Noche de estrellas

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Larreta se encaminó a las afueras de Bariloche, gracias al anciano del bar quien le dio la ubicación el investigador llegó a una casa de campo en una zona exclusiva residencial, una cabaña color blanco en donde la naturaleza resaltaba. Estacionó su auto y se encamino a la puerta principal. 

Tocó la puerta varias veces pero no hubo respuesta, las luces estaban prendidas y se reflejaban por los ventanales, al parecer no había nadie en esa casa

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Tocó la puerta varias veces pero no hubo respuesta, las luces estaban prendidas y se reflejaban por los ventanales, al parecer no había nadie en esa casa.

Mientras Larreta caminaba de regreso a su auto alguien salió a la puerta.

— ¿Sí? — dijo una mujer rubia de mediana edad 

— Buenas noches señorita, disculpe la hora, pero estoy buscando a un viejo amigo que vive aquí — aseguró el hombre aunque el sabia que los Olivera no vivían más allí

— ¿Quién es su amigo? — preguntó la mujer 

— Diego, se llama Diego Olivera

La mujer puso cara de confundida

— Aquí no vive ningún Diego Olivera 

— Pero la ultima vez que lo vi esta era su dirección

— Le aseguro que no hay nadie con ese nombre aquí, yo llevo 8 años viviendo en esta casa — le informó la señora 

— Disculpeme, hace 16 que no lo veo y nunca me contó que se cambió de casa 

La señora se quedó mirándolo, pues si ya le había dicho que nadie con ese nombre vivía allí ¿porque el hombre no se iba?

— ¿Algo más en que pueda ayudarle?

— ¿Usted no sabe qué pasó con los antiguos dueños de esta casa?

— No, yo la compré a través de una inmobiliaria, y le aseguro que yo no soy la primera dueña de esta casa señor, hubo otros antes de mí

— Claro, como le dije tengo muchos años de no verlo y yo esperaba encontrarlo aquí

— Lamento no poder ayudarlo 

— Y bueno, ¿qué podemos hacer?, le agradezco mucho y de nuevo, perdón por la hora

El misterioso hombre se dio la vuelta y subió a su coche, la mujer algo desconfiada entro de nuevo a la casa y pasó seguro.

— No te pudo haber tragado la tierra Olivera — dijo Larreta en voz alta y sin más arrancó para perderse en el camino de regreso al pueblo.


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Celeste se sentó afuera de la casa de Cata mientras todos terminaban de cenar, era una noche clara y tranquila en Buenos Aires, Celeste aprovechaba para ver las estrellas y sentir el aire en la cara, eso era una de sus cosas favoritas.

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