Setenta.

4.6K 303 42
                                    

Terminamos en Atlantic City después de todo. Mi mejor amigo –un cabeza de chorlito– fue a despertarme antes de que el sol arribara y aunque lo amenacé con patearlo si no me dejaba en paz, terminó convenciéndome con “el mejor cumpleaños que has tenido” y con el delicioso desayuno que llevaba consigo.

Eran waffles con tocino y miel. El desayuno de cumpleaños que mi madre me preparaba.

—Espero que me hayan quedado igual de buenos que los que prepara Mary-Kate —dijo mi amigo, mientras me incorporaba un tanto adormilada para desayunar en mi cama.

Le había quedado delicioso.

Desayunamos los dos en mi cama y dejé que me contagiara un poco de su entusiasmo por el gran día que apenas comenzaba. Con la felicidad que me había contagiado me fui a duchar.

Me puse un vestido de maternidad color rosa palo y dejé caer mi cabello sobre mis hombros. Cuando salí Nicholas ya estaba más que listo, esperándome. Llevaba una mochila en su hombro y me recomendó llevar zapatos cómodos porque íbamos a recorrer mucho en Atlantic City. Lo obedecí y pronto ya nos encontrábamos en el tren rumbo a Nueva Jersey.

La ciudad no estaba tan llena como regularmente estaba Nueva York. En su mayoría eran lugareños y me sorprendió no ver tantos turistas a los que estaba acostumbrada ver en Cape May.

Nuestra primer parada fue el paseo marítimo que nos llevó por toda la costa de la localidad. La brisa revolvía mi cabello y me lamenté por no haber cargado conmigo una liga para atarlo, no obstante Nicholas parecía estar divertidísimo con mi look despeinado. No dejó de tomarme fotografías ningún segundo ni aunque lo amenacé con tirar su cámara fotográfica por la borda.

Después del paseo marítimo bajamos a la playa a caminar un rato y a comprar chucherías en los pequeños comerciales del lugar. Nicholas se compró un reloj de bolsillo y yo unas gafas setenteras. Cuando terminamos cogimos un autobús que nos llevó hasta el centro y antes de volver a Nueva York fuimos a comer unas buenas y enormes hamburguesas.

Volvimos antes de que se pusiera el sol, agotados por un gran día. La verdad es que me había divertido como nunca junto a mi mejor amigo. Después de todo no había sido una mala idea salir de la ciudad un rato a la playa y disfrutar del sol ahora que Nueva York estaba cada día más frío.

Ahora lo único que quería era regresar a casa y dormir por el resto del fin de semana. Me quedé dormida sobre el hombro de Nicholas todo el camino de regreso y cuando bajamos del taxi hice un esfuerzo sobrenatural por mantenerme en pie.

—¿Y bien? —preguntó el muchacho mientras subíamos al departamento—. ¿Qué tal el día?

—Fue bastante lindo, Nicholas —sonreí—. Hace tiempo que no me la pasaba tan bien.

—Y eso que el día aún no termina —dijo, riendo.

—¿Aún no? —cuestioné—. ¡Estoy muerta!

—Bien —se resignó—, te dejaré dormir.

Llegamos hasta la puerta del departamento y el chico la abrió en silencio mientras apoyaba mi cabeza sobre su hombro. Avanzamos unos pasos antes de encender las luces y…

—¡SORPRESA!

Las luces se encendieron y pegué un salto, despertándome al instante. El departamento estaba lleno de globos y enormes letreros de feliz cumpleaños. Mamá estaba ahí, también Elliot, Rachel, David, Pierre e incluso Amelia. Todos me observaban emocionados con ridículos sombreros en sus cabezas.

—Mierda, ¡oh joder! —exclamé—. ¿Qué es esto? Oh, chicos, no lo esperaba.

Las palabras se atiborraban una tras otra en mi boca y un nudo en mi garganta comenzó a formarse.

Sólo tú.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora