Rebanada 51. Quemados.

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Con tal de proteger su corazón, Amelia se dijo, incontables veces, que su amor por Pepe se había extinguido, repitió aquella mentira con la esperanza de hacerla realidad lo antes posible, no obstante, el tacto suave sobre su mano y aquella confesión llena de un cariño sincero, evidenció su amor vigente por José.

Lo amaba, pero también estaba cansada de tanto desaire y llanto, y además tenía miedo de enamorarse más de él solo para que Pepe, muy posiblemente, le rompiera el corazón después. Porque para ella había quedado claro que su amor no lo iba a hacer cambiar, porque ya lo amaba y eso no había impedido que él la lastimara múltiples ocasiones. Tuvo miedo de deshacerse de su orgullo.

—Ya es tarde —mintió Amelia.

—¿Sales con alguien más? —preguntó José avergonzado.

—Sí.

—¿Por qué no me miras a los ojos? Estás mintiendo.

Amelia volteó a verlo y, dotando a su voz de ternura, respondió:

—Conocí a alguien en las competencias. Es un gran chico...

—¿Tan rápido? No es cierto.

Los ojos de Amelia se llenaron de lágrimas, incapaz de seguir con su mentira, regresó su vista a la mano de José.

—Pepe... La verdad es que me he quedado sin energía para intentarlo más contigo —se sinceró con un nudo en la garganta—. Ya sufrí demasiado por ti y eso que no éramos nada. Quiero concentrarme en el patinaje y quiero que te concentres en entrar a Bellas Artes. Quedamos mejor como amigos.

—Pónme a prueba... Seré cuidadoso contigo.

—No. Estoy muy lastimada. Ya no quiero nada.

—Lo siento.

José la soltó, con el corazón roto y una vergüenza grande, se alejó en silencio de la ventana y salió del aula, luego se dirigió a su salón en donde vio a Mariana, junto a otras tres compañeras, aconodar la pizza en una mesa grande que habían hecho a base de juntar varios escritorios al centro del salón.

Mariana vio a Pepe tomar su mochila de un rincón, entonces sus compañeras se acercaron a él y, de manera coqueta, le preguntaron si ya se iba, ante la afirmación del alto chico, ellas le pidieron que se quedara, no obstante, José se despidió y se marchó.

Apenas José dejó el aula, Mariana salió detrás de él y, cuando lo alcanzó en el pasillo, sonrojada lo tomó de la muñeca y lo detuvo.

—¿Por qué no te quedas? —preguntó Mariana—. Es nuestro último día juntos… o sea, hablo del grupo.

Al sentir la vista de Pepe sobre la mano con la que ella se aferraba a él, Mariana lo soltó.

—No tuve un buen día —respondió José—, bueno, para ser específico, no fue un buen año. Solo quiero irme a casa y dormir.

—José... ¿Podemos hablar en algún lugar más privado?

Ambos subieron en silencio hasta la puerta que daba a la azotea, aquel mismo lugar en donde su noviazgo había terminado.

—No me gusta este lugar —dijo José mientras jalaba la manija para pasar a la azotea.

Como ninguno de los dos esperaba a que la puerta estuviese sin seguro, cuando la puerta se abrió, ambos sonrieron y enseguida salieron.

José emparejó la puerta, dejó su mochila en el suelo y luego, al percatarse que a unos metros una pared proyectaba algo de sombra, fue a sentarse allí.

—¿De qué querías hablar? —preguntó José absorto con el cielo azul.

Mariana se sentó a su lado y, sin ninguna clase de tapujos, respondió:

Piña IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora