás lo volteare a ver como hombre ─siguió su camino, enfurecida. ¡Ja! Si me encantaba, ya la empezaba a adorar. Me gusta la mujer firme en sus palabras y fuerte de carácter, su actitud me hizo pensar que era la mujer que había buscado, me gustó su temple.
─Discúlpame, Jess, no volveré a decir nada. Pero ahí hay alguien que sí tiene que explicar algo ─Rodolfo le hizo una seña, Jessica enfocó y su expresión se desencajó.

Continuará...

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