Cincuenta y seis.

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—¡Una vez más, E! —masculló Charlie—. Te los diré del rango más alto hasta el más bajo, ¿vale? —esperó a que asintiera con la cabeza—. Los Oficiales Generales van de la siguiente forma: primero es el Capitán General –que es sólo una mención honorífica– y posee cinco estrellas, de ahí sigue el General con cuatro, el Teniente General con tres, el General de División con dos y el de Brigada con una. ¿Me sigues?

Iba anotando como loca. Esa iba a ser parte de mi introducción y estaba hecha un lío. Habíamos terminado en el suelo del departamento de Nicholas con un montón de papeles esparcidos a nuestro alrededor, todos con notas inconclusas y tachones a morir.

Nicholas no estaba y lo agradecía infinitamente. No quería que me trajera devuelta a la Tierra con regaños absurdos –aunque un tanto ciertos– sobre la universidad. Sólo había faltado un día y no estaba muy de ánimos de que me crucificaran.

—Ahora los que siguen son los Oficiales: Coronel, Teniente Coronel, Comandante, Capitán, Teniente, Caballero Cadete Alferez.

—¿Tantos?

Mi letra comenzaba a parecerse a la de David.

—Así es, bonita. Ahora siguen los Suboficiales. Primero es el Suboficial Mayor, después Subteniente, luego la Brigada, el Sargento Primero y al final el Sargento.

—No tan rápido…

—Escribes muy lento —comentó y le lancé una bola de papel a modo de respuesta—. Ya, ya, me callaré.

—Listo, continúa.

—Por último está la Tropa, donde yo estoy. Está el Cabo Mayor, luego el Cabo Primero y el Cabo; de ahí sigue el Soldado de Primera y al último el Soldado, o sea yo.

—¡Joder! Aún te faltan muchos cargos —fue mi primera reacción—. ¿De cuántos años estamos hablando, perdón?

—Bastantes, E. ¿Ya tienes las preguntas?

—¡Tengo un montón!

—Empecemos entonces.

Cuando habíamos llegado había anotado en una hoja, que ahora estaba arrugada, todas las preguntas que quería hacerle a Charlie, al tiempo que el chico hacía la reservación en el restaurante que mantuvo como sorpresa. Quería hacer una extensa entrevista para poder elegir las mejores preguntas e incluirla en mi columna. Esperaba aún tener el “encanto” que había cautivado a los chicos del periódico y que, al día siguiente cuando la llevara con el editor en jefe –un chico de último curso– se enamorara de ella.

Charlie se sentó frente a mí, sentado en posición de loto y yo también hice lo mismo. Como mi pequeña grabadora estaba en casa y mi madre estaba ahí y dado que no quería que se enterara que había faltado a clase –sí, a mis casi diecinueve años me seguía controlando la gran Sugar–, nos vimos en la necesidad de comprar otra en el camino. Con mi grabadora nueva, inicié a acribillar a Charlie con mis preguntas. El chico sonaba seguro en cada una de sus respuestas y de vez en cuando soltaba una que otra risotada. Cuando eso sucedía, luchaba con todas mis fuerzas para no lanzarme a besarlo. Quería mantener mi profesionalismo a pesar de que nadie, mas que yo, iba a escuchar esa grabación otra vez.

Le pregunté sobre su decisión de alistarse en el ejército, de la vida como soldado y de sus expectativas sobre el futuro. Hablamos sobre la vocación y lo que se requiere para entrar al ejército; no en lo curricular y burocrático, sino las habilidades y actitudes que él, en su breve estancia, había notado. Charlie me sorprendía en la forma que contestaba. Lucía tan distinto. Era más seguro y parecía creer en sus palabras tanto como creía que estaba vivo y yo estaba ahí. Me llenaba de orgullo verlo tan entusiasmado con todo lo del ejército y sobretodo, me sentí contenta escucharlo tan feliz.

Sólo tú.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora