CAPÍTULO 17

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─Buenas tardes ─dije ignorando las palabras de Jessica quien se me puso de frente. Iba con la señora Sarita y un caballero.
─Fernanda, ¿escogiendo tus trajes?
─Sí, señora. Ezequiel me trajo.
─Escoge algo bonito.
─Así lo haré, señora ─le sonreí.
─¿Y tú eres? ─quien preguntó era un hombre elegante, alto, fuerte y con mucho estilo para vestir. Jessica se le parecía.
─Fernanda Alonso, un placer ─le di la mano y muy amable me extendió la suya.
─Es la chófer de Pamela, Arturo ─agregó la señora.
─Bienvenida, Fernanda.
─Gracias.
─Buenas tardes ─Ezequiel se acercó a nosotros.
─¿Qué haces aquí? ─preguntó don Arturo, extrañado.
─Ella es mi hermana, señor. ─nos observó, hizo una mueca de aceptación y se fue.
─Los veo mañana.
─Sí, señora ─siguió a su esposo. Ezequiel veía pantalones que estaban en exhibición. Jessica se acercó.
─Es mejor que no compres ropa tan cara, en ti no luciría, y no durarás mucho tiempo trabajando para mamá.
─Iba a renunciar, pero sabes, ahora me tendrás que ver todos los días ─sonreí.
─Yo me encargo de que no sea así ─y se retiró.
─Señorita, por aquí ─pidió la vendedora.
Ignoraba por qué Jessica se portaba así, pero bien dicen que cuando conoces a alguien de inmediato te das cuenta si hay química o no, y ella y yo no la teníamos.
─Este conjunto es muy bonito… ─me enseñó algunos modelos y me gustó mucho un pantalón entubado la blusa pegada a mi cuerpo y el saco tres cuartos de largo. Me llegaba hasta las piernas. me veía guapa.
─Se te ve bien ese, hermana.
─Me encantó, Ezequiel. Me llevo tres conjuntos de este y quiero blusas así en azul, rosa y roja. ¿Se puede usar cualquier color, hermano?
─Mientras el traje sea negro, está bien.
─Perfecto. Por favor, señorita.
─Por supuesto ─se fue para ponerlos en una bolsa.
─¿Tienes problemas con la señorita Jessica?
─Sí, Ezequiel, desde que llegué se ha pasado insultando.
─Que raro, ella no es así.
─Conmigo es muy grosera.
─Si lo vi, por eso pregunto.
─Dice que no voy a durar mucho en la casa.
─No la entiendo, Jessica es muy centrada y amable.
─¡Sí, sí, sí! Lo que digas, hermanito, pero conmigo es prepotente, egoísta, y grosera.
─¿Que le hiciste?
─¿Yo? Yo no le hice nada, es ella quien tiene problemas conmigo.
─¡Ja, ja, ja! Del odio al amor hay un paso.
─Calla la boca, Ezequiel. Eso jamás pasará ─Jessica me gustaba mucho, pero debía actuar como si no me importara.
─Ella acaba de terminar una relación de algunos años, llora mucho y está muy deprimida, podrías consolarla ─sonrió y fue a la caja a pagar. Lo seguí.
─Al parecer todos conocen la vida de esa familia.
─Sí, prácticamente vivimos ahí,  ¿te diste cuenta que rara la vez que voy a casa?
─Sí, es verdad.
─Bueno, vámonos, debes descansar y yo tengo que ir a ver a mis hijos ─salimos con las manos llenas de bolsas. Volteaba a todos lados pensando volver a encontrarme con Jessica, pero no pasó así. Nos dirigimos a mi casa.
─Espero que Jessica cambie contigo o no durarás.
─Tranquilo, ella hará hasta lo imposible por sacarme de ahí, y yo haré hasta lo imposible por quedarme.
─Te conozco y sé que lo vas a hacer.
─Pero no te preocupes, no te meteré en problemas.
─Lo sé ─se iluminó su rostro. ─Llegamos. Paso por ti a las siete de la mañana.
─No, gracias, yo entro a las nueve.
─No ─rió─, la señora Sarita quiere que empieces mañana con tus clases de defensa personal.
─¿Qué? Ezequiel, yo sé defenderme.
─No está a discusión nada, te veo mañana, descansa.
─No, espera, Ezequiel. ─aceleró y se fue dejándome, hablando sola─. ¡Carajo! ─Me metí a cada y fui directamente a la cama, el cansancio me venció y desperté al otro día a las seis de la mañana, había dormido casi diez horas seguidas y me sentía de maravilla. Me bañé y me preparé un café, la emoción de ver a Jessica era mucha, verla me alegraba, aunque fuera ruda conmigo. Me puse la blusa roja con el traje negro y me encantó la combinación, metí mi ropa deportiva en una mochila y estaba lista. Ezequiel llamaba a mi celular.
─¡Hola!
─¡Hola, hermana! Estoy afuera, ya sal.
─En este momento ─agarré mis llaves y salí─. ¡Hola!
─¿Preparada para empezar esas difíciles clases?
─Nadie se prepara para nada hermanito, tú llevas una cosa en mente y de la nada el universo te cambia los planes, esperemos que todo salga bien.
─No quiero que pelees con Jessica, si ella trata de buscarte, ignórala.
─Tranquilo, sé lo que hago.
─No, eres muy explosiva y sé que puedes contestarle mal. Recuerda que también trabajo para ellos, no pongas en riesgo mi trabajo, por favor.
─¡Sí, sí, sí! Lo haré por ti. ─nos vimos a los ojos y le hice un gesto ─llegamos a la casa y Ezequiel estacionó en el mismo lugar de la vez anterior.
─¿Dónde voy a entrenar?
─La señora tiene un pequeño gimnasio al lado de la alberca ─cumplimos la rutina del saludo con el guardia y caminamos. La vereda olía a hojas, a tierra húmeda, a madera.
─Esto es agradable, me encantan estos olores ─jalé todo el aire posible.
─Si, huele rico ─nos alcanzó el instructor.
─Buenos días
─Buenos días, Fabián.
─¿Estas listo, Ezequiel?
─Yo siempre estoy listo. Te presento a mi hermana Fernanda.
─Hola, mucho gusto, Fabián.
─Hola, ¿qué tal? Creo que tú eres a quien voy a entrenar  ¿Me equivoco?
─No, amigo. Viene lista para que le enseñes todo lo que sabes ─Ezequiel me miró amablemente. Mi hermano sabía que yo ejercitaba en casa y río porque pensaba que no había nada que pudieran enseñarme, pero estaba equivocado, todos los días hay algo nuevo que aprender.
─Sí, soy yo. Espero aprender rápido.
─Te aleccionaré bien y en poco tiempo sabrás defenderte.
─Así lo creo ─teníamos que pasar al lado de la alberca para llegar al gimnasio.
─Allá está el baño, ve a cambiarte y te espero aquí. ─Fabián, me señalo el lugar.
─Está bien ─Ezequiel había dicho que era un pequeño gimnasio. ¡Ja! Le cabían cien personas haciendo ejercicio con todos los aparatos dentro. Enorme. Me puse unas mayas que se moldeaban a mi cuerpo, una camisa de tirantes, tenis y me amarré el cabello ─Lista.
─Bien. Vamos a empezar con un calentamiento.
─Fabián, quiero decirte que yo entreno diario, para que pasemos al área de los golpes directo.
─Perfecto. Vamos entonces a la lona ─empezamos a entrenar como se debía, me mostró dos llaves y algunos golpes; fui al costal y con el ejercicio empecé a sacar toda mi ansiedad. Comencé a golpear con fuerza, tan entretenida estaba que no me di cuenta cuando me dejaron sola. Terminé con el costal y me senté un momento, tomé un poco de agua, me detuve para irme a bañar, quitando completamente mi camiseta.
─Bienvenida, señorita Jessica, ¿lista? ─preguntó Fabián.  Jessica me veía de arriba a abajo como si fuera algo paranormal.
─Sí, Fabián. Lista.
─Perfecto. Es todo por hoy, Fernanda, mañana te espero a la misma hora.
─Sí, Fabian, gracias ─la esquivé tenía la mirada de ella en mí todo el tiempo. Me di un baño rápido y fui a la cocina.
─Hola, Fernanda.
─¡Ay! ¡No, no, no! Me matarás algún día, mujer. ─Erica se carcajeaba.
─¡Ja, ja, ja! Perdón.
─Tranquila
─¿Quieres un café?
─Sí, por favor.
─La señorita Pamela todavía no se despierta.
─Hola, Fer, ¿cómo estás? ─Era Pamela. Miré a Erica pícara y levantando las cejas.
─Hola, niña, muy bien ¿y tú?
─También ─salió.
─¿Qué pasó? ─pregunté a Erica.
─No lo sé, pero hoy hay viaje largo,
─¿Es decir?
─Que hoy se irán y no regresarán hasta mañana.
─¿Es en serio?
─Sí ─Tomé café con Erica y platicamos de cómo había llegado a trabajar ahí. Dijo que había sido por una señora que trabajaba en la casa de al lado y la señora Sarita le había encargado una muchacha de confianza y por su recomendación desde ese día estaba ahí.
─Que padre, Erica, todo lo acomoda Dios en nuestras vidas.

Continuará...

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