Rebanada 46. Gracias.

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—Pepe —dijo Emilio aquella tarde, luego de  grabar la melodía en su pequeño estudio—, tu canción es brillante. ¡Y pensar que solo necesitabas encontrar a tu musa!

—¿Musa? —se sonrojó José al pensar en Amelia—. ¿Quién?

Emilio lo miró con extrañeza, luego respondió como remarcando la obviedad:

—Acabas de llamar a tu canción “Amelia”.

—¡No, no, no! Es porque es para ella, por lo de su competencia... ¡No estoy enamorado!

—Yo no dije que estuvieras enamorado… Oye, quita esa cara de miedo, ni que fuera terrible enamorarse…

—Es una porquería. Estar enamorado es aterrador.

—Lo dices porque te has enamorado de personas incorrectas, pero Amelia dista mucho de parecer alguien que puede lastimarte, ¿no lo crees?

—Soy muy joven como para enamorarme.

El lunes, durante la hora de descanso, Amelia corrió hacia el salón de José. Cuando llegó allí, una expresión alegre iluminó su rostro al ver a su crush dormido, con el rostro sobre su escritorio.

Sin importarle que en el salón aún hubiesen algunos compañeros de Pepe, Amelia entró, se sentó frente a él, le tomó una fotografía con su celular y luego lo despertó al tocar su rostro.

Cuando Pepe abrió sus ojos, se sonrojó en gran manera al verla.

—Mira —dijo ella mientras le mostraba su foto dormido—, te voy a hacer memes y te convertiré en un sticker… ¡¿Qué onda con esas ojeras?! —ella lo tomó de las mejillas—. ¿Te sientes mal?

—No, solo estoy desvelado. Terminé de componer tu melodía.

Escuchar aquella noticia emocionó tanto a Amelia que, enseguida, soltó a José para llevar sus manos a su boca.

—¡Voy a llorar, Pepe! —dijo sin mentir.

—No lo hagas. Ni siquiera la has escuchado…

—¡Entonces vamos al salón del profe Emilio!

Amelia lo tomó de la mano y lo arrastró al otro lado de la escuela hasta que llegaron al aula de música. Allí se encontraba el profesor quien, al verlos de la mano, sonrió con complicidad a José, no obstante, el jovencito enseguida soltó a Amelia diciendo avergonzado:

—Profe, ¿puedo tocar para Amelia?

—Adelante —respondió Emilio.

Pepe se sentó frente al piano, cerró sus ojos y respiró profundamente. Luego coloco sus dedos largos sobre las teclas y comenzó a tocar una melodía cargada de esperanza y amor.

El corazón de Amelia latió como nunca antes lo había hecho, pues mirar a José interpretar de esa manera una canción compuesta por él mismo la conmovió al extremo.

José imaginó a Amelia patinando aquella melodía, también recordó su duro entrenamiento, aquellos pies que muchas veces miró hinchados de tanto trabajo, la expresión de dolor, pero también la sonrisa que emitía cuando sus saltos y giros se materializaban. De no haber sido por ella, pensó, él jamás habría avanzado tanto al piano.

Cuando la melodía terminó, José volteó a mirar a Amelia y la halló llorando, igual a como Mariana había llorado la primera vez en que él había tocado para ella, y eso lo asustó.

Pepe:
No iré hoy a ensayar a la pista. Estoy muy desvelado. Necesito dormir o moriré.

Piña IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora