2003.

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Happy birthday to you, happy birthday to you, happy birthday dear Charlie, happy birthday to you!

Todos estallaron en aplausos, incluso Charlie que miraba hacia todas direcciones, emocionada por que la estuvieran festejando. Esa tarde celebrábamos su segundo cumpleaños. Había pasado más de setecientos días con ella y jamás me había sido tan dichosa.

Charlie Evans me había enseñado tanto durante esos efímeros días. Me había enseñado a luchar, a perseverar y sobretodo, me había enseñado a amar.

Amaba cada detalle de su ser. Amaba todos sus estados de animo. La amaba incluso cuando me despertaba a mitad de la noche con su incesante llanto.

Mi amor por ella incondicional, irrevocable e infinito.

Era como si cada célula de mi cuerpo reclamara protegerla hasta el último minuto, como si mi mente no pudiera pensar en otra cosa más que en su bienestar y como si mi corazón no latiera por otra persona que no fuera ella. A cada segundo me enamoraba más de ella y confirmaba en mi interior que no importaba cuán difícil fuera mi vida, a cuántas cosas tuviera que renunciar, todo valía la pena por ella, por mi Charlie.

—¡Es hora de soplar las velas, Charlie! —exclamó su tía Rachel, por encima de los vítores de nuestros invitados.

La niña inclinó la cabeza hacia un lado, observando las velas encendidas que cubrían su pastel de Toy Story. Sólo eran dos y estaban justo por encima de la cabeza de Woody.

Me agaché a su lado, quedando a su altura y ella volteó a verme.

—Tienes que inflar los cachetes así —le indiqué cómo— y luego sacar todo el aire. Es bastante fácil pero si tienes algún problema, yo te ayudo —le guiñé un ojo.

Charlie prefirió ignorarme y en lugar de apagar las velas, cogió un pedazo de pastel con su mano y se lo llevó a la boca. Todos nos echamos a reír. La bebé confundida me ofreció pastel de su mano y yo sólo besé su frente y sus mejillas repetidas veces.

Había sido una hermosa fiesta en el piso de Chinatown. Habíamos invitado a nuestros amigos más cercanos y varios amiguitos de Charlie de la guardería, acompañados de sus madres. Rachel y yo nos habíamos encargado de adornar las paredes con afiches de Toy Story –la película favorita de Charlie– y globos, mientras que mi madre se encargó del banquete y del pastel. Incluso habíamos vestido a Charlie de Jesse y juro que no había una vaquerita en todo el condado más linda que ella.

La fiesta terminó antes de medianoche. Era domingo y era comprensible que todos se marcharan a casa temprano, más sabiendo que al día siguiente era Nochebuena. Charlie había terminado completamente agotada en los brazos de David, después de correr de un lado a otro con Tommy, su mejor amigo de la guardería.

Al final sólo quedamos en el departamento David, Rachel y yo. Mamá y Elliot habían sido los últimos en irse a casa y a pesar de que se querían quedar a limpiar, prácticamente los corrí para que descansaran. Mary-Kate se rindió ante mi insistencia y accedió no sin antes advertirme que mañana iría temprano a ayudarme.

—No tienes que hacerlo —le recordé—. Ahora vayan y descansen, ¿quieren?

Ellos asintieron y después de abrazarme y besar la coronilla de Charlie, los vi irse escaleras abajo para luego perderse en la oscuridad de Nueva York. Habían pasado un par de meses desde que mi madre se había ido a vivir con Elliot y aún me resultaba extraño verla marcharse cada noche. Debo admitir que aún había ocasiones en las que la extrañaba con locura y quería refugiarme en su cama cuando las pesadillas se volvían reales pero sabía que no podía hacer nada. Sencillamente no podía interponerme entre su felicidad. Era su turno de vivir y tener su propia historia de amor y yo no lo iba a arruinar.

Sólo tú.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora