Rebanada 8. Náufrago.

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—Vete, por favor —rogó Diego, pero Eliza no hizo caso, continuó abrazándolo mientras suplicaba:

—¡Quiero regresar contigo! ¡Por favor! Dame otra oportunidad. No te voy a soltar hasta que me digas que sí.

El timbre sonó, pero Eliza estaba tan aferrada a él que ninguno de los dos se movió, ella continuó llorando, luego el celular de Diego sonó desde el sofá, ambos vieron que la pantalla iluminada avisaba que era una llamada de Carla y aquello hizo que Eliza, tomando a Diego de las mejillas, le dijera tratando de besarlo:

—¡Déjala! Quédate conmigo. Te extraño mucho, me siento muy sola, voy morir si no estás.

Él la empujó, pero ella ni se alteró por la acción, aprovechó que sus manos ahora estaban libres para tomar el celular y hacer un ademán de arrójarlo.

—Enferma —dijo Diego bastante cansado, sentándose en el sofá, encorvando su espalda para así cubrir su rostro con sus manos—. Estás fuera de control. Consigues todos tus caprichos y por eso, cuando se te niega algo, enfureces como una niña pequeña. Como un maldito animal.

Eliza quedó boquiabierta. Nunca antes había escuchado tan enojado a Diego ni mucho menos se había imaginado siquiera la posibilidad de que él le hablara de aquella manera tan fría.

—Era broma —dijo ella con la mente totalmente bloqueada.

—Me siento muy cansado como para soportar tus bromas. Me rindo. Tíralo, rómpelo, no me interesa nada. Estoy harto de todos. ¿Qué quieres que te diga? 

—Me dolió mucho lo que me hiciste —lloró Eliza—. Creo que eso terminó por derrumbarme. No me ayudó en nada descubrir que me engañabas con mi mejor amiga, ni mucho menos ver que ni te sentiste arrepentido por ello. Ni siquiera te disculpaste sinceramente conmigo.

—No estaba arrepentido. No estoy arrepentido de que lo nuestro se terminara porque no hice nada malo. No te engañé con Carla. Tú a mí, sí me engañaste. Si regreso contigo, te voy a decir lo que va a pasar. Aprovecharé cualquier oportunidad para engañarte, tendremos peleas como estas siempre, me golpearás como ahora y nos diremos cosas horribles todos los días. ¿Te acuerdas cuando llegabas llorando a la escuela porque escuchabas a tus padres discutir por teléfono? ¿Te acuerdas cuando me consolabas cada que mis papás se peleaban? Seremos peores que nuestros padres y yo me encargaré de eso. Estaré contigo por lástima, pero en el fondo te voy a odiar y disfrutaré mucho engañándote con quien quiera.

—Deja de jugar…

—Ya habíamos quedado bien, pero en vista de que no entiendes… Púdrete, Eliza. No quiero volverte a ver.

—Siento lo que dije sobre tu abuelo. Fui una estúpida —aunque Eliza no podía creerlo, dicho esto, tomó sus cosas y salió de la casa de Diego sin decir más.

Una vez que Eliza salió a la calle, miró a Carla, la pobre tenía el rostro apesadumbrado al verla allí, luego escuchó la puerta de la casa abrirse y al mirar hacia atrás, se percato de que Diego estaba allí.

—¿Qué hace ella aquí? —preguntó Carla a su novio mientras que las lágrimas comenzaban a amontonarse en su mirar.

—Vine de sorpresa —respondió Eliza bastante avergonzada—, quería que me ayudara con unas cosas de matemáticas que no entiendo.

—Le pregunté a él.

Diego respondió con fastidio:

—Piensa lo que quieras, Carla. Estoy harto de ustedes dos. Reconcíliense y déjenme fuera.

Dicho esto, él les cerró la puerta dejando a ambas tan sorprendidas como inmóviles.

—Él me dijo —Eliza engrosó la voz imitando a Diego—: “Púdrete, Eliza. No quiero volverte a ver”.

Piña IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora