CAPÍTULO 29

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─Bueno, fue por un tiempo. Ya regresamos.
─¡Vaya! Muy bien por ti, eso creo ─respondió Camila.
─Vamos, tomaremos algo, necesito saber que chismes me tienes ─dijo la señora Sara─. Fernanda, ve a descansar, Pamela me dijo que te sientes mal.
─Sí, un poco, señora.
─Ve, te llamaré si te necesito.
─Fuiste muy amable al ir por mí ─Camila me cerró el ojo.
─De nada. ─En mi habitación llamé a mamá, hablamos un poco, le conté lo que estaba pasando en la casa y del trabajo que me habían ofrecido. Estaba contenta por mí. Dejé el celular y me acomodé rico, apenas estaba cerrando los ojos y alguien tocaba la puerta─ ¡Ay, no! ¿Quién es? ─me levanté a abrir. Me encontré con una mujer que jamás había visto.
─La señorita Jessica la manda llamar.
─Gracias ─cerré la puerta y me recargué. ¿Ahora qué demonios quieres, Jessica? Estaba cerca de la piscina, hablaba con alguien y se notaba plena. Me vio y dejó de sonreír.
─Te llamo en un momento amor, necesito hacer algunas cosas. Colgó.
─¿Me mandó llamar, señorita?.
─Sí, nos vamos al aeropuerto en treinta minutos ─dio la vuelta y se marchó. Pensado que todo estaba mal. Me di una ducha y vestí el traje que había comprado, amarré el cabello, me maquillé y salí. Héctor abrió la puerta de la camioneta y ella subió.
─Me sigues, Fernanda ─dijo Héctor. Me monté las gafas aunque ya estaba cayendo la noche y con ella la brizna. No quería verla. Alguien llamaba a mi celular y lo dejé timbrar, no quería que ella escuchara mis conversaciones, mucho menos que se enterara de mi vida. Colgaron, pero en seguida volvió a sonar. Igualmente lo dejé. volvió a repiquetear una tercera vez.
─Si no vas a contestar, apágalo. ─Lo saqué de mi bolsa y vi que era Alejandra. sí que no entendía que yo trabajaba. Bajé el volumen y lo guardé. El silencio era incómodo.
─Hola, mi amor, ¿cómo vas? ─Jessica respondía una llamada. Una pausa─, sí, corazón, voy rumbo al aeropuerto, llegan los hijos de Víctor ─pausa─. No amor, voy rápido, espérame en casa ─no era posible, Ana estaría en el evento─. Corazón, no grites, no tardaré en llegar ─su expresión cambió totalmente─, ¡okey! No tardo, no te enojes, son órdenes de mi mamá. ¡Amor, amor! ¿Estás ahí? ─quitó el celular de su oído y lo checó, Ana le había colgado. Sonó el comunicador.
─¡Fernanda, contesta!  ─apreté el botón─. Tenemos un catorce cinco, repito, catorce cinco. ─Héctor se escuchaba alterado. Me acordé de las claves. Catorce cinco es hay problemas.
─Entendido.
─Aplica el siete cero siete. ─Bajé la velocidad y empecé a checar todo alrededor.
─Señorita, le voy a pedir que se siente en medio, ponga su cinturón y se agarre de donde pueda. ─indiqué a Jessica
─¿Qué pasa? ─estaba muy asustada. No contesté. No veía nada raro en el retrovisor, ni a los costados. los cinco guardaespaldas en la camioneta iban pendientes también.
─¡Héctor! ─lo llamaba por la radio─, a veinte metros a tu izquierda. Un carro color rojo, viene a toda velocidad.
─¡Los tengo! ─se escuchaban las ordenes de Héctor a sus compañeros ─sea lo que sea disparen a matar, recuerden que son ellos o nosotros ¡Listos!
─¡Dime que hago! ─tenía los nervios despedazados.
─No los pierdas de vista, Fernanda. Te necesito tranquila. ─¿Tranquila? El miedo se apoderaba de mí. Mi hermano, que era federal, me enseñó a controlarme en situaciones así. Respiré profundo y me relaje lo más que pude.
─Tengo miedo, Fernanda. ─Jessica casi lloraba.
─Tranquila, señorita, todo estará bien. ¿Confía en mí? ─la miré por el retrovisor.
─Sí, confío en ti ─sus palabras me dieron para arriba, no podía fallar.
─¡Héctor! los tengo al lado ─se veía muy joven el muchacho que iba manejando, eran cuatro y me apuntaban con sus armas.  Se emparejaron, me aventó el carro, logré hacerme a un lado, no alcanzo a golpearme por la maniobra que hice.
─Aquí estamos, Fernanda, sal en la primera calle que encuentres. ─Héctor logró quedar detrás de ellos y los aventó con la camioneta. Los jóvenes frenaron rechinando llanta.
─Nos vamos a morir, Fernanda. ─Jessica lloraba y yo no sabía qué hacer. Entonces tenía que actuar ya.
─Sí, algún día, hoy no. ─los dejamos atrás, pero no por mucho tiempo, en seguida nos emparejó otro carro, color blanco. Me pregunté qué demonios pasaba. Vi una salida y di la vuelta. Héctor quedó atrás con el otro carro.
─Sigue, Fernanda. ¡No pares, no pares! ─gritó Héctor por la radio. Los del carro blanco querían rebasarme, pero les tapaba el paso, uno de ellos sacó la cabeza por la ventana y disparó a las llantas.
─¡Agárrate, Jessica! ─Frené de golpe buscando que se estamparan en la camioneta, pero no fue así. El que manejaba tenía buenos reflejos─. Veremos quien manejar mejor ─aceleré dejándolos muy lejos, di un trompo y logré ponerme de frente.
─¿Que estás haciendo, Fernanda?.
─Sujétate bien ─me precipité con el acelerador a fondo y fui a encontrarlos, esperando se hicieran de lado. Mientras aceleraba, grité, contagiando a Jessica. Ellos también corrían a todo lo que daba su carro. Iban por todo. Los gritos nos dejaron sordas. A punto de chocar rodé el volante en un giro de ciento ochenta y quede detrás de ellos. Ahora la ventaja la tenía yo, no dejando que dieran la vuelta los choqué de costado, dejando al chófer inhabilitado, arrastrándolos hasta la barda de contención, haciendo que el carro cada vez se hiciera más chiquito.
─¡Cuidado! ─gritó Jessica.
─Uno logro sacar la mano apuntándonos y disparó.
─¡Agáchate! ─se quitó el cinturón y se escondió detrás de los asientos. La camioneta era blindada pero igual, no debía confiar.
─Metí reversa y fui de nuevo hacia adelante chocando en un golpe brutal. Ni cara pegó en el volante sacando mucha sangre. El carro quedó destrozado. Héctor llegó en ese momento.
─¿Jessica, estás bien? ─volteé para ver si no estaba lastimada.
─Sí, estoy bien. ─vi a Héctor rodear el carro apuntando con su arma. Retrocedí el vehículo y nos alejamos unos metros.
─No te vayas a bajar, Jessica ─descendí del carro.
─¡Quédate ahí, Fernanda! ─me gritó Héctor. Tres guardaespaldas estaban vigilando que no viniera otro carro, Héctor y otro más estaban sacando a los tipos, golpeados y semi inconscientes. Fui a la parte de atrás y abrí la puerta, Jessica se aventó a mis brazos 
─Tranquila, todo está bien.
─Estás sangrando. ─dijo asustada.
─Sí, un poco. ─se alejó de mí.
─¿Está bien, señorita? ─pregunto un guardaespaldas.
─Si, debemos ir a un hospital, ella está muy lastimada.
─Ahora no podemos hacerlo.
─¿Están bien? ─Héctor se acercó.
─Sí, ¿Que pasara ahora, Héctor?. ─pregunté.
─Ya vienen por ustedes ─en seguida llegó Ezequiel con ayuda.
─¡Fernanda! ¿Estás bien? ─me tomo de la cara.
─Sí, tranquilo, hermano.
─Llévenselas, nosotros esperaremos a la policía ─ordenó Héctor.
─Dios mío, mi amor ─la señora Sara abrazó a Jessica.
─Mamá, Fernanda está sangrando mucho.
─Vamos a casa, llamaremos al doctor.
─Hermano, me voy a desmayar.
─Tranquila, ya terminó. Vamos a la camioneta. ─me cargó.
─¡Rápido, Fernanda necesita atención! ─Escuché el grito de Héctor. Me subió atrás, Jessica subió conmigo.
─¿Cómo te sientes?. ─preguntó muy preocupada.
─No siento mis pies, estoy débil.
─Es por la sangre que te está saliendo. ¿Puedes ir un poco más rápido?. ─Dijo Jessica al conductor. Me tomó de la mano. Era muy suave y delicada, pegó su cuerpo junto al mío y me abrazó. Qué delicia─. No te vayas a desmayar, Fernanda. ─la debilidad era mucha, dejé caer mis manos. Ya no supe de mí. Desperté en la habitación.
─¡Ah! ¡Dios mío! Que dolor tengo.
─¡Tranquila! ─Pamela estaba sentada a mi lado.
─¿Estás bien, Fer? ─preguntó Carina.
─¿Qué pasó?
─Llegaste inconsciente, el doctor vino a checarte y al parecer todo está bien.
─Qué bueno, me siento fatal.
─Tomate esta pastilla, órdenes del doctor ─la tomé, esas niñas estaban muy preocupadas.
─Mi abuela no quiere que te levantes, te quedarás aquí hasta que ella ordene.
─Solo quiero ducharme, me siento muy sucia.
─Ve y te acuestas, no te preocupes por nada, y si estás un poco dispuesta bajas a la fiesta ─Pamela me agarró el cachete.
─Cuídate, Fer. Te quiero ─Carina empezó a llorar.
─Tranquila niña, no he muerto.
─Lo sé. Me llegó un sentimiento raro al verte así.
─Tranquila, mi amor, ella está bien. Vamos a dejar que se dé un buen baño y si quiere, que nos acompañe un rato. ¿Sí, Fer? ─Pamela estaba tranquila.
─Sí, ahora salgo.
─Bien, aquí está tu ropa, lavada y planchada.
─Gracias ─me metí a la ducha, me dolía mucho todo el cuerpo, pero más la cabeza.

Continuará...

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