CAPÍTULO 37

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─Déjame hacer a mí las cosas, Fernanda.
─¿Qué haremos, Hector?
─Déjame manejar ─estacioné y pasó al volante. Esos tipos estaban esperando a ver que hacíamos.
─Ponte el cinturón, ¿estas lista para una aventura?
─Me encanta el peligro, Héctor. No pares a menos que mueras.
─¿Por todo? ─me miró decidido.
─Y con todo. Vamos por ellos ─aceleró, íbamos como alma que lleva el diablo. Ellos dieron reversa y alcanzó a dar la vuelta, nosotros zigzagueabamos.
─¡Sí! ─grité─. ¿Qué se siente ser la carnada, malditos? ─frenaron, con lo que hicieron que Héctor los chocara.
─¡Aah! Este si fue tremendo golpe ─empecé a sangrar por la nariz.
─¿Estas bien?
─Tranquilo, estoy bien. Para la próxima frena a tiempo.
─¿Y como voy a frenar a tiempo?
─Dijiste que sabias manejar ¿donde están tus maniobras, Héctor? ─le contesté enojada.
─Malditos, me las pagarán. ─aceleró y volvió a chocarlos. Los tipos frenaban y Héctor aceleraba.
─¡No los dejes Héctor, no los dejes! ─gritaba. Lograron quitarse y pasaron al otro carril.
─No dejes que se pongan detrás, Héctor.
─¡Cállate, cállate!
─¡Okey, okey, okey! Estas haciendo las cosas mal, pero tú sabes lo que haces.
─No estoy haciendo nada mal, deja de distraerme, ¡carajo!
─¡Vas bien, vas bien! Héctor, casi nos matamos, pero vas bien.
─Callate, Fernanda, me estas estresando.
─Pues entonces haz las cosas bien, vamos por ellos y cállate la boca.
─Les llego la hora. Agárrate, Fer. ─la velocidad con la que íbamos era impresionante. Pensé en mis padres, mis hermanos y en Jessica. El peligro se acercaba, todo tenía que salir bien.
─Los tenemos, Fer, los tenemos. ─los impactó, el carro negro giró y logro ponerse de frente.
─Son ellos o nosotros, acelera todo lo que tienes y no pares, Héctor.
─No, no moriré en manos de nadie. ─aceleró y logro esquivarlos, poniendose al costado suyo, alcé mis pies, les aventó la camioneta. Mi puerta se sumió con el golpe─. Agárrate, Fer ─yo iba casi encima del asiento, se escuchaban los rechinidos de ambos autos.
─Los tengo, Fer.
─¡Dale! no pares, destrózalos, Héctor.
─Vamos, necesito verte la cara, quiero saber quien eres.
─Agáchate, Héctor ─un hombre empezó a disparar. Héctor maniobró y cambiamos de carril, los carros que iban a la par de nosotros se hacían a un lado, otros estacionaron al ver nuestra pelea de poder.
─¡Dame tu arma! ─grité desesperada.
─Ni lo sueñes, quitate ─sacó su arma y apunto al carro, su mano pasó frente de mi alcance a reclinar todo el aciento hacia a atrás. Y empezó a disparar. Me tapé los oídos, sentia esas balas quemarme─. Le di a uno, Fer ─levanté el asiento justo para ver como se estampaban en la barra de contención.
─¡Sí! ─salia humo del carro; de repente.
─Va a explotar el carro. Vamos a sacarlos ─estacionó un tanto alejado, corrimos, abrimos las puertas. Eran tres tipos, uno muerto. Los otros dos parecían inconcenientes.
─Rápido, abre aquella puerta y sácalo, Fer ─lo hice y escuché un arma detonar, mis oídos quedaron sordos, caí al suelo golpeando su mano, haciendo que soltara la pistola. Estaba sorda. El tipo se avalanzó encima de mí, sentía el impacto de sus golpes en mi nariz. Tomé su mano y con la otra golpeé su cuello, haciendo que la vena dejara de pasar sangre. Se quedó sin respirar por unos instante y cayo al lado de mi. Logré incorporarme y me puse sobre de él. Golpeaba sus costillas una y otra vez, mis manos parecían mecánicas, no se detenían, hasta que ya no lo vi moverse. Héctor, detuvo mis manos, lo quite pasé a su cara dejándolo ensangrentado, se me habia metido el demonio. Héctor logro quitarme haciéndome una llave, enredando mi mano en sus piernas; no me lastimó, solo quería quitármelo. Me decía algo, pero yo no lo escuchaba, además, estaba enfurecida.
─No te escucho, Héctor ─me agaché y empezó a salir sangre de mi oído, sentí que algo se destapó y comencé a percibir la voz de Héctor a lo lejos.
─¡Fernanda, Fernanda! ¿Estas bien?
─¡Tranquilo! ─salia sangre de mi costillar.
─Estas herida. Llamaré una ambulancia.
─No, vamos a casa, vamos a llevarlos con nosotros, deben aclarar muchas cosas con ellos ─afirmó con la cabeza. Los subimos a la camioneta y nos fuimos a casa, debíamos esclarecer por quien de la familia iban y quien los había mandado. Justicia rápida fue lo que me enseñó mi hermano.
─Dame la mano, Fer ─un guardaespaldas me ayudó a bajar. La bala había rosado apenas mi piel, pero dolía mucho.
─Señor Arturo, los tenemos. ─hablaba Héctor por celular─, entendido ─colgó y se llevaron a los rufianes al sótano de la casa.
─Amor, ¿que te paso? ─Jessica salió a encuentrarme.
─Nada, corazón. Tranquila.
─Por Dios, Fernanda, estás sangrado. ¡Erica, llama al doctor! ─gritó la señora Sara. ─vamos adentro, debes sentarte.
─No. Disculpe, señora. Estoy bien.
─Haz caso, Fer. ya hiciste lo tuyo ─contestó Héctor.
─Aún no acabo con esto. ─camine con ellos, debíamos saber quienes eran. Jessica tapó mis pasos.
─Amor, ¡por favor! Vamos adentro, el doctor viene en camino para checarte.
─Lo haré, corazón, pero debo saber muchas cosas. ─la tomé en mis brazos─. Tú eres ahora mi responsabilidad, mi preocupación y mientras esté yo aquí, jamás nada te pasará. Pero necesitamos saber por qué quieren hacerles daño.
─Tengo miedo. ─puso su cabeza en mi pecho, la abracé muy fuerte, sentía sus latidos rápidos.
─¡Ey! Tranquila, ya todo paso.
─Vamos, Fernanda. ─dijo Héctor.
─Ve adentro, mi amor, ahora estoy contigo. ─Me hizo caso, ella entendía las cosas a la perfección y sabía que su vida no era un juego.
─Gracias por hacer todo lo que haces por mi familia y por mi, cariño ─me dio un beso y me dejó ir. Aquellos ya estaban amarrados de pies y manos a la silla.
─Lo voy a preguntar solo una vez ─Héctor sonaba muy enojado─. ¿Quienes son ustedes, quien los mando y por qué? ─los tipos no decían nada. Llegaron el señor Arturo, Victor y Ezequiel.
─Hermana, sangras.
─Estoy bien, tranquilo.
─Maldita sea la hora en que te dije de este trabajo.
─Ezequiel, si no fuera por ti, mi vida sería aburrida. ─le cerré el ojo.
─¡Contesta! ─Héctor estaba siendo muy agresivo, y esque así tenía que ser.
─Tranquilo, Héctor. ─el señor Arturo lo hizo a un lado. ─no se quienes son y no voy a insultarlos ni a agredirlos. Sin embargo, tengo mucho coraje dentro, la familia es importante para mi, y pienso que tambien lo será para ustedes su familia ─los dos lo retaban con la mirada─. ¿Quien los mandó? ─la expresión corporal de los sujetos hacía que pensáramos que no tenían miedo.
─¡Hablen! ─Victor quiso golpear a uno.
─No, no es la manera, hijo. ─lo detuvo. Logré ver bien a uno de ellos, su cara me era conocida, pero no podía acordarme. Me estaba costando mucho esfuerzo.
─No van a decir nada, papá, debemos llevarlos a la policía y que se encarguen de ellos.
─No, disculpe que le lleve la contraria, joven Víctor. ─refutó Héctor─. Es la segunda vez que atentan contra ustedes, esto va más allá de un intento de secuestró o algo así.
─Ya lo tengo ─ubiqué uno de ellos─. Tú estabas en el casino cuando llevé a la señora Sarita. Ibas con una mujer con la que jugaba la señora, ese día el barman te sirvió un trago y me volteaste a ver, yo rei contigo y desapareciste. El barman dijo que la señora Sarita había ganado mucho y me imagino que fue a esa mujer; ahora quiere venganza y fue contra uno de sus hijos y esa fue Jessica ─me agaché para verlo de frente─. ¿Me equivoco?
─¡Ja, ja, ja! No sé de qué me hablas ─contestó irónico.
─Ahora verás de qué ─llamé a un guardaespaldas─, ve por la señora Sara ─él miró al señor Arturo, quien movió la cabeza afirmando.
─¿Qué pasa, Fernanda? ─preguntó el señor Arturo.
─Mi intuición nunca me falla, señor. Todo esto es por ajustes de cuentas por el juego.
─Demonios. Le he dicho a Sara que deje de ir a esos lugares. Espero no te equivoques ─me miró estresado.
─¿Que pasa, amor? ─preguntó la señora asustada.
─Que Fernanda te explique ─respodió el señor; ella me miró desconcertada.
─Señora, el día que me llevó al casino, ¿con quién jugaba?
─Con Alondra Carbajal y Agustina Panini. ¿Por qué?
─¿A cual de las dos le ganó mucho dinero?
─ A Alondra.
─¿Reconoce a estos hombres?
─No, jamás lo había visto.
─Este es guardaespaldas de una de ellas, lo vi, soy observadora y se me graban las caras de las personas. Esa mujer mandó a estos hombres a hacer que se yo, contra su familia.
─¿Pero como es posible?
─Llamela y dígale que tiene a su guardaespaldas. Debe estar tranquila y contestar como lo hace siempre.
─Pero ¿cómo? ¿Por qué hizo esto?
─Haz lo que te dice, mujer. ─respondió don Arturo. ─llamó y puso el altavoz.
─Hola.
─Hola, Alondra, ¿Como estás? Habla Sara ─se quedó unos segundos en silencio, ahí estaba la respuesta.
─Sara, ¿cómo estas amiga? Yo estoy muy bien.
─Yo no muy bien, aquí tengo a tu guardaespaldas. ¿Me puedes explicar, que pasa? ─Alondra colgó.
─Llama a la policía, Héctor. que vengan por ellos y vamos ahora al ministerio público a levantar una demanda por intento de homicidio en contra de mi familia. ─concluyó don Arturo muy enojado.
─¡Mi amor, espera! ─la señora quiso decir algo.
─Hablamos luego, es más importante terminar esto ya.

Continuará...

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