Rebanada 3. Ebrio enamorado.

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—¡¿Pero qué dices, Pepe?! —exclamó Mariana ante la petición de aquel curso práctico sobre el beso—. Seguro te inventaste tu absurda historia de amor no correspondido solo para conseguir mi lastima y un beso mío. Baboso. Pervertido.

—¡Era broma! —Mariana rio—. Pero si quieres, no es broma.

Ella, ruborizada, le dio un golpecito en el brazo y luego Pepe le habló sobre otra cosa.

Algunos minutos más tarde, Diego llevó a Carla a su casa. Una vez ahí, ella lo invitó a pasar para ver una película, pero al percatarse de que no había nadie, sintiéndose incomoda y perversa por el vestido que traía bajo el abrigo, le dijo:

—Diego… ¿Te molesta si me pongo un pants mientras eliges la peli que veremos?

Pero Diego, sentado en el sofá, la tomó de la mano para evitar que se fuera y, con la vista fija en ella, le dijo:

—Necesitamos hablar.

Carla quedó muda, pensó en lo peor, pensó que su novio le confesaría su amor por Mariana y por ello sus ojos se llenaron de lágrimas.

—¿Te gusta Mariana? —preguntó Carla con una seriedad tal que hizo que Diego soltara una carcajada.

—¿Por qué dices eso? Si me gustara Mariana, estaría con ella y no contigo.

—¡No te rías! El otro día te vi afuera de su casa. Supuse que se vieron a escondidas.

La risa de Diego se apagó, entonces, ruborizado, explicó:

—Quería hablar con ella. El otro día vi una entrevista de Liza y… Estaba preocupado porque creo que Eliza habló de nosotros, fue algo tonto lo que dijo…

—Lo sé, también vi la entrevista.

—¡¿En serio?! No creo que nuestra relación sea el producto de una infidelidad mía hacia ella, ambos sabemos que durante más tiempo del merecido, Eliza fue nuestra prioridad. Estaba preocupado de que alguien te molestara por lo que dijo Eliza y quería preguntarle a Mariana si sabía algo al respecto. También quería saber su opinión acerca de que si debía mencionarte la entrevista porque suponía que si te la mencionaba, irías a verla y te sentirías mal… Al final ni siquiera hablé con Mariana sobre ello, se me hizo tonto preocuparme. Su familia me invitó a cenar y no hablamos más. Siento haberte preocupado. ¿Por qué no me dijiste que me habías visto ir a casa de Mariana?

—Esa entrevista me hizo sentir insegura y con la novela que armé en mi cabeza, no quería aceptar que mi novio me estaba engañando antes de cumplir siquiera un mes de novios. Me alegra que lo aclaremos. ¿De esto querías hablar?

—Sí.

—Discúlpame por pensar que me eras infiel.

—No te disculpo.

Carla se sorprendió tanto por tan seria contestación que no vio venir cuando Diego comenzó a hacerle cosquillas diciendo:

—¡Toma! ¡Muere!

Ambos se hicieron cosquillas y pelearon con todo hasta que Carla, acalorada, se levantó del sillón para quitarse el abrigo, entonces su vestido entallado mostró su figura.

Diego, recostado en el sofá, la miró embelesado y aquella mirada hizo volver en sí a Carla quien, al recordar lo atrevido de su vestido, muy sonrojada y tratando de parecer indiferente, preguntó:

—¿Qué pasa?

—Me gustas mucho.

—¡Tú también me gustas mucho!

Él se levantó, se paró frente a Carla ante la tenue luz del pino de navidad, luego pasó un mechón del cabello de ella detrás de su oreja y se inclinó para besarla con suavidad.

Piña IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora