Rebanada 2. Besar.

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Sebastián ni siquiera se avergonzó al presentarse semidesnudo frente a Mariana, era tal su confianza que incluso le ofreció un abrazo de bienvenida a su amiga, sin embargo, Mariana se alejó deprisa rumbo a la que sería su habitación mientras pedía perdón.

—¡¿Tu dogther es Sebastián?!  —preguntó Mariana a Su apenas y entró a la recamara.

Susana la observó, la menuda chica tenía el rostro azorado y la respiración agitada.

—¡Oh! ¿Ya se despertó mi hermano? Pensé que luego de la borrachera que se pegó anoche, tardaría en levantarse. Seguro anda bien crudo... —en ese momento la vista de Susana se desvió hacia atrás de Mariana—, y desnudo.

Mariana, siguió la dirección de aquella mirada, encontró a Sebastián detrás y aquella cercanía provocó que enseguida se adentrara en la habitación hasta topar con la pared de enfrente.

—¡Lárgate a vestir!  —le gritó Susana.

Con toda la calma del mundo, el adolescente miró su bóxer, luego sonrió ampliamente y, sin decir más, se retiró a su recámara.

Dos horas después, mientras ambas mujeres pintaban la habitación, el rubio entró con tres bolsas de papel que dejó sobre una mesita plegable, luego corrió a abrazar a Mariana por la espalda diciéndole:

—¡¿No te parece increíble?! ¡Vivir juntos!

Él ya se encontraba vestido, llevaba una playera blanca y unos vaqueros oscuros, olía a una reciente ducha.

Mariana ni siquiera pudo hablar, desde que lo había visto desnudo hasta ese momento, había meditado en todo lo que implicaría vivir bajo el mismo techo que la persona que le gustaba, incluso hasta se había dado el tiempo de imaginar los eventos que pasarían juntos, como si aquello se tratase de un dorama, al final él se enamoraría de ella y vivirían felices por siempre; no obstante, aquellas ilusiones se vinieron abajo cuando el rubio la soltó, la tomó de los hombros, hizo que se girara sobre sus talones para tenerla de frente, y luego le dijo con los ojos cafés chispeantes de felicidad:

—¡Podrías invitar a Carlita a dormir! Dile que venga a conocer tu nueva casa, de pronto me apareceré en truza y ella verá mis abs. No podrá resistirse. ¿Verdad que tengo buen cuerpo?

—Quiero vomitar —respondió Mariana—. Por favor, nunca vuelvas a aparecerte así frente a mí.

—¿Que yo aparecí?  Pero si tú fuiste la que apareció. ¡Fue mejor de lo que imaginé!  Debiste ver tu cara.

Susana dejó el rodillo sobre la charola de pintura, luego se dirigió a la mesa, abrió las bolsas que su hermano había traído y, mientras sacaba una hamburguesa, dijo:

—Mariana tiene razón. No quiero que vuelvas a andar en calzoncillos por la casa. Ahora vives con dos damas, nos das asco y no existe un motivo lo suficientemente fuerte que nos obligue a ver tus miserias. Dicho esto, vamos a comer hamburguesas.

Los nervios y la incertidumbre de Mariana por su futuro junto a Sebastián pronto se transformaron en felicidad. Le parecía un sueño que él estuviese en su futura habitación, sentado en el suelo, comiendo a su lado y expresando sus planes con ella cuando al fin se mudara a su casa.

Su corazón latía con fuerza mientras que sus ojos, sedientos de él, a cada momento se perdían en Sebastián hasta que él la miraba, entonces, avergonzada, desviaba su mirar a otra parte, preguntándose en su mente si esa mañana lucía bonita, preocupada de que él la encontrara fea por aquella playera holgada rosada y esos jeans viejos. Deseosa de haberse arreglado más, lamentó no haberse puesto ni una sola gota de maquillaje esa mañana.

Piña IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora