Rebanada 13. Como fuegos artificiales.

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Durante el cumpleaños de Diego, todos los amigos planearon ir juntos al festival que conmemoraría la fundación de La Gloria.

Dicho festival era el más importante de aquel lugar a tal punto que muchos turistas solían llegar con el fin de disfrutar de aquel día.

Como el festival solía extenderse prácticamente hasta la mañana siguiente, Banso propuso darles posada en su casa pues él vivía a unos cinco minutos de donde se celebraba todo. Y así, con mucho esfuerzo y prometiendo todo tipo de tareas domésticas a sus padres, todos obtuvieron el permiso para asistir.

La tarde del festival, mientras Sebastián practicaba con su guitarra sentado en la sala de estar, escuchó el timbre sonar así que, extrañado porque no esperaba visita a esa hora, se levantó y abrió.

—¡Hola, Seb! ¿Está Mariana? —preguntó Pepe estando en la puerta.

Sebastián lo miró de pies a cabeza, le irritó que a aquel chico le estuviese ayudando tanto la adolescencia y le preocupó el esmero que José había puesto en su arreglo aquella tarde, además le molestó el rostro ruborizado de Pepe pues, para Seb, aquello delataba sus verdaderas intenciones con Mariana.

—No, no está —respondió Sebastián de manera áspera—. ¿Quedaste con ella?

—Vamos a ir al festival juntos, bueno, junto con el resto, pero pensé que sería mejor si venía por ella, creo que debí llamarla antes, supongo que ya se fue. Bueno, gracias, la veré allá.

Sebastián cerró la puerta de mala gana, pero a Pepe ni le importó, nervioso pasó saliva y, dando media vuelta, caminó por una calle de adoquines grises adornada por bugambilias multicolores plantadas afuera de las casas. Anduvo con el corazón latiéndole con fuerza, con la mirada atenta a cada una de las casas, pensando que en alguna de ellas vivía la profesora Valeria, porque entre una de sus tantas pláticas, ella le había mencionado que vivía en aquella calle.

Él caminó entre fantasías tiernas en donde se encontraba con ella hasta que la realidad superó sus sueños.

Un suspiro escapó por sus labios gruesos y su corazón pareció dar un vuelco. Afuera de una casa, sentada en los escalones que estaban en la entrada, debajo de un árbol de bugambilia fucsia, se encontraba la profesora Valeria.

Antes de ser visto, él la observó un instante, parecía una persona completamente diferente a la profesora que le daba clases, aquel día ella no llevaba ni una gota de maquillaje sobre su blanco rostro, lo que la hacía lucir más joven, además, en vez de vestir uno de sus trajes sastre, ella llevaba puesta una playera negra con estampado de AC/DC que había combinado con una mini falda del mismo color y una medias de red, y sus pies no calzaban zapatilla alguna, en su lugar llevaba unas botas militares adornadas con hebillas.

Sin que Valeria se percatara de la presencia de su admirador, continuó fumando, y aquella acción sorprendió aún más a José ya que él desconocía ese hábito, y mientras ella absorbía el sabor del cigarro con los ojos cerrados, sus largas pestañas acariciaron su rostro. José se hubiese quedado mirándola toda la vida sin hartarse, mirando absorto la manera en que ella exhalaba el humo por sus labios entre abiertos, sin prisas, mientras sus ojos azules volvían a abrirse solo para encontrarse con los ojos de José.

—Hola, profe —saludó él a unos pasos de llegar con ella.

El rostro de Valeria se iluminó con una sonrisa amable, apagando el cigarro contra el suelo, ella pasó tras su oreja un mechón de su cabello y dijo:

—¡Pepe! ¿Qué estás haciendo por aquí?

Él se sentó a su lado, la saludó con un beso en la mejilla y luego respondió:

Piña IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora