Cincuenta y dos.

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—¡Si Nicholas se entera de esto te va a matar! —exclamé por encima del ruido de las olas.

—¡Correré el riesgo!

Sí, para Nicholas que yo hubiera estado en medio del mar le iba a parecer una muy mala idea. Era un obsesivo con que estuviera a salvo y aunque me gustaba un poco, sabía que si le contaba la tarde que estaba pasando con Charlie, perdería la cabeza. Me soltaría el sermón de que debía de ser más consciente por mi bebé y bla, bla bla… En mi defensa sólo había sido un momento el tiempo que había estado en el mar y Charlie nunca me había soltado. Nada malo había pasado y ahora estaba sentada sobre la arena húmeda, sintiendo la marea bajo mis pies.

En cambio Charlie seguía adentro, sorteando las olas. Cada vez que se aproximaba una, saltaba, impulsándose con el agua. Irremediablemente la ola terminaba estrellándose cerca de donde yo estaba, arrastrando arena y llevando consigo algunas conchas marinas.

Me cubrí con una toalla. Mi cabello mojado estaba pegado sobre mi rostro y se adhería a mi piel de la misma forma que lo hacía mi vestido con el resto de mi cuerpo. Dentro de mí el bebé estaba encantado. No dejaba de moverse. Me di cuenta que lo hacía cada vez que me sentía estúpidamente contenta. Pensé que era su forma de decirme que él o ella también estaba feliz.

Charlie estaba fascinado con eso. Era la primera ocasión que le tocaba sentir las pataditas que daba el bebé y su sonrisa se ensanchaba cada vez que lo sentía moverse bajo su mano. Incluso me había pedido que cada vez que el bebé se moviera lo llamara porque, citando sus palabras, “además de tu sonrisa, eso es lo que más jodidamente voy a extrañar”.

—¡Charlie! —lo llamé— ¡Se está moviendo!

El chico se echó a correr rápidamente hasta donde yo estaba y puso su mano húmeda sobre mi vientre.

—Me encanta —repuso.

—A mí también… hasta que se le ocurre patear una de mis costillas. Ahí deja de ser divertido —dije, riendo.

—¿Te… duele ahora?

Sacudí la cabeza.

—No. Lo que tengo es mucha hambre, ¡luchar contigo es muy agotador! ¡Espero que Nicholas haya puesto algo de comida en esa canasta!

Y así fue. Esa tarde, con el sol haciendo su magistral descenso hacia el horizonte, comimos sándwiches de queso chedar, jugo de manzana y uvas. Charlie y yo platicamos de tantas cosas aquella tarde. De nuestros sueños, aspiraciones, de cómo nos imaginábamos en el futuro. Contamos chistes, ¡Charlie era pésimo contándolos! Lo cual debo admitir que terminaba haciéndome soltar una carcajada. También pusimos música en el pequeño walkman que había en la mochila (que terminó conteniendo más toallas) y al final del día sólo nos sentamos uno al lado del otro.

El cielo estaba teñido de una perfecta gama de tonos naranjas que terminaban en un azul oscuro. El sol se ocultaba donde terminaba el mar y el reflejo de sus rayos llegaba hasta donde estábamos nosotros. La marea se había calmado un poco pero sólo era el preludio de la fuerza con la que iba a subir aquella noche. El sonido de las olas se había convertido en un susurro y la brisa seguía revolviendo mi cabello.

Apoyé mi cabeza en el hombro de Charlie y sentí su brazo alrededor mío. Sus dedos jugaban con mi cabello enredado por la arena y mi oído estaba extasiado por su respiración combinada con los latidos dentro de su pecho.

La mirada jade con dejos de miel de Charlie estaba puesta sobre el atardecer.

—Este lugar siempre fue mi lugar favorito en todo el pueblo —dijo sin despegar la vista del mar—. No hay personas, sólo tú, el silencio y el eco de tus pensamientos.

Sólo tú.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora